
No tenía demasiado tiempo y, tomando en cuenta que se trata de uno de los países más costosos de toda Europa –o del mundo-, tampoco contaba con los recursos para verlo todo.
Nada más en la capital, Oslo, existen más de 50 museos. Ninguno de ellos tiene la escala de un Louvre, todos se pueden recorrer en una jornada. Pero si pretendía hacer la excursión a los fiordos y visitar la otra gran ciudad, Bergen, Capital Europea de la Cultura, había que elegir.

Antes de morir, el propio artista donó a la ciudad de Oslo todas las obras que tenía en su poder, con las que un siglo después se inauguró este museo.
Emplazado junto al hermoso Toyenparken, en el barrio Tøyen donde se crió Munch, el bunker de hormigón, cristal y acero alberga la mayor colección del artista: unos 1100 cuadros, 4500 dibujos y 17000 grabados.


No obstante, extrañé ver como por fin Munch se volvió “Munch”, la firma, el maestro fundador del expresionismo, tal y como prometía el título.
¿Y dónde quedó El Grito?
El Munch-Museet se supone atesora las obras más emblemáticas de cada uno de los períodos del pintor y grabador. Y aunque se entiende que no se expongan todas y que muchas se presten a otras instituciones, fue imposible quitarme la sensación de “¿será que me salté una sala?”, al toparme con la salida, sin ver siquiera alguna de sus versiones de El Grito –sí, cual músico, le gustaba hacer variaciones de un mismo tema, y en el caso de este cuadro, existen cuatro originales.

Mi guía de viajes parecía iba a ayudar a saciar mi sed de Munch. En la Universidad de Oslo –decía- estaba el auditorio donde antes se entregaba el Premio Nobel de la Paz: El Aula, célebre por los murales que el propio Munch consideró eran su mejor obra.
Fui hasta allí, pero luego de perderme por las salas de estudio y bibliotecas, una secretaria me dio la insólita noticia: “El Aula está cerrada desde hace años, ¿por qué no vas al Museo de Munch”.

El Munch-Museet cuenta con obras equivalentes que hubieran completado perfectamente el recorrido histórico del artista; pero curiosamente no las expone ahora. Tampoco explica nada en el tríptico, en los paneles o en la audioguía, que me resultó pomposa, reiterativa y poco práctica.
De museografía y mercadotecnia
Fallas de museografía también noté en el Museo Histórico. Aunque no se trata de un museo temático especializado, como el Vikingskipshuset, esperaba que hubiera algo interesante sobre su pasado vikingo.

No pude percibir un hilo conductor más o menos didáctico, ni en la distribución de las piezas, ni en el escaso material entregado. Mucho menos conseguí un toque lúdico, divertido o motivante, como el que sentí en el Museo de Historia de Catalunya, por ejemplo; ni hablar de los museos de Londres o Nueva York.
La otra sorpresa me la llevé al salir. Si bien la ciudad se muestra cosmopolita y con ese aparente balance entre humanidad, naturaleza y modernización, las tiendas de los museos y galerías me resultaron bastante limitadas, ingenuas, en cierto sentido, vírgenes ante las estrategias de marketing. Lo poco que se podía adquirir eran postales, algunas reproducciones y ciertos libros; también algo de joyería a precios estrambóticos.
Yo, que viviendo en Barcelona, de Gaudí podría conseguir hasta pañales, me quedé con las ganas de aumentar mi colección de libretas –lo único que compro en la categoría de souvenir-, con alguna que capturara la particular visión de Munch. Definitivamente a los noruegos les va mejor en el turismo outdoor.
3 comentarios:
Que envidia de viaje!
Jajaja, a mí me dan envidia los tuyos Lol V. Steiner.
Gracias por pasar.
Está bueno este viaje de contraposición naturaleza y arte.
Salud por la cata viajera.
Victor.
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