miércoles, 27 de abril de 2011

Diversidad e hibridación, los sonidos de la Latinoamérica contemporánea
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación V)



“No nos acompleja revolver los estilos / mientras huelan a gringo y (aquí) se puedan bailar”, bromeaban Los Prisioneros en aquella canción que inició, cual manifiesto, las transmisiones del MTV Latino, como comentábamos en el post “Cuando Latinoamérica empezó a rockear”, el segundo de esta serie. Y si algo caracteriza el rock y las músicas actuales de América Latina es la diversidad y la mezcla. 

Si bien en la década de los ochenta, con la caída de las dictaduras del sur, el acento folklórico del que hablamos en la anterior entrega, se matizó un tanto, acercando los sonidos latinoamericanos a las tendencias de Inglaterra y Estados Unidos, lo interesante es que entonces y ahora, en la mayoría de los artistas puede notarse una esencia argentina, chilena, colombiana, uruguaya…



Y no me refiero a lo que los grandes medios presentan como ‘latino’; una etiqueta que, aunque no aluda a alguna de estas propuestas fast food de ‘explosión latina’, igual resulta reduccionista y condescendiente, al invisibilizar diferencias históricas y culturales, además de desestimar las particularidades de cada talento y sensibilidad. Expresiones como ‘coloridos sonidos’ o ‘ritmos calientes’, no sólo limitan las músicas de América Latina a una única vertiente –de corte más caribeño y afro-, sino que también las relegan a exotismos sin impacto artístico real, como advertíamos en el primer post también sucede con ‘world music’.

Cabe recordar que ni siquiera estamos hablando de un país, sino de medio continente. No existe una música, un único sonido latinoamericano, sino múltiples y muy diferentes sonidos y tendencias. Y aunque a veces se sienta una línea regional y hasta pueda hablarse de cadencias andinas, caribeñas, rioplatenses, etc.; en los mejores casos, como siempre sucede en el arte, la particularidad sonora es tal que sólo debería identificarse con el nombre propio del músico o la banda.



En este sentido, en el extenso y variopinto territorio latinoamericano hoy se cultiva toda la variedad de tendencias surgidas a partir del rock, el pop y sus derivados inmediatos, la electrónica, el reggae y el hip hop: pop rock, electro pop, rock progresivo, rap, funk, acid jazz, jazz rock, todas las variantes del metal, música de autor apuntalada por electrónica, legados y derivados del punk, ska, reggae, dub y dance hall, rock de matices más propiamente mestizos, expansiones post rock y cada uno de los géneros y subgéneros que se van etiquetando cada tanto.



Cada tendencia cuenta con su respectiva tribu urbana y experimenta la dialéctica inherente al rock, de contracultura versus mercado, con diferentes resultados. Pero ninguna escapa del revisionismo y la adaptación –al menos las que me interesan. Incluso en los temas en los que no se evidencia de manera explícita referencias folklóricas o de la cultura popular, hay un dejo particular en la forma de cantar, en el fraseo, en la manera de adoptar la instrumentación.



Puede que Babasónicos no suene argentino como lo entendía la generación de mis abuelos paternos en Tucumán; ni Desorden Público, venezolano como lo veían mis abuelos maternos de Maturín. Pero como decía en el post sobre “Rock mestizo…”, sí suenan a la Argentina o a la Venezuela urbanas, las templadas al fuego de procesos modernizadores desiguales, de grandes riquezas y pobres distribuciones, de centros y márgenes curiosamente solapados, de quiebres económicos y promesas de integración, generalmente diluidas en clientelismos y demagogias, como de cierta manera denuncian las canciones de Bersuit, Los Piojos y todo el rock chabón o barrial argentino.

Me es imposible abarcar aquí todas las tendencias, pero sí quiero terminar de esbozar algunas líneas importantes, que me han quedado pendientes en anteriores entregas, y que creo han sido definitorias en la conformación del llamado ‘rock latino’ y de las músicas actuales de la región.

De copresencias a apropiaciones

En la década de los noventa, con la proyección internacional que implicó la marca ‘rock latino’, la incorporación y mezcla con géneros folklóricos y populares tomó nuevo vuelo, esta vez propulsada especialmente por artistas de México, aunque también sonaban los colombianos de Aterciopelados, los chilenos de La Ley y Los Tres, los argentinos de Los Fabulosos Cadillacs, Illya Kuryaki and the Valderramas, los últimos tiempos de Soda Stereo, Fito, Charly y demás estrellas del ‘rock nacional’, más la binacional Los Rodríguez.



Décadas después de las iniciativas de Los Jaivas (Chile), El Kinto (Uruguay) o Spiteri (Venezuela), la fusión había proliferado y madurado en toda la región. Pero provocó especial revuelo –en paralelo a la aparición del MTV Latino- cuando los mexicanos de Café Tacuba, Control Machete, Maldita Vecindad, Plastilina Mosh, etc., tomaron ritmos tan variados como la música ranchera, la cumbia, el mambo, el ska, el danzón y el bolero, para reelaborarlos en clave de rock.

Como antecedentes estaban agrupaciones como Botellita de Jerez y su ‘guacarrock’, que con letras de lenguaje callejero, humor absurdo e ironía, reivindicaron la iconografía popular mexicana –el charro, el Santo, Tin Tan-, la estética y cotidianidad del México DF, en un rock sencillo aderezado con son, blues y cumbia.

Fue un poco esta línea la que llevarían a su mejor expresión Maldita Vecindad y Café Tacuba, cuyo segundo álbum, Re (1994), es unánimemente considerado entre los discos esenciales del ‘rock latino’ -y hasta el equivalente para el rock en español del White Album de The Beatles. En esta placa, absolutamente rompedora y ecléctica, podía reconocerse música regional como trío, norteña y banda, así como punk, grunge, electrónica, ska, reggae y pop, más bolero, samba y otros ritmos populares, que aparecían asombrosamente articulados, como analizaremos en mayor profundidad en el próximo post sobre estrategias de creación musical latinoamericana.



Control Machete tomó hilo del hip hop, compartiendo el tono cañero y provocador con Molotov; Plastilina Mosh, más la electrónica, el humor y la reivindicación de lo kitsch, con la situación de frontera; Caifanes, una suerte de art rock cargado de misticismo azteca en onda dark. Y ya más recientemente, San Pascualito Rey creó una suerte de triphop guapachoso, curiosamente oscuro y cargado, acudiendo en letras y voz al desgarro y filón melogramático del bolero y la ranchera. (Acaba de editar, por cierto, un nuevo álbum: Valiente, 2011).



En el campo de la electrónica y la música más bailable –con el antecedente de los trabajos de música prehispánica y sintetizadores de Jorge Reyes-, la onda la atajó muy bien Nortec Collective, que hasta hoy construye la banda audiovisual –más que sonora- del México fronterizo del siglo XXI, capturando a través de sonidos, iconografía y visuales, elementos cotidianos de Tijuana, de la cultura norteña y hasta narca.



Otro tanto logran Kinky, Instituto Mexicano del Sonido, toda la creciente camada de agrupaciones emergentes de Jalisco, Tijuana y Aguascalientes –escribí antes una nota de Los Amparito-, y un sin fin de agrupaciones y artistas, que en todos los estilos dan cuenta del México urbano y actual, en todos sus reveses: Zoé –con nuevo disco del MTV Unplugged-, Juan Son –que vendrá al Sonar 2011, con el nuevo proyecto Aeiou-, Austin TV y Los Dynamite, por mencionar algunos de actividad reciente.



Aunque obviamente las creaciones y apropiaciones continúan en toda Latinoamérica, en los últimos tiempos Colombia parece haber tomado el testigo en la proyección internacional del llamado ‘rock latino’, conquistando escenarios con expresiones musicales cruzadas por cumbia –que en sus distintas versiones viene capturado la atención de las diferentes tendencias, en toda la región-, pero también por ritmos menos difundidos de la gigantesca herencia folklórica colombiana como currulao, bullerengue, bunde, bambazú, chalupa, champeta, aguabajo o chirimía.

A Europa llegó primero el hip hop afro y reivindicativo de Choc Quib Town, donde la electrónica, el funk y el rapeo, se apuntalan con sinuosos ritmos de la costa del Pacífico colombiano; y la electrocumbia psicodélica de Bomba Estéreo, que impactó en el Sonar 2010. Ambos volverán este año, pero representan sólo un hilo de la madeja.

A los primeros cruces dados por Carlos Vives y Bloque, en onda tropipop; Aterciopelados y el primer Juanes, en el rock, hoy se suman bandas y artistas en todos los estilos, en lo que parece será la tercera gran onda expansiva del ‘rock latino’, luego del envión iniciático de Argentina en los 80, y la mencionada estocada de México en los 90.



Del abultadísimo inventario de bandas, podría mencionar el hip hop de Kafeína o el rock de Malalma, pero destaco especialmente dos nutridas y muy contundentes vertientes: la fusión más propiamente dicha, con la Banda República y Puerto Candelaria, a la cabeza; y la línea de electrónica revisada con Retrovisor, Pernett, Sidestepper y, sobre todo, el impactante colectivo músico visual de Systema Solar, que también trataré más ampliamente en la próxima entrega.

Lo interesante aquí no es que se sumen influencias. De Bajofondo a Robi Draco Rosa, de Calle 13 a Babasónicos, de Café Tacuba a Bomba Estéreo, de Orishas a Bersuit, del rapson al neotango, del templadismo al mangue beat… en todo el gigantesco arsenal de artistas, movimientos y sonidos, clásicos o emergentes, de América Latina no hay un reflejo de co-presencias o simples ‘actualizaciones’. Existen imbricaciones profundas, procesos de apropiación que funcionan y se articulan, a través de mecanismos bastante más complejos, como intentaremos explicar en nuestro último post de esta serie: Mas allá de lo ‘auténtico’: las estrategias de la creación musical latinoamericana.



*Ésta es la quinta entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: