domingo, 23 de noviembre de 2008

Noruega y sus museos: se necesita museógrafo de buena presencia y mercadólogo con sensibilidad (y II)

Si bien uno de mis principales intereses al visitar Noruega era internarme en los fiordos, tal como comenté en el post Noruega, Munch y el alarido infinito en la naturaleza, la otra cara de la moneda era ver las pinceladas de Edward Munch y conocer algo de historia.

No tenía demasiado tiempo y, tomando en cuenta que se trata de uno de los países más costosos de toda Europa –o del mundo-, tampoco contaba con los recursos para verlo todo.

Nada más en la capital, Oslo, existen más de 50 museos. Ninguno de ellos tiene la escala de un Louvre, todos se pueden recorrer en una jornada. Pero si pretendía hacer la excursión a los fiordos y visitar la otra gran ciudad, Bergen, Capital Europea de la Cultura, había que elegir.

Tratándose del artista noruego más conocido internacionalmente y uno de los pintores que siempre llamó mi atención –inicialmente por The Scream, pero luego más por Melancholy y por Puberty, que recuerdo me impresionó mucho en el cole-, me encaminé primero al Munch-Museet.

Antes de morir, el propio artista donó a la ciudad de Oslo todas las obras que tenía en su poder, con las que un siglo después se inauguró este museo.

Emplazado junto al hermoso Toyenparken, en el barrio Tøyen donde se crió Munch, el bunker de hormigón, cristal y acero alberga la mayor colección del artista: unos 1100 cuadros, 4500 dibujos y 17000 grabados.

Bajo el título Munch becoming “Munch” la exposición vigente se pasea por sus inicios más academicistas; por su relación con los ambientes radicales de Cristianía, especialmente con el escritor anarquista Hans Jaeger (en el cuatro); por su vuelco al impresionismo cuando visita París y conoce las obras de Monet, Renoir, Degas, Pissarro y Seurat; y, finalmente, por el giro que dio a su trabajo, al entrar en contacto con las obras de Whisder, Gauguin y Van Gogh.

Me pareció especialmente valiosa la reconstrucción de la entonces “escandalosa” exhibición de Berlin, de 1982, clausurada a los pocos días de abierta, por la intensa reacción del público y los furiosos debates en la prensa, donde se publicaron caricaturas como ésta.

No obstante, extrañé ver como por fin Munch se volvió “Munch”, la firma, el maestro fundador del expresionismo, tal y como prometía el título.

¿Y dónde quedó El Grito?

El Munch-Museet se supone atesora las obras más emblemáticas de cada uno de los períodos del pintor y grabador. Y aunque se entiende que no se expongan todas y que muchas se presten a otras instituciones, fue imposible quitarme la sensación de “¿será que me salté una sala?”, al toparme con la salida, sin ver siquiera alguna de sus versiones de El Grito –sí, cual músico, le gustaba hacer variaciones de un mismo tema, y en el caso de este cuadro, existen cuatro originales.

Tras los robos de Madonna y The Screem, el museo reforzó las medidas de seguridad, por lo cual las mejores piezas se exhiben detrás de paneles de vidrio. Sin embargo, me pregunto si no necesitarían también un museógrafo y un buen mercadólogo. Ellos probablemente hubieran impedido semejante hueco histórico y tamaña insatisfacción.

Mi guía de viajes parecía iba a ayudar a saciar mi sed de Munch. En la Universidad de Oslo –decía- estaba el auditorio donde antes se entregaba el Premio Nobel de la Paz: El Aula, célebre por los murales que el propio Munch consideró eran su mejor obra.

Fui hasta allí, pero luego de perderme por las salas de estudio y bibliotecas, una secretaria me dio la insólita noticia: “El Aula está cerrada desde hace años, ¿por qué no vas al Museo de Munch”.

Cuanto ya había perdido casi toda esperanza conseguí la “sala que faltaba”. En la National Gallery, había un salón especial donde gratuitamente se podían ver pero no fotografiar Melancholy, The Screem, Puberty, The Day After y otras entregas célebres.

El Munch-Museet cuenta con obras equivalentes que hubieran completado perfectamente el recorrido histórico del artista; pero curiosamente no las expone ahora. Tampoco explica nada en el tríptico, en los paneles o en la audioguía, que me resultó pomposa, reiterativa y poco práctica.

De museografía y mercadotecnia

Fallas de museografía también noté en el Museo Histórico. Aunque no se trata de un museo temático especializado, como el Vikingskipshuset, esperaba que hubiera algo interesante sobre su pasado vikingo.

Lo había, al igual que piezas de la cultura inuit ártica. Pero todo estaba pobremente expuesto, si acaso sólo organizado cronológicamente: algunos dioramas, algunas vidrieras con objetos; los cuales, para colmo, en caso de haber sido prestados, no eran sustituidos ni reorganizados. La aureola de polvo hacía notar más su ausencia, que el cartel avisando del préstamo.

No pude percibir un hilo conductor más o menos didáctico, ni en la distribución de las piezas, ni en el escaso material entregado. Mucho menos conseguí un toque lúdico, divertido o motivante, como el que sentí en el Museo de Historia de Catalunya, por ejemplo; ni hablar de los museos de Londres o Nueva York.

La otra sorpresa me la llevé al salir. Si bien la ciudad se muestra cosmopolita y con ese aparente balance entre humanidad, naturaleza y modernización, las tiendas de los museos y galerías me resultaron bastante limitadas, ingenuas, en cierto sentido, vírgenes ante las estrategias de marketing. Lo poco que se podía adquirir eran postales, algunas reproducciones y ciertos libros; también algo de joyería a precios estrambóticos.

Yo, que viviendo en Barcelona, de Gaudí podría conseguir hasta pañales, me quedé con las ganas de aumentar mi colección de libretas –lo único que compro en la categoría de souvenir-, con alguna que capturara la particular visión de Munch. Definitivamente a los noruegos les va mejor en el turismo outdoor.

3 comentarios:

Lola Steiner dijo...

Que envidia de viaje!

SUSANA FUNES dijo...

Jajaja, a mí me dan envidia los tuyos Lol V. Steiner.
Gracias por pasar.

Anónimo dijo...

Está bueno este viaje de contraposición naturaleza y arte.
Salud por la cata viajera.
Victor.