lunes, 21 de julio de 2008

Mirar, fotografiar, intervenir

A mis fotógrafos maestros Freddy Henríquez y Esso Álvarez

Estos ojos, estas manos temblorosas que tratan de asirse a la balsa, a otra mano, a la vida, fueron las que me recibieron en la muestra Reuters mira el mundo, en el Palau Robert de Barcelona.

Imaginándome ahí arriba, en la cubierta de esa patrulla de la Guardia Civil que por fin acude al naufragio provocado, de una de las tantas pateras que llegan a las aguas de Fuerteventura, pensaba sería difícil no intentar tender una mano, en lugar de tomar la fotografía.

Claro, si les diera mi mano, perdería la foto, también mi trabajo. Y entonces volvió a mi mente una vieja inquietud: mirar, fotografiar o intervenir.

En unas prácticas de fotografía, cuando empecé a estudiar Comunicación Social, quise hacer un fotoreportaje de niños que trabajan. Conocía a varios de ellos, los saludaba cada día. Pero cuando me acerqué con mi cámara al primero, el pequeño Carlos se emocionó tanto que empezó a posar.

Y ahí, sonriente, derechito e impecable al lado del carro de perroscalientes que le encomendaba su padrastro, no parecía nada infeliz, ni explotado. En el encuadre no se sabía si era un cliente, un curioso o, simplemente, un niño glotón; y yo fui incapaz de sacarlo de la ilusión de ser, al menos por esa vez, un chico como cualquiera. Mi reportaje fue un fracaso.

Nunca pude sacar entonces una foto sin que mi lente interfiera en el drama. Quien sabe si también por eso me decanté por las letras y el periodismo impreso que me daba la oportunidad de mirar, de hurgar con la pretensión –real o imaginaria- de llegar más a fondo, de reflexionar y luego –quizá y ojalá– intervenir para bien.

Sin embargo, siempre tuve cierta sana envidia de algunos de mis compañeros fotógrafos que, en la Revista Primicia o los periódicos El Nacional y El Mundo, lograban captar en un cuadro lo que a mí me llevaba varias entrevistas y horas averiguar y demostrar.

En ocasiones su trabajo llegó a ser tan bueno que me hicieron sentir que el mío era simplemente confirmar y documentar la intuición que los llevó a accionar el obturador.

Encuadrar, intervenir

Obviamente al fotografiar también se interviene. De hecho, el fotorreportaje del cual fue sacada la primera imagen comentada, “Morir tan cerca, secuencia de un naufragio", pretendía “herir la sensibilidad del espectador” y concienciar acerca del drama de los “inmigrantes” que llegan a las islas.

La muestra Reuters mira el mundo, por su parte, aspira ser un registro visual sobre la historia del estado del mundo en el siglo XXI y un homenaje a los 240 periodistas que han muerto, mientras ejercían su profesión desde el año 2000.

Para ello se escogieron 80 fotografías clasificadas en grandes temas como el terrorismo, las migraciones, los desastres naturales, la religión, los estilos de vida, la política y los conflictos armados.

El detalle es que simplemente escoger un tema y enfocarse en un determinado fragmento de la realidad, también nos hace intervenir. No es de gratis que haya sido la imagen de la bandera de EE.UU., en pie entre los escombros de los atentados de 2001 en Nueva York, la que sirvió de punto de partida.

En este caso –y desde su título se evidencia– la exposición lleva implícita una determinada forma de entender y explicar el mundo; una determinada lectura que, por cierto, ya también se ha llevado a Francia, China, Alemania, Inglaterra, la Unión de los Emiratos Árabes, Bélgica, Italia, Grecia y Luxemburgo.

La propia comisaria de la muestra, la fotógrafa y vicepresidenta de Picture Reuters Media, Ayperi Karabuda, decía: "Queríamos dar una visión de lo que es el mundo hoy, por eso hemos elegido las fotografías que nos parecen más fuertes, pero también queríamos hacer una exposición de placer visual".









De allí que al lado de unas mujeres que se refrescan en el mar, en Alegeria, probablemente después de sobrevivir infinidad de penurias, se presente a otras que se meten al agua en Rusia, 26˚ bajo cero, por simple diversión. La exposición es, pues, también un show.

Fotografiar, ¿trivializar?

No pretendo aquí descalificar a fotógrafos y medios en general diciendo que inventan la realidad, como en la película Wag the dog.

