viernes, 12 de diciembre de 2008

BAC 08 - Festival de Arte Contemporáneo de Barcelona: ¿Rebelión del arte o imagen de postal?

La visita a ferias y festivales de arte contemporáneo, especialmente salones para jóvenes artistas, ha terminado produciéndome cierto recelo.

Como previendo que con los códigos de las viejas “bellas artes” no llegarán a nada, los noveles artistas suelen apelar mucho a la “instalación”, al “multimedia”, al “videoarte”, al cruce de tendencias y a la reutilización de elementos.

La inclinación no es mala de por sí. De hecho, por profesión y afición tiendo a apreciar las potencialidades de la tecnología y los nuevos medios. El detalle es que, en muchos casos, siento se hace más como fuego de artificio, para evitar cualquier relación -y comparación desfavorable- con el “viejo arte”, que por una búsqueda de expresión.

El Festival de Arte Contemporáneo de Barcelona (BAC 08), que hasta el 28 de diciembre ocupa el primer piso del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), ha querido “vincular diferentes lenguajes de expresión artística, acercándose tanto a artistas emergentes como a los consagrados”.

No hay tanto despliegue multimedia como he visto en otras muestras, pero sí bastante fotografía –obviamente intervenida por el photoshop- y una apropiación de los mecanismos del lenguaje publicitario, para denunciar el tema que sirve de hilo conductor: el consumismo.

Con el lema “Reveille-Toi” (rebélate), esta novena edición pretende ser una crítica al fenómeno del consumo y, según resalta el panel de la entrada, una llamada “a la acción, más allá de la contemplación, de la mano de sus viejos aliados, el arte y el pensamiento”.

Más de 100 artistas nacionales e internacionales fueron reunidos para reflexionar “en torno al tema del consumo, en las tendencias, la moda, el arte y la publicidad”. Y sí, al iniciar mi recorrido, fui topándome con las principales ideas –cabría mejor decir tópicos- respecto al consumo:

Varias versiones de la idea de identidad escindida…





...o del sujeto castigado por las exigencias sociales…





... variaciones del individuo replicado o producido en masa…





... versiones de la personalidad ilusoria construida por la publicidad y las marcas…



Y poco más. Y es que más allá de las técnicas, de las mejores o peores ideas, y de las más o menos hábiles maneras de llevarlas a cabo, a veces me quedo extrañando la vieja idea de comunicar algo.

Por supuesto que lo minimalista, el vacío, e incluso lo que nunca pensamos se consideraría arte, puede decir mucho. Pero eso ya lo comprobó y rubricó Duchamp en su urinario invertido.

En esta exposición, aunque hay obras que llamaron mi atención y en general podría decirse que técnicamente están muy bien realizadas, siento que no hace falta más que unos segundos para captar todo lo que son capaces de decir.

Y no precisamente porque las obras tengan el impacto y efectividad de comunicación de un spot publicitario, esos que sí logran llamar a la acción: a consumir; sino porque en su mayoría no van mucho más allá de lo que decía el panel de la entrada.

Sólo cuando ya me retiraba una obra logró retenerme largo tiempo: una pared cubierta de pequeños dibujos sobre unas servilletas, con escenas cotidianas de un par de chicas; “Hogar dulce hogar”, del colectivo Las tAradas.

Lo primero que llamó mi atención fue –por contraste con el resto– el tipo de trazo como de dibujo a mano alzada sobre el soporte efímero. Luego noté que en realidad estaban impresos, pero, al acercarme, cada escena de esos cuatro meses consecutivos, fechados con un sello como el que se utiliza en un archivo de oficina, fue añadiendo matices y capas a ese concepto de vida cotidiana contemporánea.









En lugar de acudir a los tópicos de denuncia a la sociedad consumista, Marta Fuertes y Maria Soler se volcaron hacia lo íntimo, para revelar con imágenes banales, vergonzosas o ridículas, cómo el individuo vive y sobrevive en el espacio privado, donde los cuerpos se enferman, se curan, se acicalan, lloran, gritan… dan forma humana a la sucesión de los días, más allá de las imposiciones de conducta del exterior.

A la salida del CCCB pregunté si tenían más información de la exposición, tratando de encontrarle más sentido y “contenido” al resto de las obras. Pero la chica me respondió sucinta: “sólo tengo unas postales”.

Aunque en casa encontré bastantes más datos en el sitio web del festival, eso no me quitó la sensación de que, paradójicamente, pretendiendo denunciar lo reductivo del consumismo, el mensaje de muchos bien podría resumirse en una imagen seriada e inocua de postal.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Madagascar, pingüinos y los secundarios que se roban el show

A Daniel

Pensando en ir a ver la secuela de Madagascar, Escape 2 Africa, casi exclusivamente por los pingüinos, pensé en hacer un breve post en homenaje a esos personajes secundarios que se roban el show.

No me refiero a algunos antagonistas que se revelan rápidamente más interesantes que el plano y soso protagonista de muchas de las películas animadas. Tampoco necesariamente al compañero que lo apuntala.

Me refiero a esos caracteres que con frecuencia aparecen en historias paralelas. Son personajes de comparsa que, en teoría, sirven de ambientación y guiño simpático, pero que se te quedan tan pegados en la retina, que terminan motivándote a ver las secuelas de películas medianas o, incluso, malas.

La industria lo sabe, así que va dándole cada vez más minutos en las siguientes ediciones, cuando no el total protagonismo en cortos, promociones y hasta spin off.

Aquí coloco a tres de ellos.

Los Pingüinos: Corto de Navidad

En la primera Madagascar, las escenas que más disfruté fueron, sin duda, las de estrategia de los pingüinos, además de algunas con Melman, la jirafa hipocondriaca. Aquí coloco el corto de navidad –doblado al español latino, que considero quedó muy bueno– donde se los puede ver en todo su esplendor de planeación y acción... además de "bonitos y gorditos".


Burro: Ogres are like onion

De Burro hay un montón de escenas notables en Shrek. Hay líneas que recuerdo –en su excelente doblaje al español latino–, y no puedo evitar sonreírme: “porque estoy solito”, o “jue horrrrifble, jue horrrrifble ". Entre mis amigos, lo citamos constantemente, ya casi sin darnos cuenta, para relatar nuestras vicisitudes cotidianas.

