miércoles, 7 de mayo de 2008

Gabriela Montero: Le dan una melodía y conquista el mundo (y II)

“Give me a tune”, pide vestida de gala frente a un imponente piano Steinway. Podía haber acabado de fascinar al público con su interpretación de Rachmaninoff o Beethoven, en Londres, Nueva York o Hamburgo. Pero con Gabriela Montero hasta el escenario más solemne toma luego una atmósfera más parecida a la de un club de jazz o a una fiesta de amigos.

“Claro de Luna”, se atreve un señor. “El cumpleaños feliz, que mi nieta está cumpliendo cuatro hoy”, salta otro. “I will survive” tararea uno más osado, y el más descarado propone el ring tone de su móvil.

Ella sonríe, chequea el tema rápidamente en el piano y, tras una pequeña pausa, transforma cualquier línea melódica –la más banal o la más sublime- en lo que bien podría ser una sonata de Bach, Haydn, Schubert o Chopin; algo que suena conocido pero a la vez es totalmente nuevo.


“Comencé a hacerlo en los conciertos, porque la gente no creía que improvisaba”, cuenta ella acerca de esta práctica de creación y performance por demanda. Sin importar lo complejo de la variación, la melodía original emerge entre una tempestad de matices: de Chopin al jazz, del tango a Debussy. “Ahora simplemente no puedo pararlos, se emocionan y si es por ellos me tendrían allí para siempre”.

Descubrió que podía tocar e improvisar desde muy pequeña. Sus padres la encontraron al año y medio interpretando las melodías que su madre le cantaba para dormir. “Siempre improvisé, ha sido como hablar”, confiesa. Pero este talento lo dejó tras bastidores hasta hace muy poco. “Tuve una profesora que prácticamente me dijo ‘olvídate de eso, no tiene ningún valor’”, cuenta ahora divertida ante el giro de su carrera.

Taboo breaker

Sus éxitos como intérprete clásico, en el sentido más estricto y tradicional, nunca han sido para despreciar. A pesar de ciertas pausas por motivos personales, es reconocida como una magnífica concertista. De hecho, en 2006 fue galardonada como mejor instrumentista, con el premio Echo Klassik de la Academia Fonográfica de Alemania.

Ha tocado con la Sinfónica de Berlín, la Filarmónica de Tokio, la Filarmónica de la Florida y la Filarmónica de Nueva York, dirigida por el célebre Lorin Maazel, entre muchas otras. Pero fue a partir del 2001, cuando Martha Argerich la vio improvisar, que comenzó la fascinación mundial y un entusiasmo que no se veía desde hacía mucho tiempo en el sector de la música académica.

“Me senté, improvisé y Martha enloqueció”, rememora Gabriela, todavía sin creerlo demasiado. Como en las películas de nacimientos de estrellas de rock, Argerich –considerada una de las más célebres pianistas del globo– no tardó ni un segundo en hacer las llamadas indicadas para relanzarla.


“Taboo breaker” la llama ahora la cadena de televisión CBS. “She is the hottest rising star in the classical music world, and the most controversial, as well”, resaltaba la nota en 60 minutes, al verla como podía estar una noche en el Queen Elizabeth Hall y otra en Joe’s Pub.

Actualmente es la artista más vendida del sello EMI Classics. Su disco Bach & Beyond –donde, a partir de la música de Bach, demuestra su dominio de diversos idiomas musicales– ha ocupado varias veces el Top 10 en la Billaboard Charts. Igual camino viene recorriendo Baroque, su última placa editada el año pasado, esta vez de improvisaciones sobre piezas del barroco y calificada con 5 estrellas por la BBC Music Magazine.

El viejo arte

Gabriela no es, obviamente, la primera en improvisar. Mozart, Liszt, Bach y Beethoven eran adorados por sus audiencias cuando se daban a las variaciones. Y desde siempre la improvisación ha sido un elemento esencial del jazz.

Sin embargo, en la música clásica a partir del siglo XX sólo muy pocos artistas, como el recientemente fallecido Karlheinz Stockhausen o Gyorgy Ligeti, incluyen elementos de improvisación.

En ese sentido, Gabriela apuesta por todo. No ha abandonado el repertorio clásico. Pero la segunda parte de sus conciertos siempre la dedica a las improvisaciones, tal y como lo hizo hace más de diez años en el recital relatado en la anterior entrada.

“Por eso debe ser que dicen estoy rompiendo barreras”, comenta ella, recordando el premio Echo Klassik que le entregaron el año pasado, en la categoría Mejor Período Clásico sin Fronteras.

“Si bien lo que hago tiene una tradición muy antigua, hoy casi ya no existe. Y lo bonito es que estoy uniendo públicos: el que va a escuchar los temas más clásicos y el otro que se fascina con la parte de la improvisación, y que no necesariamente estaba involucrado con lo académico”.

La interactividad con el artista es difícil de resistir. En su sitio web mantiene la sección Life in my living room, donde los visitantes pueden solicitar improvisaciones a partir de cualquier melodía. Hasta el ancla de un programa de televisión alemán cayó en la tentación de hacer la prueba.

Lo que más suele sorprender es la naturalidad y libertad de sus notas. “En el jazz, si bien es cierto que hay una improvisación libre, se hace con un esqueleto”, explica. “Los jazzistas saben a dónde van, a qué acordes quieren llegar, a qué armonías, cuántos compases van a hacer. Yo no tengo nada”, aclara ella.

Nunca estudió armonía o composición, precisamente “para preservar esa pureza, ese no razonamiento cuando improviso”, se justifica. “Yo nunca sé a dónde voy a parar. Es como tirarse en parapente. Tú sabes que vas a caer, pero no sabes dónde, ni cómo te va a llevar el viento. Esa es la sensación”. Y es ese salto al vacío lo que tiene a todo el mundo perplejo:

“No pienso en nada. No hay antes o después. Dejo que esa fuerza, que eso que maneja mis manos, haga lo que tenga que hacer. Escucho las armonías. No sé que son, simplemente las escucho y las toco. No puedo decirte qué hice después de haber improvisado. Tengo la sensación de lo que sentí, pero no sería capaz de tocarlo de nuevo a menos que escuche una grabación y tratara de copiarlo, de conectarme con aquella sensación. Y probablemente, incluso así, la segunda vez se convertiría en otra cosa”.

jueves, 1 de mayo de 2008

La noche que me enamoré de la pianista Gabriela Montero (I)

La primera vez que escuché de Gabriela Montero, la pianista venezolana que tiene enloquecido al mundo de la música académica con sus improvisaciones, fue por mi hermano Carlos. Y no creo que pueda tener mejor presentador. Así que aquí va su testimonio. Una vez hechos los honores, ya habrá tiempo para degustar su talento y enterarnos, en una entrevista a la propia Gabriela, de su historia y próximas presentaciones.

“Sería hace no menos de una década, probablemente en 1994, cuando apareció en el periódico que Gabriela Montero iba a tocar un recital en la sala Ríos Reyna (del Teatro Teresa Carreño). Ella ya me gustaba bastante, pero hasta ese día aún sentía cierta preferencia por Carlos Duarte.

“Había muy poca gente. Gabriela salió al escenario y lo primero que hizo fue pedir a los que estaban en el balcón que se acercasen, rompiendo el protocolo y convirtiendo la cosa en algo íntimo y familiar. Bajaron los del balcón y logramos apenas llenar las primeras filas, no mucho más.

“El programa, si mal no recuerdo, era todo o casi todo Beethoven. No sé exactamente que tocó, pero sí recuerdo la sonata Apassionata. Ésa la recuerdo clarito porque escuchándola, esa noche, fue cuando me enamoré de Gabriela Montero. ¡Que Carlos Duarte ni que ocho cuartos!

“Al final del recital y después de unas rondas de aplausos llega Gabriela y dice: ‘voy a hacer algo ahora que nunca hice antes en público; voy a improvisar’. Quizás dijo ‘que no hago hace mucho’, no sé. Igual, lo que dijo me impresionó.

“Como si ya no hubiese roto suficientes reglas esa noche, se iba a poner a inventar, cual si fuera un jazzista tripeando con un saxofón en un bar de New Orleans, allí con su Steinway y en plena Sala Ríos Reyna.

“Se sentó en el piano, pasó como un minuto en silencio y comenzó a tocar... No eran variaciones de temas conocidos lo que tocaba, ni paseos aleatorios por escalas ‘seguras’ como hacen los jazzistas baratos. Era todo nuevo y a la vez no nuevo; me sonaba como a Chopin, pero nunca lo había escuchado antes.

“Era demasiado complejo y perfecto para ser inventado sobre la marcha. Yo, simplemente no me lo creí. Pensé que era algo que quizás ella había compuesto y nunca había tocado en público, pero no, no podía ser 100% improvisado. De todas maneras, su Apassionata había sido suficiente para dejarme loco y nunca perdí oportunidad de verla en concierto, mientras vivía en Caracas.

“Pasaron los años. Me vine a USA y dejé de seguir su carrera. Me extrañaba no escuchar más de ella en las noticias. Yo le tenía mucha fe y hubiese esperado una exitosa carrera internacional. Pero eventualmente, ya no supe más.

“Más de veinte años después de la Apassionata, a finales del 2006, el jefe de mercadeo de la compañía donde trabajo me comenta una mañana: ‘Anoche vi una pianista venezolana en el programa 60 minutes’. Yo no tardé ni un segundo en decir ‘¡no me digas que era Gabriela Montero!’

“No sólo era Gabriela Montero, sino que el programa se centraba en su regreso triunfal a los escenarios internacionales, después de años sin tocar, y de la característica que la destacaba de entre todos los pianistas clásicos del mundo: ¡su increíble capacidad para improvisar!”.