Pero la perfección de esta foto, donde una mujer llora por la muerte de su esposo a causa de un tsunami, me hizo preguntarme: ¿Cómo pudo lograr ese encuadre y esa composición?

Daniel, mi compañero de visita y quien también escribió sus reflexiones sobre la muestra, considera que se necesitaría bastante más altura que 1,80 metros para capturar todos los elementos. Y si el agua arrasó con todo, ¿desde dónde tomó la foto?

¿Realmente ni siquiera movió la sandalia abandonada que se ve al fondo? ¿Importaría si lo hizo? ¿O ello sirve para mostrar mejor el drama real? En todo caso, ¿de qué manera impacta exactamente una imagen como ésta, brutal pero estéticamente tan hermosa?

Y en esta otra de un hombre que se lava el rostro, tras una explosión, ¿hasta qué punto la precisión del encuadre o el color de la escena difuminan el dolor?

¿En qué medida esta imagen en solitario, fuera de su contexto, trivializa la situación hasta volverla, incluso, menos real que una película de Hollywood?

Vamos, no exageremos, no estoy diciendo que no se haga la exposición. Me encantó y sin ella esta reflexión no hubiera sido posible. Todo el mundo tiene un punto de vista. Y en el caso de los medios, me parece legítimo que lo tengan y más realista el aceptarlo.

La objetividad es más una búsqueda constante que una condición. Y para aclarar bajo qué principios están analizando la realidad, sirven los códigos de ética, los editoriales y las primeras páginas de los manuales de estilo.

Queda en nosotros informarnos, beber de distintas fuentes, contraponer críticamente enfoques y reflexionar para expresar y defender, con criterio y responsablemente, nuestro propio punto de vista.

Los fotógrafos de estas imágenes:

  1. Juan Medina. Fuerteventura, España, 2004

  2. Finbarr O’Relley. Tahoua, Nigeria, 2005.

  3. Dylan Martínez. Londres, Inglaterra, 2005.

  4. Peter Morgan. Nueva York, EEUU, 2001.

  5. Zohra Bensemra. Algeria, 2005.

  6. Ilya Naymushin. Rusia, 2005.

  7. Arko Datta. Cuddalore, India, 2004.

  8. Akintunde Akinleye. Nigeria, 2007.

  9. Radu Sigheti. Kenya, 2007.

domingo, 13 de julio de 2008

Duchamp, Man Ray y Picabia: Refrescante burla a la inmovilidad de pensamiento

¿Se pueden hacer obras de arte que no sean obras de "arte"?
Duchamp

Siempre me ha gustado divertirme seriamente
Picabia



A las 11 de una mañana de este veranito barcelonés, las escaleras que conducen al Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) lucen como un largo suplicio. Pero hasta el 21 de septiembre, la cumbre de Montjuic es refrescante, y no sólo por el aire acondicionado.

Allí están más de 300 piezas, entre pinturas, fotografías, dibujos, películas y objetos, con los que Marcel Duchamp (1887-1968), Man Ray (1890-1976) y Francis Picabia (1879-1953), estoy segura, se divirtieron y se rieron del mundo tanto o más de lo éste luego los ensalzó, erigiéndolos como las cabezas del Dadá estadounidense, precursores del pop-art y, paradójicamente, de tantos otros caminos recorridos por artistas, seudoartistas y antiartistas contemporáneos.

La muestra incluye gran parte de los íconos del antiarte: “La fuente”, el urinario al revés con cuyo rótulo Duchamp dio vuelta al mundo expositivo, así como sus otros ready-mades: “La rueda de bicicleta” o “El Perchero”. También está “La Novia Desnudada por sus Solteros” (1915-23), obra igualmente conocida como El Gran Vidrio, o el entonces escandaloso “Desnudo Descendiendo una Escalera” (1912).

Seguro más de una carcajada les saldría -aunque con ironía de por medio- al ver no sólo sus travesuras individuales expuestas en salas inmaculadas, que turistas culturales visitan susurrantes como en una iglesia; sino también sus guiños y juegos semiprivados con los que se retaban mutuamente.

La reunión en una sola muestra de los tres provocadores tiene sus reveses y costos. Aunque la intención era ver las relaciones y paralelismos, lo cierto es que –voluntaria o involuntariamente- las exploraciones de Duchamp funcionan como hilo conductor, permeando y quizá pervirtiendo un tanto las búsquedas particulares de Man Ray y Picabia.