De hecho, aquí estoy haciendo una excepción. Burro no es de ninguna manera un personaje de comparsa. Con su torpeza y candidez es el catalizador de la acción. Pero lo más interesante es que, casi como un Sancho Panza, ilumina a Shrek; interactuando nos muestra su esencia y resume el espíritu de la historia, como sucede en esta escena.




Scrat: Gone Nutty

La ardilla de Ice Age es la quintaesencia de estos personajes secundarios que crecen. Es el perfecto “breakout character", consiguiendo no sólo cada vez más minutos en las pelis –le sacan todo el jugo en los trailers-, sino cortos especiales, videojuegos y apariciones y homenajes en series como Family Guy, The Simpsons y South Park. Aquí está el primero de sus cortos:




El último lo sacaron de YouTube, pero se lo puede ver aquí: No time for nuts

¿Cuál otro personaje recuerdas tú?

domingo, 30 de noviembre de 2008

Javier Limón en Barcelona: el zumo que espesa el flamenco

Este fin de semana Javier Limón se lució en el centro del escenario. Pero no porque los carteles del 40 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona anunciara la velada como “Son de Limón - Javier Limón + artistas invitados”, ni porque él se exhibiera como la superestrella.

Todo lo contrario, Javier Limón brilló porque, como ha hecho tantas veces en su rol de productor, empuja hacia el haz de los reflectores a cuanto talento se topa o, mejor dicho, a cuantos lo terminas orbitando, confiados en que él ve lo que son capaces de ser y hacer mucho antes de que lo reconozca el mundo.

El viernes en el Teatre Joventut y el sábado en el Auditori can Roig i Torres, fue alrededor suyo y aupados por una sonrisa que evidenciaba admiración y amistad –al igual que sus “¡olé, Concha!”, “¡olé Piraña!”- que los artistas se fueron soltando.

“Hoy estamos entusiasmados”, dijo Javier al inicio de la noche, justo antes de dedicarle el concierto a la madre de Concha Buika. Y entonces se los vio juguetear cómodos y contentos; libres para hacer cuajar la mejor música, a partir del flamenco-latin-jazz como la han catalogado, pero perdiéndose rápidamente en una amalgama de música de raíz, viva y cambiante, difícil de capturar, fijar o etiquetar.




El variopinto batallón lo conformaban más de 10 músicos provenientes del flamenco y la música latina –especialmente de Cuba-, logrando una atmósfera intimista y divertida, a veces sensual, a veces festiva, a veces conmovedora. Todo quizá con la sabiduría técnica del jazz, pero siempre con la naturalidad y vitalidad de lo popular.

Aunque sin duda se trataba más de un concierto de banda que de solista, podríamos destacar algunos aspectos individuales: Javier Limón en la guitarra, pero especialmente por esa indiscutible aunque sutilísima dirección musical; el cubano Iván “Melón” Lewis con unos solos contundentes y traviesos en el piano.

También impresionó Dany Noel, quien marcó el pulso en su bajo de seis cuerdas, y aportó un fresco fraseo en el canto –su versión latina de "Ojos Verdes" fue notable-; así como los espectaculares metales de Carlitos Sarduy en la trompeta, Geandelaxis Bell “Mandela” en el trombón, Román Feliu en el saxo alto, e Inoidel González en el saxo tenor.

A riesgo de tener que alargar la nota, sería injusto no mencionar la mestiza sección rítmica, quizá de lo más característico de la banda: Enrique Ferrer en la batería, “Piraña” –el de Paco de Lucía- en la percusión latina, Ramón Porrina en la percusión flamenca, más la participación especial de Horacio “El Negro” Hernández, también en la batería. Como guinda estaba la pícara desfachatez del bailaor Farru, y la voz rasgada tan particular de Concha Buika. (De ella hablé anteriormente, en el post: Buika: Poderoso viaje afro flamenco, sin turbulencias)

Las propiedades del Limón

Más que un concierto, parecía una reunión de amigos que se divertían descargando. Y quizá fue esa energía la que atrajo a más jóvenes de los que hubiera visto nunca en un concierto de jazz en Barcelona.

El del saxo ayuda al nuevo a incorporarse al bailecito de banda salsera; el del bajo le hace señas al trombón, celebrando la ocurrencia del pianista; otro cualquiera hace una mueca y todos se destornillan de la risa, recordando diez mil chistes internos.

Aparece Buika y todos babean, como si fuera la bella e inalcanzable hermana mayor de uno de los compañeros de la bandita. Es la venus negra, la princesa africana de la que todos están enamorados. Entrañable y buena les canta y se mete en su juego. Apasionada y cómplice, al cantar gime, ríe y llora. Un berrinche no podría ser más divertido y musical, que saliendo de su boca y de su ademán de llanto; y su versión de "Volver, volver" no podría ser más conmovedora.




Sólo el descarado de Farru osa acercársele en la última pieza del bis. Se le arrima mientras ella canta algunas de esas frases de amor y desengaño: “a mí, a mí se me está acabando la paciencia”, y todo termina resolviéndose en un divertidísimo contrapunteo de scat y taconeos.

Sin etiquetas

Cuando en su afán por integrarse a la Comunidad Europea, España por momentos parece olvidar sus vínculos con Latinoamérica, es un placer ver como Javier Limón asume la relación con naturalidad y provecho.

Desintoxicado de prejuicios y fungiendo, sí, casi como un antioxidante, Javier Limón dinamiza la música, enriquece el flamenco con nuevas aromas, sin olvidar las raíces andaluzas, africanas o americanas.

Sabiendo como poner a punto el talento sin etiqueta, como productor fue el catalizador entre Bebo Valdés y Diego el Cigala, para el maravilloso disco “Lágrimas Negras”, así como para tantas otras entregas notables de Paco de Lucía, Niño Josele, Andrés Calamaro, Concha Buika, Carlihnos Brown y Jerry González.

Como intérprete, en directo cosecha una paleta de colores amplia y jugosa, donde las percusiones flamencas se visten con pianos y metales de raíz latina; donde las melodías pueden ser interpretadas tanto por la guitarra, como por la trompeta, el saxo o el piano; donde una copla puede cantarse como un son, donde éste puede quebrarse en disonancias jazzísticas, y donde el otrora bongosero terminado encarnado en el Farru, como en la maravillosa descarga de 'De madrugá-Kumbanchero'.




La mezcla inquieta a los puristas. “No se dejen engañar, no es flamenco”, advierten ciertos críticos por allí, mal enganchados en el hecho de que él coloque la palabra “bulería” al lado de algunos de sus títulos, pero casi siempre sin poder dejar de reconocer su valor.

Concentrado en ensalzar a sus músicos, al final del concierto presentó a todos menos a sí mismo. Varios saltaron para suplir su falta: “Javier Limón en la guitarra y dirección”. Y él sólo aclaró sonreído: “Manzana para los amigos”, seguramente será verde… limón.

(Los videos no son de sus conciertos en Barcelona. De distintas sesiones escogí algunos que tuvieran buena calidad de imagen y sonido. La atmósfera intimista, en cambio, lamentablemente es difícil de reproducir)

domingo, 23 de noviembre de 2008

Noruega y sus museos: se necesita museógrafo de buena presencia y mercadólogo con sensibilidad (y II)

Si bien uno de mis principales intereses al visitar Noruega era internarme en los fiordos, tal como comenté en el post Noruega, Munch y el alarido infinito en la naturaleza, la otra cara de la moneda era ver las pinceladas de Edward Munch y conocer algo de historia.

No tenía demasiado tiempo y, tomando en cuenta que se trata de uno de los países más costosos de toda Europa –o del mundo-, tampoco contaba con los recursos para verlo todo.

Nada más en la capital, Oslo, existen más de 50 museos. Ninguno de ellos tiene la escala de un Louvre, todos se pueden recorrer en una jornada. Pero si pretendía hacer la excursión a los fiordos y visitar la otra gran ciudad, Bergen, Capital Europea de la Cultura, había que elegir.

Tratándose del artista noruego más conocido internacionalmente y uno de los pintores que siempre llamó mi atención –inicialmente por The Scream, pero luego más por Melancholy y por Puberty, que recuerdo me impresionó mucho en el cole-, me encaminé primero al Munch-Museet.

Antes de morir, el propio artista donó a la ciudad de Oslo todas las obras que tenía en su poder, con las que un siglo después se inauguró este museo.

Emplazado junto al hermoso Toyenparken, en el barrio Tøyen donde se crió Munch, el bunker de hormigón, cristal y acero alberga la mayor colección del artista: unos 1100 cuadros, 4500 dibujos y 17000 grabados.

Bajo el título Munch becoming “Munch” la exposición vigente se pasea por sus inicios más academicistas; por su relación con los ambientes radicales de Cristianía, especialmente con el escritor anarquista Hans Jaeger (en el cuatro); por su vuelco al impresionismo cuando visita París y conoce las obras de Monet, Renoir, Degas, Pissarro y Seurat; y, finalmente, por el giro que dio a su trabajo, al entrar en contacto con las obras de Whisder, Gauguin y Van Gogh.

Me pareció especialmente valiosa la reconstrucción de la entonces “escandalosa” exhibición de Berlin, de 1982, clausurada a los pocos días de abierta, por la intensa reacción del público y los furiosos debates en la prensa, donde se publicaron caricaturas como ésta.

No obstante, extrañé ver como por fin Munch se volvió “Munch”, la firma, el maestro fundador del expresionismo, tal y como prometía el título.

¿Y dónde quedó El Grito?

El Munch-Museet se supone atesora las obras más emblemáticas de cada uno de los períodos del pintor y grabador. Y aunque se entiende que no se expongan todas y que muchas se presten a otras instituciones, fue imposible quitarme la sensación de “¿será que me salté una sala?”, al toparme con la salida, sin ver siquiera alguna de sus versiones de El Grito –sí, cual músico, le gustaba hacer variaciones de un mismo tema, y en el caso de este cuadro, existen cuatro originales.

Tras los robos de Madonna y The Screem, el museo reforzó las medidas de seguridad, por lo cual las mejores piezas se exhiben detrás de paneles de vidrio. Sin embargo, me pregunto si no necesitarían también un museógrafo y un buen mercadólogo. Ellos probablemente hubieran impedido semejante hueco histórico y tamaña insatisfacción.

Mi guía de viajes parecía iba a ayudar a saciar mi sed de Munch. En la Universidad de Oslo –decía- estaba el auditorio donde antes se entregaba el Premio Nobel de la Paz: El Aula, célebre por los murales que el propio Munch consideró eran su mejor obra.

Fui hasta allí, pero luego de perderme por las salas de estudio y bibliotecas, una secretaria me dio la insólita noticia: “El Aula está cerrada desde hace años, ¿por qué no vas al Museo de Munch”.

Cuanto ya había perdido casi toda esperanza conseguí la “sala que faltaba”. En la National Gallery, había un salón especial donde gratuitamente se podían ver pero no fotografiar Melancholy, The Screem, Puberty, The Day After y otras entregas célebres.

El Munch-Museet cuenta con obras equivalentes que hubieran completado perfectamente el recorrido histórico del artista; pero curiosamente no las expone ahora. Tampoco explica nada en el tríptico, en los paneles o en la audioguía, que me resultó pomposa, reiterativa y poco práctica.

De museografía y mercadotecnia

Fallas de museografía también noté en el Museo Histórico. Aunque no se trata de un museo temático especializado, como el Vikingskipshuset, esperaba que hubiera algo interesante sobre su pasado vikingo.

Lo había, al igual que piezas de la cultura inuit ártica. Pero todo estaba pobremente expuesto, si acaso sólo organizado cronológicamente: algunos dioramas, algunas vidrieras con objetos; los cuales, para colmo, en caso de haber sido prestados, no eran sustituidos ni reorganizados. La aureola de polvo hacía notar más su ausencia, que el cartel avisando del préstamo.

No pude percibir un hilo conductor más o menos didáctico, ni en la distribución de las piezas, ni en el escaso material entregado. Mucho menos conseguí un toque lúdico, divertido o motivante, como el que sentí en el Museo de Historia de Catalunya, por ejemplo; ni hablar de los museos de Londres o Nueva York.

La otra sorpresa me la llevé al salir. Si bien la ciudad se muestra cosmopolita y con ese aparente balance entre humanidad, naturaleza y modernización, las tiendas de los museos y galerías me resultaron bastante limitadas, ingenuas, en cierto sentido, vírgenes ante las estrategias de marketing. Lo poco que se podía adquirir eran postales, algunas reproducciones y ciertos libros; también algo de joyería a precios estrambóticos.

Yo, que viviendo en Barcelona, de Gaudí podría conseguir hasta pañales, me quedé con las ganas de aumentar mi colección de libretas –lo único que compro en la categoría de souvenir-, con alguna que capturara la particular visión de Munch. Definitivamente a los noruegos les va mejor en el turismo outdoor.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Noruega, Munch y el alarido infinito en la naturaleza (I)

Quizá lo único que me venía a la mente de Noruega, antes de empezar a leer la guía de viajes y pisar finalmente su suelo, era su pasado vikingo, El Grito de Munch y la inmensidad de los fiordos.

Ya inmersa en la tarea, recordé que ahí se entrega el Premio Nobel de la Paz, un evento que allá me enteré se vive, guardando las distancias, cual final de campeonato: las actividades se paralizan, para sintonizar en grupo el anuncio en la televisión.

Noruega es considerado uno de los países más pacíficos del mundo –en 2007 ocupaba el primer lugar en el Global Peace Index, siendo superado en 2008 sólo por Islandia y Dinamarca– y ostenta uno de los más altos índices de desarrollo humano –el primero en 2006, y el segundo en el Informe 2007-2008.

Se la conoce, pues, como una de las sociedades más “de acuerdo” del mundo. Sigue manteniéndose fuera de la Unión Europea, aunque participa en el mercado único, y conserva muy vivo su idioma, aunque la inmensa mayoría también habla inglés.

El haber surgido en un medio hostil y a la vez benevolente –las aguas del Golfo hacen que buena parte del territorio sea habitable-, heredando un pasado de navegación y fructífero comercio, parece haberle dado a los noruegos el empuje y la apertura para explorar y abrirse caminos, asimilando lo extraño de una forma muy particular.

Son capaces de torcer y cortar la naturaleza lo suficiente como para construir los puentes, túneles y vías ferroviarias que hoy comunican el accidentado territorio, permiten la fecunda explotación petrolera y hacen ver a su país entre lo más alto de la civilización.

Pero lo curioso es que tal civilización aparece enclavada en medio de esa inmensidad natural, como si así hubiera sido desde el inicio de los tiempos, como si las casitas de colores con los puertos enfrente hubieran germinado igual que los árboles del valle, apenas derretirse el glaciar.

Y entre lo limpio de la ciudad de Oslo, el cronómetro que indica cuántos minutos faltan para que llegue el próximo autobús, y el profundo silencio sólo interrumpido por las risas de los niños que juegan en los charcos de la nieve derretida, envueltos y protegidos por la maravilla de los diseños de invierno; me pregunté qué haría a Munch pegar ese grito.

Pensé si sería la calma, el orden que lleva al aburrimiento, el tedio de tener todo resuelto. Así al menos se suelen explicar los suicidios de estas partes del mundo, desde la óptica de un país como Venezuela, donde si amaneces un poco oscuro te retan con un “levanta ese ánimo” y ser introspectivo es una especie de pecado mortal.

Pero cuando abordé el primer tren para adentrarme en los fiordos, al ver la sobrecogedora nada blanca, las cordilleras rasgadas entre la neblina y un sol que nunca llega al cenit, vi que la naturaleza también lleva un grito por dentro.

Ya lo decía el propio Munch, al hablar de cómo surgió su más conocido cuadro: “Iba caminando con dos amigos por el paseo –el sol se ponía- el cielo se volvió de pronto rojo –yo me paré- cansado me apoyé en una baranda –sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego –mis amigos continuaban la marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo- y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”.

Hay muchos que hacen este viaje como una luna de miel. Pero yo, cuando llegué al puerto de Gudvangen y tomé el bote que nos internaría en Nærøy, un fiordo lateral del Sognefjorden, el más estrecho de Europa, no pude evitar verme sumergida –y sobrecogida- en el cuadro Melancholy.

El ambiente no es sólo lo que sale en las fotos de los paquetes turísticos. Hay una atmósfera que no se puede capturar en fotografías, por más cielos azules que se retoquen –o fabriquen- en photoshop.

La orilla de un fiordo puede ser como la imagen de la izquierda, pero también como la de la derecha.










Un atardecer puede lucir como el de la fotografía y al mismo tiempo encender el grito existencial de Munch.









A pesar del agua caliente, de la calefacción cómoda y del Ferrocarril de Flam, que presuntuoso trepa la montaña, a razón de un metro de subida por cada 18 metros de distancia, el desasosiego también está allí.

Hay algo en el silencio cortado por el viento, en el trueno del hielo que se desploma en las cascadas, en la luz que cae siempre oblicua, en lo escarpado y áspero de las montañas, en la fuerza del agua que corre debajo de los túneles, en la gama de rojos y naranjas que zanja el cielo. En cada encuadre hay algo que te recuerda que no todo está bajo control.

En esta época del año y con mi humilde cámara no pude fotografiar ningún firmamento prístino como el de las guías de viajes. Pero creo que prefiero mis cielos oscuros, mis montañas grises, mis pueblecitos duplicados en el agua entre la niebla, y el recuerdo de una atmósfera que no te la puedes llevar en un souvenir y que, sin duda, capturó mejor Edvard Munch.

(Las fotos de los fiordos fueron tomadas por Susana Funes, salvo la del atardecer, capturada por Fredrik Westin)


domingo, 9 de noviembre de 2008

Nicholas Payton Quartet en Barcelona: lo de menos fue su trompeta

Al verlo salir escondido debajo de un sombrerito, con el rostro inexpresivo, resultaba un poco extraño conectarse con ese grito de “everybody” que el líder del Nicholas Payton Quartet lanzó al empezar su concierto, ayer en Barcelona.

Los sonidos iniciales parecían querer evocar más su pedigrí festivo. Nacido en una familia de músicos, Nicholas Payton llegó a tocar en el histórico French Quartet en las fiestas de Mardi Grass, y dedicó parte de sus primeros discos a la música tradicional de su originaria Nueva Orleáns.

Pero el concierto cambió rápidamente de este principio -a mi juicio un tanto resbaladizo por la contradicción entre porte y sonido- a un tono bastante más melancólico, quizá más acorde con su último disco Into the blue (2008).

La velada formaba parte del ciclo ¡Trompetes!, del 40 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona. Y no era de esperarse otra cosa. En sus inicios fue como trompetista que figuras como Wynton Marsalis lo apadrinaron, acogiéndolo finalmente en su banda.

Como tal, participó en la película Kansas City (1996) de Robert Altman; formó parte de la banda Jazz Machine de Elvin Jones; tocó con Ravi Coltrane, se fue de gira con la Jazz At Lincoln Center Orchestra; apareció con la Carnegie Hall Jazz Band en el Newport Jazz Festival All Stars; y ganó un Grammy como Best Jazz Instrumental Solo.

Lo curioso es que en la sesión de ayer, lo que menos brilló fueron sus dotes como trompetista, sin que eso significara –para nada- que haya sido un mal concierto.

En escenario se apareció con un cuarteto –y no con un quinteto, como grabó sus últimas placas- conformado por el bajista Vicente Archer, el baterista Marcus Gilmore y el percusionista Daniel Sadownick. Faltaba su otrora pianista, Kevin Hays, pero a cambio fue el propio Payton quien tomó el teclado.

Sujetando con la mano derecha su trompeta, cual si fuera parte natural de su cuerpo, con la izquierda fue tocando acordes en el teclado, que daban una atmósfera muy particular a cada una de las piezas.

El concierto fue evolucionado para transmitir desde las sutilezas del mar o del aire, hasta las más contundentes descargas. Sin protagonismos forzados, pero dando paso a lo que cada uno tenía para dar, los músicos fueron turnándose sus solos como es de esperarse, quizá con un performance un tanto frío, pero técnicamente afiatado y firme.

Especial mención merece el percusionista Daniel Sadownick –por cierto, el único blanco- quien realmente dejó sentir durante todo el concierto cómo la música realmente fluía por su cuerpo.

Hasta la rabia -y posterior ingenio- se pudo constatar al verlo manejarse frente a un platillo que se empeñaba en salir volando, sin que ningún roadie le echara una mano. Su solo fue para mí lo mejor de la noche, transportándome de una suave llovizna, a una tormenta brutal de beats, sin que la fuerza empañara nunca la expresividad. Habrá que seguirle la pista.

Haciendo balances, resultó interesante e impresionante ver con qué naturalidad Payton podía manejar ambos instrumentos; comprobar cómo la trompeta se ha vuelto como una extensión de su boca y cómo el cuarteto lograba, por momentos, unas atmósferas muy particulares, con asidero en la tradición pero de vuelo contemporáneo e intimista.

Sin embargo, dado sus antecedentes, extrañé ver más su performance como trompetista, como se lo ve en este video.



Quizá con mayor “delirio” en el instrumento, hubiesen encajado mejor las bromas del bis, cuando Payton aupaba al público a cantar de pie “Obama, Obama”. La audiencia, muy civilizada, sólo estuvo 15 segundos de pie.

(Si quieren saber más de su nuevo disco, aquí hay una nota interesante con los comentarios de Nicholas Payton sobre Into the blue)

miércoles, 22 de octubre de 2008

Kosmopolis 2008 para escritores ¿comprometidos?

Ante los cambios climáticos, guerras, migraciones masivas, terrorismo global, brechas sociales y erosión de las libertades básicas, ¿qué puede hacer el escritor y el artista?

Ésta es la pregunta que creadores como los ganadores del premio Nobel de Literatura Gao Xingjian y John Maxwell Coetzee, así como el reciente acreedor del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Tzvetan Todorov, intentarán responder a partir de hoy en Kosmopolis 2008, la Fiesta Internacional de la Literatura, que se realizará hasta este 26 de octubre en Barcelona, España.

Bajo el título “Escritores para el cambio”, la cuarta edición de este encuentro bienal, que se celebra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), explorará las diferentes maneras en que los escritores asumen las nuevas causas sociales, científicas y ecológicas, “no sólo a través de su obra, sino también en actividades extraliterarias”, explica su director Juan Insua.

Aunque en lo personal prefiero diferenciar muy bien lo que es la obra de la vida de los artistas y no confundir el valor de creaciones con buenas intenciones, el evento pretende revisar la vieja polémica entre literatura y compromiso, “resituando la función de la literatura en un tiempo de cambios inéditos y acelerados”. Veremos qué resulta.

La inauguración estará a cargo del escritor chino Gao Xingjian, con su obra Después del diluvio, de quién también se mostrarán sus lienzos de gran formato en el Centro Cultural del Círculo de Lectores. J.M. Coetzee, por su parte, ofrecerá una lectura grabada –sí grabada, no se emocionen- de algunos fragmentos de su libro Diario de un mal año.

El pensador y lingüista Tzvetan Todorov reflexionará sobre el terrorismo global y su obra La guerra no se acaba, justo al día siguiente de que recoja el Premio Príncipe de Asturias.

Serán 130 escritores de 25 países quienes participarán en esta edición. En comparación con otros años, la representación de Latinoamérica es bastante más humilde. “Tratamos de que Latinoamérica siempre esté –dice Insua- y esta vez aprovechamos que hay muchos autores que viven aquí”, justifica. El presupuesto, pues, parece haberse encaminado más a lo anglo, lo europeo y al soporte de nuevas tecnologías.

Del nuevo-nuevo periodismo al rap y la web 3.0

Como segundo tema principal, Kosmopolis 2008 disertará acerca del periodismo en el siglo XXI, analizando, por un lado, el impacto de los nuevos medios en el oficio, con las intervenciones de padres e impulsores del periodismo cívico, como Dan Gillmor y Francis Pisani.

Las dificultades a las que debe enfrentarse el periodismo de investigación y el ahora llamado nuevo-nuevo periodismo será la otra arista tratada, con la participación destacada de la periodista israelí Amira Hass, quien se instaló en 1993 en Gaza y desde 1997 vive en Ramala, Cisjordania, convirtiéndose en la primera periodista israelí residente en los territorios ocupados.

Concebido como un encuentro para la visión “ampliada” de la literatura, donde la palabra oral, la palabra impresa y la palabra electrónica interactúan en relación dinámica con las artes y las ciencias, Kosmopolis también reserva un espacio para la literatura en nuevas vertientes.

Allí se revisará, por ejemplo, de qué manera géneros como el hip hop, el spoken word y la sound poetry están revitalizando la poesía con nuevas formas de dicción y un fuerte contenido social.

En este marco, Lou Reed recreará junto con Laurie Anderson, el recital de poesía catalana, “Made in Catalunya”, que realizó el año pasado en Nueva York, entonces junto a Patti Smith. Obviamente todos nos quedaremos con las ganas de música.

En otra línea temática del encuentro, “Literatura e Hipermedia”, se tratarán los dilemas de la interactividad, explorando las nuevas herramientas para la creación poética y analizando los mitos y realidades de las web 2.0 y 3.0 en la creación colectiva.

Habrá talleres y sesiones especiales para cada tema, con la participación de los escritores norteamericanos Robert Coover, creador de un nuevo sistema de hipertexto espacial inmersivo en 3D, llamado CaveWriting, y Bruce Sterling, considerado uno de los fundadores del movimiento cyberpunk, junto con William Gibson.

martes, 7 de octubre de 2008

De Delacroix, Chopin y las artes que se cruzan

Si algo se nota en este blog, es que la música para mí lo cruza casi todo. Melómana incurable, no sólo las melodías que suenen a mi alrededor me afectan, sino que también con demasiada frecuencia casi cualquier tono, palabra, imagen, lectura o pensamiento termina disparando referencias a mi discoteca mental.

En ese sentido fue más que divertido conseguir un viejo libro de ensayos del musicólogo madrileño, Federico Sopeña Ibáñez (1917-1991), donde exploraba qué significaba la música para escritores, pensadores y pintores, a través de sus diarios personales.

La verdad es que, si bien se llama Música y Literatura, el volumen no me resultó tan interesante en sus referencias a escritores.

Me pareció risible y un tanto patético que, aunque en la contraportada se vendiera el análisis de Kafka, el ensayo trataba más bien de justificar la inexistencia de la música en el autor: "Ahora me toca explicar, en lo posible, el porqué de la ausencia de la música no ya en los diarios sino en la vida misma de Kafka", decía Sopeña, de la menuda tarea. Como que al crítico y monseñor también le hacía falta vender.

No obstante, los escritos sobre pintores me parecieron bastante más sugerentes y curiosos.

El libro me motivó a buscar el diario de Paul Klee –el “pintor músico”, lo llamaba él- y también a ver desde otro ángulo a Eugène Delacroix, a partir de la curiosa relación que tenía con Chopin y su veneración absoluta a la música, como lo demuestran estas palabras:

“Hablándome (Chopin) de música se ha reanimado. Le pregunto qué era lo que establecía la lógica en la música.

"Me ha hecho sentir lo que es la armonía y el contrapunto y cómo la fuga es algo así como la lógica pura en la música, y que ser sabio en la fuga es conocer el elemento de plena razón y de plena consecuencia en la música.

“Yo pensaba qué feliz sería sabiendo todo esto, que es la desolación de los músicos vulgares, y este sentimiento me ha dado una idea del placer que los sabios, dignos de tal nombre, encuentran en la ciencia. Es que la verdadera ciencia no es lo que se entiende ordinariamente con esa palabra, es decir, una parte del conocimiento diferente del arte.

“No: la ciencia considerada así, demostrada por un hombre como Chopin, es también arte. Y, a la inversa, el arte no es entonces lo que el vulgo cree, es decir, una especie de inspiración que viene de yo no sé dónde, que camina al azar y que no presenta más que el exterior pintoresco de las cosas. El arte es la misma razón ornada por el genio, pero siguiendo su camino necesario, contenido en leyes superiores”.

Asumamos, pues, la visión romántica por un rato, y ¡salud, por las leyes superiores del arte!

(Imágenes: "Ancient Sound" de Paul Klee y "Chopin" de Eugene Delacroix)

sábado, 27 de septiembre de 2008

Vaso Roto: hibridación y particularidad

“It is simple, you see. You play. Which means you play without being played”.
(Yambo Ouologuem, Bound to violence).

Quizá lo mejor de vivir en Barcelona sea tener acceso a productos culturales que ni en tiempos de la Venezuela Saudita –sea la primera versión de Carlos Andrés Pérez, o el deja vu chavista de los últimos años- pudimos tener.

Curiosa e irónicamente, algunos de los libros que hoy son imposibles de encontrar en Venezuela –a causa de las limitaciones en la importación, producto del control cambiario- cumplen bastante mejor con los intereses de independencia y creación de voz propia que se aluden y diluyen en los discursos políticos.

El libro Vaso Roto (2005) del escritor congolés Alain Mabanckou nos llamó la atención inicialmente por una contemporaneidad en la forma: un discurso que simula oralidad mediante el uso de párrafos largos, ausencia de puntos, pausas hechas sólo por comas, narración en aparente desorden, profusa intertextualidad.

Pero lo mejor fue comprobar que la forma estaba directamente relacionada con el contenido y con la conformación de una voz híbrida que, aunque puede alimentarse de elementos del exterior –bien de un pasado colonial, o de las fuerzas globalizadoras-, éstos se retuercen y se reapropian fusionándolos con otros elementos y lecturas locales, para convertirlos en un instrumento de identidad y reterritorialización.

En lugar de mostrar historias políticamente correctas que pudieran colaborar en la creación de un concepto de estado-nación, o versiones edulcoradas y exóticas del África, el libro se compromete en mostrar los avatares tragicómicos de seres marginales –y marginados– asiduos clientes de un mugriento bar congolés.

Y es en este retrato disparatado y fuertemente cargado de humor que el autor apuesta por mostrar personajes minúsculos, no contemplados por la historia oficial, quizá los que la crítica postcolonial ha llamado subalternos.

Como amparado bajo la máxima de “describe a tu pueblo y describirás el mundo”, Mabanckou da una mirada distinta a la heterogénea y compleja África, cuyas inquietudes y pesares no resultan demasiado alejados a los vividos en otras partes del llamado Tercer Mundo.

Al inicio de la novela, cuando Vaso Roto –el personaje narrador– cuenta de la creación del bar “Crédito se fue de viaje” y su lucha por mantenerse en pie, Mabanckou ya dibuja el marco híbrido y complejo de estas historias, donde conviven estructuras políticas, económicas e ideológicas dejadas por Occidente, con elementos tradicionales, así como con las promesas no cumplidas de la modernidad y la independencia, ambos convertidos en una especie de broma nacional, donde “el ministro acusa, el presidente comprende”, pero nadie se hace responsable.

Play without being played o la aceptación de lo híbrido

Hoy día resultaría ridículo buscar reivindicaciones, tratando de volver a un sujeto puro, anterior a la colonización, que encarne una supuesta civilización no contaminada por el “imperio” o por las fuerzas globalizadoras.

Mabanckou, en lugar de asumir el postcolonialismo como una resistencia por conservar lo que se cree hubo, o a la recuperación nostálgica de un comienzo sin desencuentros, ilustra precisamente a un sujeto híbrido y discontinuo, a veces integrado, pero también en conflicto.

Escritor reconocido con diferentes menciones y ganador de la beca más prestigiosa de Humanidades de la Universidad de Princeton, Mabanckou reside en Estados Unidos, donde es profesor de literatura en la Universidad de California. Ciertamente no es un sujeto subalterno, pero su texto, más que mostrar una historia para-oficial realista, intenta burlarse, ironizar ante la imposibilidad de hacerlo y ante los discursos de quienes se creen capaz de escribirla.

No niega la colonización, la asume y se apropia de las herramientas del colonizador, de su lenguaje, de sus códigos y, especialmente, de su literatura, para darle un nuevo sentido. La literatura –dentro y fuera de la trama- toma importancia como una forma de documentar la historia y de comprenderla. No es gratuito que a una vendedora de comida la llame la Cantante Calva, o que el dueño del otro bar sea el Lobo Estepario, o que a una prostituta vieja se la conozca como Alicia “porque para las maravillas, hay que dirigirse a mí”.

Pero ello no puede interpretarse como alienación simbólica, sino como su denuncia en parodia, así como la aceptación de que esos códigos existen y que, muy probablemente, forman parte de su identidad.

Apropiándose del lenguaje, la simbología y los íconos de occidente, Mabanckou muestra así, no una África inocente y vulnerable ante las imposiciones simbólicas, exótica pero también subestimada, sino una África híbrida y compleja, quizá más cercana a lo que exponía Néstor García Canclini en su libro Culturas Híbridas.

No se trata, pues, de asumir la cultura como un sistema preexistente y compacto, con inercias que el populismo celebra y la buena voluntar etnográfica admira por su resistencia, sino de prestar atención a las mezclas y los malentendidos que vinculan a los grupos. Se trata de ver como cada grupo se apropia de y reinterpreta los productos materiales y simbólicos, como cada quien puede abastecerse de los distintos repertorios culturales.

Como establecía García Canclini, la primera condición para distinguir las oportunidades y los límites de la hibridación es no hacer del arte y la cultura recursos para el realismo mágico de la comprensión universal. Se trata, más bien, de colocarlos en el campo inestable, conflictivo, de la traducción y la traición. Las búsquedas artísticas son clave en esta tarea si logran a la vez ser lenguaje y ser vértigo; si logran, como Vaso Roto, nombrar también lo que no se puede o no se deja hibridar.

sábado, 9 de agosto de 2008

Construção: de las bandas sonoras que regresan siempre

En medio de este verano de trabajo empezó a sonar una canción que solía poner mi padre: Construção, de Chico Buarque.

Desde niña me encantó. Le pedía que la pusiera una y otra vez, tratando de entender exactamente las palabras en portugués que, de cualquier manera, ya había comprendido y sentido musicalmente.

La “construcción” se hacía toda en mi cabeza, en un juego de tono psicodélico tropicalista con conciencia social.

La recuperé en una escena parecida a la contada en mis Cacerías disqueras por el mundo, con el disco de Armstrong y Fitzgerald.
Pero esa vez tuve que cantarle mis recuerdos infantiles al encantador melómano que fue Pedro Benvenuto.

Apurando un trago de vino, en su particular tienda Jazzmanía, le tarareé una estrofa y él enseguida saltó acercándome el disco que la tenía.

Ya él no está y tampoco tengo a mi padre cerca para mostrársela. Pero en honor a ambos la dejé sonar y nuevamente resultó mágica, contundente.

Hoy, finalmente, busqué la letra. La canción era todo lo que siempre intuí y más. Sin duda, es una de esas bandas sonoras que regresan siempre.


(Es tan antigua que obviamente no hay video oficial, aunque sí versiones en vivo e "interpretaciones visuales" de fanáticos. Yo preferí colocar una de estas últimas, para conservar la música original. No obstante, vale la pena también ver las versiones en vivo)




Construçao
Chico Buarque (traducido por Viglietti)

Amó aquella vez como si fuese última,
besó a su mujer como si fuese última,
y a cada hijo suyo cual si fuese el único,
y atravesó la calle con su paso tímido.
Subió a la construcción como si fuese máquina,
alzó en el balcón cuatro paredes sólidas,
ladrillo con ladrillo en un diseño mágico,
sus ojos embotados de cemento y lágrima.
Sentóse a descansar como si fuese sábado,
comió su pobre arroz como si fuese un príncipe,
bebió y sollozó como si fuese un náufrago,
danzó y se rió como si oyese música
y tropezó en el cielo con su paso alcohólico.
Y flotó por el aire cual si fuese un pájaro,
y terminó en el suelo como un bulto fláccido,
y agonizó en el medio del paseo público.
Murió a contramano entorpeciendo el tránsito.

Amó aquella vez como si fuese el último,
besó a su mujer como si fuese única,
y a cada hijo suyo cual si fuese el pródigo,
y atravesó la calle con su paso alcohólico.
Subió a la construcción como si fuese sólida,
alzó en el balcón cuatro paredes mágicas,
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico,
sus ojos embotados de cemento y tránsito.
Sentóse a descansar como si fuese un príncipe,
comió su pobre arroz como si fuese el máximo,
bebió y sollozó como si fuese máquina,
danzó y se rió como si fuese el próximo
y tropezó en el cielo cual si oyese música.
Y flotó por el aire cual si fuese sábado,
y terminó en el suelo como un bulto tímido,
agonizó en el medio del paseo náufrago.
Murió a contramano entorpeciendo el público.

Amó aquella vez como si fuese máquina,
besó a su mujer como si fuese lógico,
alzó en el balcón cuatro paredes fláccidas,
Sentóse a descansar como si fuese un pájaro,
Y flotó en el aire cual si fuese un príncipe,
Y terminó en el suelo como un bulto alcohólico.
Murió a contramano entorpeciendo el sábado.


(Por ese pan de comer y el suelo para dormir,
registro para nacer, permiso para reir,
por dejarme respirar y dejarme existir
dios le pagué.
Por esa grappa de gracia que tenemos que beber,
por ese humo desgracia que tenemos que toser,
por los andamios de gentes para subir y caer
dios le pagué.
Por esa arpía que un día nos va a multar y a escupir,
y por la moscas y besos que nos vendrán a cubrir
y por la calma postrera que al fin nos va a redimir
dios le pagué.)

(También se puede revisar la letra original: Construção en portugués)

lunes, 21 de julio de 2008

Mirar, fotografiar, intervenir

A mis fotógrafos maestros Freddy Henríquez y Esso Álvarez

Estos ojos, estas manos temblorosas que tratan de asirse a la balsa, a otra mano, a la vida, fueron las que me recibieron en la muestra Reuters mira el mundo, en el Palau Robert de Barcelona.

Imaginándome ahí arriba, en la cubierta de esa patrulla de la Guardia Civil que por fin acude al naufragio provocado, de una de las tantas pateras que llegan a las aguas de Fuerteventura, pensaba sería difícil no intentar tender una mano, en lugar de tomar la fotografía.

Claro, si les diera mi mano, perdería la foto, también mi trabajo. Y entonces volvió a mi mente una vieja inquietud: mirar, fotografiar o intervenir.

En unas prácticas de fotografía, cuando empecé a estudiar Comunicación Social, quise hacer un fotoreportaje de niños que trabajan. Conocía a varios de ellos, los saludaba cada día. Pero cuando me acerqué con mi cámara al primero, el pequeño Carlos se emocionó tanto que empezó a posar.

Y ahí, sonriente, derechito e impecable al lado del carro de perroscalientes que le encomendaba su padrastro, no parecía nada infeliz, ni explotado. En el encuadre no se sabía si era un cliente, un curioso o, simplemente, un niño glotón; y yo fui incapaz de sacarlo de la ilusión de ser, al menos por esa vez, un chico como cualquiera. Mi reportaje fue un fracaso.

Nunca pude sacar entonces una foto sin que mi lente interfiera en el drama. Quien sabe si también por eso me decanté por las letras y el periodismo impreso que me daba la oportunidad de mirar, de hurgar con la pretensión –real o imaginaria- de llegar más a fondo, de reflexionar y luego –quizá y ojalá– intervenir para bien.

Sin embargo, siempre tuve cierta sana envidia de algunos de mis compañeros fotógrafos que, en la Revista Primicia o los periódicos El Nacional y El Mundo, lograban captar en un cuadro lo que a mí me llevaba varias entrevistas y horas averiguar y demostrar.

En ocasiones su trabajo llegó a ser tan bueno que me hicieron sentir que el mío era simplemente confirmar y documentar la intuición que los llevó a accionar el obturador.

Encuadrar, intervenir

Obviamente al fotografiar también se interviene. De hecho, el fotorreportaje del cual fue sacada la primera imagen comentada, “Morir tan cerca, secuencia de un naufragio", pretendía “herir la sensibilidad del espectador” y concienciar acerca del drama de los “inmigrantes” que llegan a las islas.

La muestra Reuters mira el mundo, por su parte, aspira ser un registro visual sobre la historia del estado del mundo en el siglo XXI y un homenaje a los 240 periodistas que han muerto, mientras ejercían su profesión desde el año 2000.

Para ello se escogieron 80 fotografías clasificadas en grandes temas como el terrorismo, las migraciones, los desastres naturales, la religión, los estilos de vida, la política y los conflictos armados.

El detalle es que simplemente escoger un tema y enfocarse en un determinado fragmento de la realidad, también nos hace intervenir. No es de gratis que haya sido la imagen de la bandera de EE.UU., en pie entre los escombros de los atentados de 2001 en Nueva York, la que sirvió de punto de partida.

En este caso –y desde su título se evidencia– la exposición lleva implícita una determinada forma de entender y explicar el mundo; una determinada lectura que, por cierto, ya también se ha llevado a Francia, China, Alemania, Inglaterra, la Unión de los Emiratos Árabes, Bélgica, Italia, Grecia y Luxemburgo.

La propia comisaria de la muestra, la fotógrafa y vicepresidenta de Picture Reuters Media, Ayperi Karabuda, decía: "Queríamos dar una visión de lo que es el mundo hoy, por eso hemos elegido las fotografías que nos parecen más fuertes, pero también queríamos hacer una exposición de placer visual".









De allí que al lado de unas mujeres que se refrescan en el mar, en Alegeria, probablemente después de sobrevivir infinidad de penurias, se presente a otras que se meten al agua en Rusia, 26˚ bajo cero, por simple diversión. La exposición es, pues, también un show.

Fotografiar, ¿trivializar?

No pretendo aquí descalificar a fotógrafos y medios en general diciendo que inventan la realidad, como en la película Wag the dog.

Pero la perfección de esta foto, donde una mujer llora por la muerte de su esposo a causa de un tsunami, me hizo preguntarme: ¿Cómo pudo lograr ese encuadre y esa composición?

Daniel, mi compañero de visita y quien también escribió sus reflexiones sobre la muestra, considera que se necesitaría bastante más altura que 1,80 metros para capturar todos los elementos. Y si el agua arrasó con todo, ¿desde dónde tomó la foto?

¿Realmente ni siquiera movió la sandalia abandonada que se ve al fondo? ¿Importaría si lo hizo? ¿O ello sirve para mostrar mejor el drama real? En todo caso, ¿de qué manera impacta exactamente una imagen como ésta, brutal pero estéticamente tan hermosa?

Y en esta otra de un hombre que se lava el rostro, tras una explosión, ¿hasta qué punto la precisión del encuadre o el color de la escena difuminan el dolor?

¿En qué medida esta imagen en solitario, fuera de su contexto, trivializa la situación hasta volverla, incluso, menos real que una película de Hollywood?

Vamos, no exageremos, no estoy diciendo que no se haga la exposición. Me encantó y sin ella esta reflexión no hubiera sido posible. Todo el mundo tiene un punto de vista. Y en el caso de los medios, me parece legítimo que lo tengan y más realista el aceptarlo.

La objetividad es más una búsqueda constante que una condición. Y para aclarar bajo qué principios están analizando la realidad, sirven los códigos de ética, los editoriales y las primeras páginas de los manuales de estilo.

Queda en nosotros informarnos, beber de distintas fuentes, contraponer críticamente enfoques y reflexionar para expresar y defender, con criterio y responsablemente, nuestro propio punto de vista.

Los fotógrafos de estas imágenes:

  1. Juan Medina. Fuerteventura, España, 2004

  2. Finbarr O’Relley. Tahoua, Nigeria, 2005.

  3. Dylan Martínez. Londres, Inglaterra, 2005.

  4. Peter Morgan. Nueva York, EEUU, 2001.

  5. Zohra Bensemra. Algeria, 2005.

  6. Ilya Naymushin. Rusia, 2005.

  7. Arko Datta. Cuddalore, India, 2004.

  8. Akintunde Akinleye. Nigeria, 2007.

  9. Radu Sigheti. Kenya, 2007.