martes, 25 de enero de 2011

El rock nacional, la primera ola que me capturó
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación III)

Ilustraciones: Pablo Lobato

Como periodista y analista cultural, he tenido que investigar los orígenes y primeros pasos del rock hecho en América Latina desde diferentes enfoques. En la mayoría  suelen saltar los nombres de Richie Valens, Carlos Santana y variopintos precursores, cada uno con su historia curiosa, su toque notable: desde Los Teens Tops y Los locos del ritmo de México; Los Gatos, “Tanguito”, Almendra, Vox Dei y Manal de Argentina; hasta Los Shakers, Los Iracundos y El Kinto de Uruguay, por sólo mencionar algunos. 

Pero hoy, más allá de los análisis musicales, sociológicos o históricos, quisiera compartir –especialmente con mis coleguitas españoles- algunos de los momentos y temas que marcaron mi conexión iniciática y definitoria con el rock latino y las músicas populares contemporáneas de la región.   


Hija de un argentino fascinado por el folklore latinoamericano, pero también de la música clásica europea, y de una venezolana que le gustaba el jazz y bailar, mi casa siempre estuvo llena de música. Mi padre quizá fue un poco más activo -o mi madre más pasiva- a la hora de imponer sus gustos. Pero aunque no sonara tanto son, salsa o boogaloo como podía esperarse de una casa caraqueña –no me bailaron cuando chiquita, solía decir-, la verdad es que siempre había música, diferentes músicas.


De niña estudié órgano, más tarde solfeo y canto lírico. Y me gustaba lo que ponían mis hermanos mayores: Carlos, pegado desde chico con J.S. Bach, que practicaba en el órgano, y los conciertos de Paganini, pero también con Dire Straits, The Wall de Pink Floyd, Queen y The Beatles. A Julio lo recuerdo más con Talking Heads, Depeche Mode, The Cure, Pet Shop Boys, y yo lo secundaba con Led Zeppelin.
 

Seguro ambos dirán que había otros grupos más representativos -ahora me vienen el primer U2 y The Police- pero yo los recuerdo con esa banda sonora, y que un buen día empezaron a intercalar ‘rock en español’ y ‘rock nacional’, según decía el locutor de Radio Difusora Venezuela: “El Esequibo” de Témpano, “Lluvia” de La Misma Gente, y, por supuesto, aquel casette con el corazón tachado de la mítica banda venezolana, Sentimiento Muerto, que Julio no me quería prestar.
 

No obstante, creo que mi iniciación real fue más bien con el rock nacional argentino, y aquel disco Piano Bar (1984), de Charly García, que mi padre había traído de un viaje. Por mis hermanos quizá había escuchado algunos temas de Clics Modernos (1983) y Yendo  de la cama al living (1982), pero yo me quedé pegada cuando, chiquita, encontré aquella carátula de letras anotadas en tinta multicolor, y empezó a sonar: el repiqueteo de la batería, luego el bajo, la guitarra y entonces aquella descarga de energía y desfachatez … en español: Yo que crecí con Videla, yo que nací sin poder, yo que luché por la libertad, pero nunca la pude tener.


Ya se sabía cuáles serían mis próximos encargos: discos, revistas y libros que me contaran de ese personaje de oído absoluto y bigote bicolor, que había estudiado música académica –como nosotros en casa-, pero que prefirió la fuerza del rock. También me interesaban sus colegas y, sobre todo, sus antecesores, que en Argentina el llamado ‘rock nacional’-un sonido con carácter de movimiento, matices inicialmente progresivos y una postura enfrentada a la ‘música comercial’- era ya toda una marca en pleno auge, con sus héroes y leyendas: Los Gatos, Almendra, Manal, Vox Dei, Arco Iris...
 