Sin embargo, creo que la vista panorámica vale la pena. Para mí lo más interesante de esta exposición, traída de la Tate Modern de Londres, es ver cómo se hostigaban e impulsaban mutuamente, en un juego de plagio-colaboración-influencia.

“La Mona Lisa” con bigote de Duchamp hace un guiño adicional al verla acompañada de “El padre de la Gioconda”, el Leonardo con tabaco de Man Ray. Resulta más divertido y revelador conocer la personalidad del primero, a través de las fotos del segundo.

Las pinturas de estética publicitaria, pero tono erótico trasgresor de Picabia se aprecian mejor en la atmósfera creada por las fotografías que Man Ray tomara a su esposa.

Los propios “Objetos de mi afecto” del estadounidense resultan más interesantes si nos decodifican cómo los miraba él mismo. Vemos así bajo que luz y desde qué perspectiva una simple plancha se vuelve algo inquietante, o una máquina de coser luce como una gran montaña.

La exposición no deja de ser paradójica. Precisamente porque conservamos y apreciamos hoy sus piezas, las destruimos. La materia se queda, pero pierde su espíritu subversivo. Si a fines de la primera guerra mundial, ellos creyeron que ya el arte no podía ser el mismo, acontecimientos posteriores demostraron que la barbarie aún podía llegar bastante más lejos.

Hoy, al lado de obras como “Caca de artista” de Manzini o los drippers de Pollock, quizá los ready-made nos resulten ingenuos. De ahí que, solemnidades aparte, quizá convenga más refrescarse del verano, de las teorías y de los cánones, asumiendo la contradicción, riéndonos y, con un guiño, retando una vez más la inmovilidad de pensamiento.

Entre el público no falta quien –todavía- suelte comentarios tipo: “esto lo hacía yo de niño”, o “¿y esto es arte?”. Pero como también respondía otro visitante: “la cosa no está en hacerlo, sino en tener el valor de presentarlo”.



(Video hecho por Times on line sobre la muestra original en la Tate Modern de Londres)

domingo, 6 de julio de 2008

Sonar 2008: ¿El festival más políticamente correcto?

Sí, parece una gigantesca fiesta rave donde por tres días jóvenes de Europa y del resto del mundo deambulan por el céntrico barrio barcelonés de El Raval, vasos en mano –de agua o alcohol, según convenga- y actitud de juerga.

Sí, nació como un festival de música y, coincidiendo con el inicio del verano, durante su realización la ciudad toma un aire que a cualquier venezolano le recordaría a Choroní, solo que en lugar de tambores proliferan los beats.

Sin embargo, el Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia de Barcelona, Sónar, no es una simple fiesta juvenil o, al menos, no es lo único que pretende.

Se vende como el encuentro del arte sonoro y visual que captura las últimas tendencias. No lo es siempre, ni en todo su cartel, pero el discurso ha calado y no sólo en las masas de fanáticos de los ritmos frenéticos o experimentales, que agotan las entradas y, consecuentemente, llenan los bares, restaurantes y hostales.

Así, aunque gran parte de los lugareños se esfuerza por huir a toda costa del centro durante su realización –los periódicos publican notas sobre “cómo sobrevivir al Sónar”- otros sí han visto las posibilidades de negocio y buena imagen que el festival puede tener, tanto para los comercios como para la ciudad en general.

En 15 años de vida, el Sónar ha pasado de ser un evento modesto y underground, a uno de los festivales más destacados y grandes de Europa, con un presupuesto que en esta edición superó los cuatro millones y medio de euros.

Ciertamente la mayor parte provino de las propias arcas del festival, pero 30 por ciento fue aportado por patrocinantes privados, y 10% por el mismo ayuntamiento y otros entes gubernamentales, que suscriben su discurso como queriendo creer -y capturar para sí- la idea de ser el centro de lo más innovador de la cultura urbana.

Con tal padrinazgo, el festival inunda no sólo pequeños espacios marginales de un museo o una plaza, sino las salas de los entes culturales más importantes de la ciudad:

El Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y el Centro D’Art Santa Mónica, que concentran las áreas expositivas y los conciertos del llamado Sonar Día; los teatros otrora de corte más tradicional L’Auditori y Palau de la Música Catalana, que se sumaron por primera vez para sendos conciertos especiales; y el recinto de Gran Vía de la Fira de Barcelona, donde hasta el amanecer se realizan las sesiones de Sonar Noche.

Se trata pues de un encuentro que, con mayor o menor tinte fiestero, del 19 al 21 de junio contó con 174 actuaciones, entre conciertos y sesiones de DJ’s; 15 instalaciones; 174 obras de arte digital y musical; 65 piezas audiovisuales; y 12 ponencias, además de una feria discográfica y editorial.

Todo estuvo a cargo de 505 artistas de 32 países, interconectados por una radio que transmitía en vivo lo que pasaba en cada tarima, y que ahora pretende convertirse en escenario permanente del festival.

Edición femenina…

Asumiendo el discurso de interculturalidad y tolerancia tan de moda en esta Europa que aprende a convivir unida e intervenida por la inmigración, la edición de sus quince años tuvo como hilos conductores no sólo la vanguardia, sino también la multiculturalidad y el factor femenino.

La violencia de género sigue siendo un problema en España pero, para el festival, artistas y músicas catalogadas por los organizadores como “femeninas, feministas y feminizantes” fueron convocadas para mostrar lo que ellos denominan su “lado más sentimental y vulnerable”, al mismo tiempo que pronunciaban los discursos sociales y políticos más combativos del encuentro.

No sabemos hasta qué punto sus posiciones fueron captadas por los asistentes, la mayoría quizá más pendiente de contonearse y rellenar sus vasos. Tampoco sabemos cómo se sienten ellas respecto a representar ese supuesto lado sentimental y vulnerable –y es que si queremos romper estereotipos…

Pero allí estuvieron, por ejemplo, las integrantes de Yo Majesty, para enfrentar el pretendido machismo del hip hop; la newyorkina Tara de Long, con su denuncia a la presión y manipulación mediática; los rapeos incendiarios de Norhern State y Kid Sister; y el avant-pop histriónico de la exMoloko, Róisín Murphy, de lo mejor del festival.

…e intercultural

Cada semana surge una controversia acerca de las nuevas políticas de inmigración en Europa y su aplicación cada vez más agresiva, pero este encuentro también pretendía dar una mirada a culturas fuera del viejo continente.

Y en este sentido, aunque el Sónar sí albergó una interesante muestra de Europa y Estados Unidos, de Latinoamérica la oferta fue comparativamente escasa. En la parte musical, de Venezuela sólo participaron las DJ’s Sharon Shael y Virginie, esta última radicada en Barcelona; y como gran estrella únicamente se promocionó al chileno Ricardo Villalobos.

La intención de intercambio con el continente africano también tuvo sus tropiezos. Se convocaron a tres interesantes muestras del fenómeno llamado “Third World Beats”: Buraka Som Sistema, representantes del Kuduro, ritmo surgido como escapismo juvenil tras el fin de la guerra civil angoleña; DJ Key, que introdujo la cultura hip hop en Marruecos; y Konoko No. 1, referencia del sonido “congotronics”, el nacido de la introducción de sonidos electrónicos en el bazombo, la música tradicional del Congo.

Sin embargo, los nuevos requerimientos de visados para entrar en la Unión Europea dejaron a este último grupo varado en Kinshasa.

El encuentro evidenció –y sufrió- así las contradicciones de una Europa que intenta estar unida y reconoce tangencialmente los beneficios de la inmigración –al aumentar las tasas de natalidad y la fuerza de trabajo-, pero que todavía teme, se atraganta y no sabe muy bien cómo conciliar las bondades del intercambio y la hibridación, con la protección de lo cultural, social y, sobre todo, económicamente “autóctono”.

Del bastardismo

En una edición quizá más bailable y menos experimental que en otros años, sí hubo oportunidad para lo que los organizadores resaltaban como “ritmos bastardos”: música electrónica sin raíces claras, con nombres como Justice, Yelle, Diplo y DJ Mehdi, sacudiendo los cimientos del dance y el pop. Personalmente, no obstante, extrañé las visiones latinoamericanas, que mucho tenemos que decir acerca de bastardismo, mestizaje e hibridación.

El Sónar 2008 también permitió explorar nuevas apuestas, con los show cases de BBC Radio 1, Ninja tune, Ed Banger, Osaka Invasión, entre otros. Aupó reencuentros y revivals con Yazoo o Madness; y dio pie para noches especiales con Goldfrapp –que decepcionó un poco-, y la diva francesa del “a capella experimental”, Camille, para mí lo mejor del encuentro.