Así descubriría en retrospectiva los temas de amor adolescente de Charly en Sui Géneris. Luego la sátira social y política en Serú Girán y sus alegorías para eludir censores. Hasta que acabó la dictadura y desembocó entonces en la descarga enérgica, escéptica y liberadora que oí en “Raros peinados nuevos” y “Demoliendo Hoteles” de Piano Bar, pero que ya se presentía en “Nos siguen pegando abajo”, “No me dejan salir” y “Yo no quiero volverme tan loco” de Clics Modernos, su transición del folk al new wave, con influencia de Bowie y los maestros del Glam -y nótese el cambio con la etapa de Serú Giran que resalté en el post sobre Cuando Latinoamérica empezó a rockear.



Por él llegué a Fito Páez. Aunque me gustaron –y me gustan- varios temas de Giros (1985), Del 63 (1984) y le tengo especial cariño a La la lá (1986), compartido con Spinetta, en su momento me impresionó especialmente Ciudad de pobres corazones (1987), el disco de su etapa más rockera y el tema homónimo, escrito después de enterarse del asesinato de sus abuelas. Para mí no podía ser más clara y descarnada la rabia, la impotencia y la furia en esos acordes, como gritos intercalados entre guitarra, bajo y teclado, y el pulso implacable de esa letra descarnada: En esta puta ciudad, todo se incendia y se va, matan a pobres corazones.


Aunque luego optó por melodías más pop, con sus altos y sus bajos, su estilo de cronista me tocó años más tarde con esa especie de resumen de la historia argentina, doloroso y nostalgioso, “La Casa Desaparecida”. Ahora, viviendo fuera de Venezuela y presintiendo que el país donde nací en cierta medida no existe, descubro que todavía me afecta, y por partida doble. (Es una canción bastante larga, aquí dejo un video con una versión editada por algún fan)

 
Canciones como éstas no podían conectarme exactamente con lo que yo estaba viviendo de niña, en la pacífica y rica Venezuela del boom petrolero, aquella que se jactaba de ser una de las democracias más antiguas del continente (ya le veríamos luego las costuras).  En todo caso, algunas podían encajar con lo que contaba mi padre de Argentina, sus dictaduras y populismos, también con algo que podía ver –o presentir- en los libros de la biblioteca familiar: Cortázar, Vargas Llosa, Sábato y el propio informe de desaparecidos de Nunca Más
 

Pero había algo más: venían con otro tono, con una fuerza, un escepticismo y un humor negro que, independientemente de sus orígenes, sintonizaban muy bien con lo que yo empezaba a sentir. Y no me refiero únicamente a letras comprometidas. De hecho, no me gustan los panfletos y muchas de las canciones que me sedujeron tenían letras bastante alejadas de activismos; de otras ni siquiera destacaría la lírica.



Hablo de un lenguaje musical integral, que sentía cercano y empático; de líricas, melodías y ritmos, que de un día para otro me dieron un montón de puntos de vista de los cuales mirar, vivir y sentir… la cotidianidad, la ciudad, la calle, la política, el amor, la amistad, etc.
 

Cuál canción podría escoger de Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, la gran referencia poética del rock latinoamericano. Desde Almendra remarcó la importancia de cantar en español para todo el futuro del rock. (Influido por el surrealismo y otras lecturas de alto calibre, las letras de Spinetta llegaron a extremos poéticos especialmente interesantes. “Por”, del disco Artaud (1973), es considerada una de las canciones más originales del rock en español, constituida sólo por una serie de sustantivos -salvo el último- unidos por asociación libre. Aquí coloco una canción un tanto menos conceptual)


Pero la verdad es que a mí me cautivó más por su actitud inquieta y su capacidad de reinvención: del folk rock progresivo y bluesero de Pescado Rabioso, al rock jazzeado de Invisible –con espléndidas guitarras-, a las composiciones más complejas de Spinetta Jade, a todas las aventuras en solitario, ahora acústico, ahora electrificado, más pop, más conceptual, más experimental, siempre único e irrepetible, lleno de una sutil delicadeza y, al mismo tiempo, de una intensidad y una contundencia matadoras (Aquí en dúo histórico con Cerati, aunque el audio de Spinetta no está muy bien).



(Y uno de sus temas más pop y no por ello menos interesante).

Lo que me enganchó de Spinetta y otros músicos de este ‘rock nacional’ era que no trataban simplemente de tocar rock o de hacerlo en español, sino de adoptar una actitud proactiva -muchas veces beligerante y enfrentada al poder, como anotaba en el anterior post- capaz de tomar la energía del rock internacional, sus fórmulas musicales y tecnologías, para retorcerlas y reinventarlas a través de estéticas y temáticas propias, haciéndome sentir entre lugares, personas y sentimientos cercanos y reconocibles; despertándome los sentidos y alborotándome la conciencia.
 

Aunque de niña y adolescente ya podía encontrar las similitudes entre Argentina y Venezuela, al final no importaba tanto a qué hecho respondía cada tema, ni lo bien que podía reflejar tal acontecimiento, sino qué me revolvía dentro. Y lo que revolvieron Charly o Spinetta, no lo había revuelto antes nadie de la misma manera.
 

En muchos casos lo que me atrajo fueron las atmósferas y ritmos, cadencias que invadían mi biorritmo, marcaban mi respiración y mi estado de ánimo. Mucho de piel tendría en ese sentido mi conexión con Cerati y Soda Stereo. Imposible no sentir la sensualidad de “Colores Santos” con Melero, o el erotismo de “Nuestra Fe”.
 

Pero lo interesante es que la atmósfera seductora era integral, cada elemento aportaba a ese sonido pop-rock tan peculiar de Soda Stereo. En temas como “Un Millón de años luz”, estaba sí, la cadencia incitadora y unas letras con imágenes sugerentes –algunas realmente memorables, ya que a lo largo de los años fueron ganando profundidad-, pero también estaban las melodías envolventes, los arreglos con fuelle, los riffs que definían y resaltaban. Sin ellos aquella frase: “ella conoce mi perversión en una noche larga… y esta noche es larga”, no provocaría tantos gritos.


El gancho de Soda Stereo estaba, para mí, en que palabras y música se trenzaban inexorablemente para transmitir con contundencia y riqueza un mismo concepto. Era una dinámica de expresión y fraseo vocal e instrumental que, sobre todo en los últimos años, resultaba muy distinta a lo que se hacía en el rock pop anglosajón. Su forma de abordar las canciones marcaría en muchos sentidos lo que sería la interpretación del pop rock en español.

De hecho, como parte de esta generación de jóvenes surgida entre el colapso de las dictaduras y el nacimiento de las nuevas democracias suramericanas, Soda Stereo sería clave en la internacionalización de rock hecho en Latinoamérica, y una visagra primordial entre el tradicional ‘rock nacional’ y el naciente movimiento de ‘rock latino’, donde su sonido e imagen fueron determinantes. 

Finalizamos, como cerrando el círculo, con el tema “Genesis” de Vox Dei, uno de los principales padres del rock nacional argentino, interpretado varios años más tarde por Soda Stereo, en aquellas sesiones “Unplugged” del MTV Latino. Hijo pródigo o predilecto, sin duda uno de los grupos que más repercusión ha tenido. Y a juzgar por esta interpretación nada desenchufada, el impacto es más que merecido.



*Ésta es la tercera entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: 

martes, 4 de enero de 2011

Cuando Latinoamérica empezó a rockear
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación II)

Fue hacia la década de los noventa cuando el llamado ‘rock latino’ –o ‘rock en español’, ‘rock en tu idioma’ y otras etiquetas similares- comenzó a sonar internacionalmente, más que como género, como especie de ‘marca’ y también de ‘mercado’, evidenciados y en parte definidos por la aparición de MTV Latino y otros espacios especializados, así como de artículos tipo “Se habla Rock and roll? You Will Soon”, que publicó la revista Newsweek, dándole reconocimiento como sonido y movimiento, en el mismo lugar de génesis del rock and roll.

“Argentines, my God, they really understand rock and pop deeply”, decía Maribel Schumacher, líder del entonces llamado departamento ‘alterlatino’ de Warner Music. “It's the only Latin American country that has assimilated rock to the same extent as the Americans or the Brits. There's a maturity in their compositions that to me is telling of a people who've grown up with rock from day one”, remataba, sorprendida ante la contundencia de las agrupaciones como Los Fabulosos Cadillacs.



 
Su aproximación, aunque de buenas intenciones, evidenciaba cierto paternalismo y subestimación o, al menos, desubicación: América Latina tenía ya décadas cultivando el rock –los antecedentes nacionales datan de los cincuenta y sesenta-, y en ningún país, ni siquiera en Argentina –entre los primeros en cultivarlo de manera extensa, y con un acento alejado de lo que comúnmente se considera ‘latino’-, se asumía entonces exactamente como en Estados Unidos y Reino Unido.
 

No es mi intención aquí hacer apologías o detallar toda la historia del rock regional, pero sí resaltar, a partir de mis propias experiencias y encuentros –quizá el testimonio de cómo estos sonidos me conquistaron-, algunos elementos interesantes para la caracterización y apreciación del rock pop o, mejor, de las músicas populares contemporáneas hechas en Latinoamérica.
 

“We are sudamerican rockers” 

El rock and roll, ese hijo híbrido de nacionalidad estadounidense que en cierta medida definíamos en el anterior post, contagió al poco tiempo de su nacimiento a numerosos países de América Latina. Y enraizó no sólo por la propuesta estética y musical en sí –de la que hablaremos más ampliamente en próximas entregas-, sino también por un carácter irreverente y contestatario, que conectaría muy bien con los sectores juveniles que, cabe notar, en muchos países de la zona enfrentaban autocracias y militarismos o, al menos, fuertes conservadurismos y censuras a favor de la 'moral y las buenas costumbres'.

Quizá en ese sentido, fuera significativo que MTV Latino comenzara sus transmisiones con el video de la canción “We are sudamerican rockers”, de la agrupación chilena Los Prisioneros



Aunque al ser de los ochenta podía sonar un poco antiguo, el tema no sólo era simbólico por el discurso reivindicativo, una suerte de manifiesto en clave humorística. También resultaba ilustrativo de parte de la historia y carácter del rock latinoamericano, al tratarse de un grupo nacido en plena dictadura y censurado por años, como sucedió en varios países de la región.
 

Así, por ejemplo, si en Brasil se expulsó a Caetano Veloso, Gilberto Gil y demás líderes de la revolución cultural que significó el tropicalismo; en Argentina se persiguió, censuró y promovió el autoexilio de muchos músicos; así como en Chile se acabó con los estandartes de la Nueva Canción Chilena.
 

Por comentar un solo dato y seguramente de los menos pavorosos, la dictadura del recientemente condenado a doble cadena perpetua, José Rafael Videla y sus sucesores de la Junta Militar, tenía una lista de canciones prohibidas en la Argentina de finales de los setenta y principios de los ochenta, que incluía a Luis Alberto Spinetta, Victor Jara, Alfredo Zitarrosa, León Gieco y Astor Piazzola, entre muchos otros.

Raíz juvenil y contracultural

 
Frente a la ausencia de partidos políticos y otros actores sociales, que habían sido prohibidos o limitados en algunos de estos países de Suramérica, la juventud comenzó a ganar protagonismo no sólo en el ámbito estudiantil, sino también en lo social y lo político. Especialmente en Argentina, el llamado ‘rock nacional’ se asumió como fórmula de expresión y rechazo a las tradiciones y prácticas conservadoras, la represión y la doble moral, generándose importantes conflictos generacionales, que pusieron ‘bajo sospecha’ a todo joven pelo largo.


En un entorno así era de esperarse que músicos, como escritores y poetas, se entrenaran muy bien en eso de la creación de metáforas –tenían que medirse, además, con otros  géneros bastante poéticos como el tango- y que de ahí salieran grandes letristas como Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia o el Charly García de Serú Girán. Quizá fue gracias al buen ejercicio de la alegoría que este último nunca fue torturado o apresado, a pesar de ser interrogado muchas veces en comisaría, acerca del significado de canciones como "Los Dinosaurios", "Instituciones" o la "Canción de Alicia en el país".  



En ese sentido, Los Prisioneros, curtidos por las limitaciones para grabar y radiar sus temas en Chile -se dieron a conocer inicialmente a través de un cassette pirata-, lograron capturar en sus letras mucho de lo que pasaba a cierta juventud latinoamericana. Incluso se adelantaron al abordar problemáticas todavía vigentes: identidad, inmigración y postcolonialismo, en “Maldito sudaca” o “Latinoamérica es un pueblo al sur de los Estados Unidos”; procesos modernizadores chungos, individualismo y arribismo en “Por qué no se van” o “Lo Estamos pasando muy bien”.

Es esta línea de denuncia irónica y humorística, la que también puede verse en “Matador” y “Mal Bicho” de Los Fabulosos Cadillacs, o en “Sr. Cobranza” de la banda también argentina Bersuit



Y es que, aunque los procesos no se dieron en todos los países de la misma manera –Venezuela, por ejemplo, con una de las democracias más antiguas de la región, fue refugio de los sectores progresistas y de izquierda que huían del cono sur-, el elemento contracultural ha sido un factor clave en el afianzamiento del rock en América Latina.
 

Algunos músicos lo han asumido de manera explícita, a través de letras combativas y un compromiso social de mayor o menor intensidad. También en el norte y con diferentes estilos, bandas emblema como Cafe Tacuba de México, Desorden Público de Venezuela o más nuevas como Choq Quib Town de Colombia, entre muchísimos otros, han abordado el rock pop y derivados como hip hop, ska, reggae y electrónica, para hablar de diferentes realidades adversas, asumiendo una especie de compromiso local con resonancia global, en temas como racismo, corrupción, derechos humanos y ecología, entre otros. (Aquí hay un par de post que escribí antes de: Choc Quib Town: Hip hop afro-reinvindicativo y Desorden Público: Para degustar el mestizo ska caraqueño)


Sin embargo, cabe notar que en esos momentos de consolidación, el solo hecho de abrazar sonidos ajenos al establishment local, significaba una forma de combate. El rock internacional contenía, en ese sentido, importantes dosis de rebeldía –aun cuando al principio no se entendieran las letras-, especialmente al ser reabsorbido y adaptado de acuerdo con los fines, historias y sensibilidades locales, como veremos en algunas apropiaciones que comentaremos en la próxima entrega.

Desarrollar una estética propia es siempre prueba de que todavía se piensa, más allá de lo que quieran imponer los sectores de poder, e independientemente de que algunos sonidos sean mejor tolerados o finalmente absorbidos.  


Si bien la historia del rock en América Latina comenzó, como en otras partes del mundo, con covers de hits del rock and roll anglosajón, traducidos al español, pronto comenzaron los intentos locales por crear fórmulas originales, mediante la generación de atmósferas, la inclusión de instrumentos autóctonos, la incorporación y mestizaje con ritmos de origen folklórico y popular –lo que trataremos en el post "Rock mestizo o el surgimento del folklore urbano de Latinoamérica"- y, sobre todo, la atención a temas propios, inquietudes y angustias locales que han ido surgiendo, y que hoy se nos muestran como ‘universales’ al tocar la fibra humana e incitar nuestra vida sensual y emocional.



*Ésta es la segunda entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: