domingo, 22 de noviembre de 2009

Piazzolla para mi padre

A mi Viejo
Descansa en paz, pues, tranquilito ahí...





Recitado

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, viste?
Salís de tu casa por Arenales.
Lo de siempre: en la calle y en mí...
Cuando de repente, detrás de un árbol,
se aparece él.

Mezcla rara de penúltimo linyera
y de primer polizonte en el viaje a Venus:
medio melón en la cabeza,
las rayas de la camisa pintadas en la piel,
dos medias suelas clavadas en los pies
y una banderita de taxi libre levantada en cada mano.

¡Ja, ja! Parece que sólo yo lo veo.
Porque él pasa entre la gente,
y los maniquíes le guiñan;
los semáforos le dan tres luces celestes,
y las naranjas del frutero de la esquina
le tiran azahares.
Y así, medio bailando y medio volando,
se saca el melón, me saluda,
me regala una banderita, y me dice...

Cantado

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
No ves que va la Luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acrobata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver!

Recitado

Y, así diciendo, el loco me convida
a andar en su ilusión super-sport,
y vamos a correr por las cornisas
con una golondrina en el motor
De Vieytes nos aplauden: “¡Viva! ¡Viva!”,
los locos que inventaron el amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.

Nos sale a saludar la gente linda...
y el loco, loco mío, ¡qué sé yo!,
provoca campanarios con su risa,
y al fin, me mira, y canta a media voz:

Cantado

Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Trépate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, y volá
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, ¡volá, ¡vení!

Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir...
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-lai-larara!

Gritado

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
¡Loco él y loca yo!
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loco él y loca yo!


Adiós Nonino



lunes, 9 de noviembre de 2009

Conversando sobre la Poética del Rock Latino en Casa América

Los recalcitrantes de la “alta cultura” con suerte dirán que sólo Bob Dylan cabe en la categoría de poeta.

Y si habláramos de Latinoamérica, a lo mejor se atreverían a mencionar con simpatía al flaco Luis Alberto Spinetta, más por sus libros de poemas que por sus fulminantes canciones.

Pero basta de purismos y sandeces: la historia del rock está más llena de poetas que la producción actual de muchas editoriales que se ven por allí.

Y aunque en América Latina, dictaduras, represiones y desinformaciones retrasaron un tanto su desarrollo, el rock y pop de la región lleva varias décadas cosechando un interesante historial de versos.

Sobre el influjo literario y el acento poético del rock latino estaremos conversando este jueves, en Casa América Catalunya, Carlos Piegari, ex miembro de la histórica agrupación Sui Generis, Jaime Nieto, periodista musical y director de Latin-Roll, y mi persona.

Jaime establecerá relaciones entre obras concretas de la literatura y ciertas canciones de músicos que hoy ya podemos considerar ‘nuestros clásicos’. Carlos disertará, a partir de su propia experiencia, sobre el oficio del letrista, sus fuentes de inspiración y su reivindicación frente a la poesía lírica.

Y yo me decantaré por nuevos estandartes: neocantautores que, echando mano tanto de la música de raíz como de las aportaciones de la electrónica, vienen renovando el rock-pop latino, desde una canción revisada sin prejuicios congelantes.

En el marco de su ciclo de Música y Literatura, la Mesa Redonda sobre La Poética del Rock Latinoamericano será en Casa América Catalunya (Córsega, 299), este jueves 12 de noviembre, a las 19:30 h.

jueves, 22 de octubre de 2009

Las Crónicas del Viento de Lisandro Aristimuño


Viéndolo en directo casi podría decirse que existen dos Lisandro Aristimuño. Está el escoltado por su banda Azules Turquesas, cuyos conciertos ganan en contundencia sonora, prolijos arreglos y excelencia interpretativa; y el del set solo, cuando triunfa su revés de cantautor y sorprende por su capacidad de mezcla improvisada, por su arte para construir en escena, capa sobre capa y ante nuestros propios ojos, toda una orquestación con sólo guitarra, computadora y voz.

Si bien resultaría imposible empaquetar alguna de estas experiencias, su último disco, Las Crónicas del Viento (2009), de cierta manera intenta capturar el encanto de esas dos facetas.

Respirando nuevamente el aire de su Patagonia natal, parte en un doble viaje: en un disco, la entrega intimista en solitario, como cantautor frágil, crudo, con aire y calor de hogar; y en el otro, el vuelo más experimental y sobrecargado, amparado no sólo por los Azules Turquesas, sino también por invitados como Fito Páez y Diego Frenkel, más un arsenal de instrumentistas.

Doble álbum y apuesta –al perseverar en la producción independiente, ahora a través de su sello Viento Azul-, profundiza aquí su búsqueda en un pop sinuoso, extendiendo las fronteras de la canción, a través de un juego atmosférico de vuelo electrónico y ancla folk.

Lo logra con mayor riqueza tímbrica y sofisticación de arreglos en el capítulo I –grabado en febrero en Circo Beat-, donde sus melodías mántricas, cual postales de llanuras interminables, se revisten de matices y sonoridades superpuestas de voz, sesiones de cuerdas y vientos, ruidos y loops. (No hay video, lo que viene es sólo para escuchar y continuar leyendo)


Muy electrónico y cargado, pareciera hacer guiños, ya no a la ciudad de Buenos Aires tan presente en Ese asunto en la ventana (2005) y 39º (2007), sino al mundo que ha visto gracias a sus giras: de un lado, el salto a Europa, y, del otro, el regreso a su tierra, al interior de Argentina, pero también a los vecinos Chile y Uruguay.

“Es como un disco-diario. Está impregnado de viajes”, nos confesó él, en una entrevista que se publicará próximamente en la edición aniversario de la revista Ladosis.

De allí que suenen ritmos de cueca chilena, acordes y letras relacionadas con el viento, el río, llanuras y espacios al descampado, pero también acordeones tipo parisino, ciertas frases o coros en inglés y alguno que otro sampler como de televisora extranjera.

De hecho, la voz en alemán de una niña es la que abre el disco. Pero enseguida se da paso a un sonido muy electrónico y a la vez orgánico, por momentos con ribetes de banda sonora, en el que siempre se logra sentir ese aire a Patagonia, sin las telarañas del museo.

Es un disco de clima templado, calmo, pero aún así luminoso; con un tono juguetón y hasta naive, pero de compleja construcción y lleno de detalles y texturas armónicas que vale la pena escuchar con audífonos.

Su peculiar tino para crear atmósferas a través de capas solapadas de voces, cuerdas y efectos de sonido puede apreciarse bien en la última parte de “Perdón” o en “Green Lover”, cuya letra podría ser parte de un decálogo: “llevo discos de los Beatles… llevo un blues dentro de este rock (o ron)... llevo a Luis cantándole al sol”. (Aquí también coloco sólo audio)


Con tono festivo, en “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay” dialogan bien los loops con las cuerdas; mientras que en “Fin, 2, 3”, “Perdón” o “Cuentan”, asume un matiz un tanto más dramático, certeramente reforzado por los arreglos más orquestales.


En materia de colaboraciones destacan “Y vos adonde estás”, con el rapeo de Diego Frenkel, y el valsecito “Desprender del sur”, con una precisa sesión de cuerdas y la intervención de Fito Páez. No obstante, la interpretación de Aristimuño resulta, a nuestro juicio, más expresiva que la del invitado.


Por su tono juguetón y ese toque bucólico con aires de nuevo siglo, conmueven “Azúcar del Estero” y “Cosas de un soñador”. Inician el tema loops de frases en esa peculiar jeringoza, con la que él suele componer. Y junto con Palo Pandolfo logra un delicado y emotivo fraseo.


En el segundo capítulo, Aristimuño se reconecta con su lado más intimista, aunque no tan desnudo como su último concierto en Barcelona.

Encerrado en una casa en Vigo, quiso “cantarle al invierno y al fueguito”, capturando por micrófono todo el sonido rústico y en crudo de cuando nacen las canciones, con todo el aire, las respiraciones e, incluso, el error. Pero en lugar de quedarse en la onda acústica con su guitarra, toca aquí también batería, bajo y piano, además de apelar a sus clásicos juegos armónicos de voz.

Y aunque líricamente no alcanza la riqueza de un Spinetta, que por sonido a veces pareciera evocar, se sobrepone a los bajos por la expresividad de su entonación siempre al borde del quiebre, por su riqueza armónica y su capacidad para crear piezas ricas en texturas: “Ella”, “Hoy” y “Trece lunas y un laberinto”. (Este último lo coloco a continuación, pero en vivo).


La más desnuda y quizá por eso con un matiz un tanto diferente es “Días Breves”, una descarga un pelín más atormentada, sobre todo respecto al vuelo inocente de “Caminata”, la remembranza en clave folklórica de “Mi memoria”, o la tierna “Trece lunas y un laberinto”.

De invitados en este capítulo sólo cuenta con el español Quique González, pero aunque antes hemos visto colaboraciones interesantes, esta vez la selección del tema nos parece desafortunada. El timbre de voz de González no cuadra demasiado para “Otra canción de cuna”.

Las Crónicas… es, pues, una entrega bastante ambiciosa. Aunque se trata quizá del más universal de sus discos, lleva un paso más adelante esa amalgama que bebe de la tradición, respira por la electrónica, corretea por la experimentación, se estremece en poética trovadoresca y exhala rock argentino.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Comiquitas y música o cómo se inicia una melomanía

Esta semana, explorando la exposición El siglo del jazz –en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, hasta el 18 de octubre-, me topé con un viejo dibujo animado: "Three Little Bops", una versión de "Los Tres Cochinitos" totalmente jazzeada, no sólo por la música, sino por el twist picarón –o debería decir bebop- aplicado a la historia.

Dentro de la muestra vino muy bien para tratar el tema en cuestión: la influencia e impacto del jazz, no sólo en las artes e industria conexas a la música -como podría ser el diseño de carátulas a lo Mondrian- sino en todas las expresiones artísticas, incluyendo el cine y la televisión, la pintura o la fotografía.

Pero a mí, además de recordarme viajes y conciertos increíbles en Nueva York o Nueva Orleans y llenarme la cabeza de las melodías que he estado tarareando toda la semana, en esa sala la exposición me conectó con algo quizá más recóndito: con ciertos primeros encuentros con la música y con parte del inicio de mi melomanía, aunque en su momento no supiera de qué se trataba.

Hoy me gustaría compartir algunos de los dibujos animados que me capturaron de niña. No supe hasta mucho después el por qué de su encanto, y el impacto que tendrían en mí. Pero lo cierto es que aún hoy me resulta casi imposible no recordar algunas de estas imágenes al escuchar ciertos temas. Sirvan, pues, para reactivarse tras el vaporón veraniego.

The Sorcerer's Apprentice -Aprendiz de Brujo

Del gran clásico de Walt Disney, Fantasía, de 1940. Aunque prontamente aborrecí las pelis de Walt Disney y nunca me gustó Mickey Mouse, Fantasía es visual y musicalmente imperdible.




The Cat Concerto

The Hungarian Rhapsody No. 2 de Listz es una de las piezas que más se ha utilizado en dibujos animados. Fue interpretada por Bugs Bunny en “Rhapsody Rabbit”, dirigido por Friz Freleng en 1946. Pero yo la recuerdo siempre en “The Cat Concerto”, ganador de un premio de la Academia ese mismo año.




Rahpsody in blue

Fantasía 2000 no pertenece exactamente a mi niñez y, sin duda, la segunda parte del clásico no salió tan bien. El listón estaba demasiado alto para la actual Walt Disney. Sin embargo, no sé si por mi amor a Nueva York y a Gershwin, esta parte me pareció muy buena. Eso sí, en mi mente "Rahpsody in blue," como banda sonora de Nueva York, siempre será de Woddy Allen, en Manhattan.




Three Little Bops

Aunque "Three Little Bops" no estaba en mi catálogo original, fue el que disparó esta retahíla de remembranzas, así que viene bien de bonus track. Es de 1957, fue dirigido por Friz Freleng y cuenta con las voces de Stan Freberg y música del compositor y trompetista Shorty Rogers.

martes, 14 de julio de 2009

Desorden Público en Barcelona… y Europa:
Para degustar el mestizo ska caraqueño

Cuando hace unos meses escribía una serie de posts con recomendaciones de sonidos actuales de España para mis amigos en Latinoamérica, mis colegas españoles me pidieron que hiciera el camino inverso y les contara qué pasaba del otro lado del Atlántico, particularmente en mi natal Venezuela.

Y qué mejor que empezar con uno de los pioneros de la escena rock-pop venezolana: Desorden Público, que esta semana comienza su séptima gira europea, mañana estará tocando en la Sala Caracol de Madrid y este jueves aterrizará en la Sala Apolo, de Barcelona.

No se trata, pues, de nuevas caras, sino de historia viva; de una de las agrupaciones que participó –junto con la mítica Sentimiento Muerto- en la conformación misma del actual sonido urbano criollo, y que hoy, más de 20 años más tarde, continúa reinterpretando el ska, apelando a la herencia afrocaribeña, al humor y a la esencia mestiza caraqueña.

Con un característico look de toque new wave –traje y corbata en combinación blanquinegra– Desorden Público apareció en escena a mediados de la década de los 80. Se presentaba básicamente como una banda de ska, con un sonido crudo y sencillo, que acompañaba letras cargadas de humor, o crítica social y política.



En los oídos de los jóvenes caraqueños de entonces convivían distintas sonoridades: la música de los abuelos, que traían de su origen rural cosas como la guaracha, el joropo y el tambor, o, si venían del extranjero, la tradición musical europea; lo que escuchaban los padres, como el swing y el twist, el rock and roll anglosajón y el jazz, junto con la salsa, el mambo, el chachachá y otros sonidos de corte folk latinoamericano; más lo que se podía cosechar en sectores juveniles, como el rock y pop internacional, incluidas las incipientes incursiones regionales.

Con una apropiación “desordenada”, en el sentido de retorcida y transformadora de todos estos sonidos, la música de Desorden Público fue evolucionando hasta convertirse en una particular amalgama de inspiración latinoamericana y caribeña, donde el hardcore se encuentra con el mambo, el punk rock se entrelaza sin traumas con la cumbia, los tambores de la costa central venezolana sirven para el funk, mientras el son y el chachachá son intervenidos por beats electrónicos.

Sería difícil hacer un recorrido completo por su discografía. Pero haciendo un repaso rápido a su hibridación, de su último disco Las Estrellas del Caos -para mí el más maduro musicalmente y también el más experimental y mestizo- podríamos decir que “Hardcore mambo” es una especie de ska con mambo y punk hardcore, en una tónica energética y bailable, donde también puede rastrearse la herencia de La Fania All-Stars. “Baila mi Cha Cha Ska”, tiene un pie en La Habana, otro en Kingston y el resto del cuerpo en Caracas.



“El tren de la vida” recorre Latinoamérica con cumbia y contundentes metales caribeños, al tiempo que en "No vale la pena" el ska y el son se confabulan.“Amargo rencor”, del disco Diablo, acude a tambores afrocaribeños y a una cadencia que recuerda al foklórico Canto de Pilón, para lanzar un cable a la madre África. Del disco DP 18, “Gorilón”, una canción que denuncia jocosamente abusos urbanos y que fue bastante publicitada por su video animado -aunque musicalmente no resultaba tan interesante-, tambores de la costa central de Venezuela dan el color de fondo...

Y es que para definir la peculiaridad de su sonido, quizá valga la pena remitirse al primer track de su último CD. Bajo el título “El caos en clave”, una especie de presentador de shows aclara en inglés, pero con un divertido acento, cuál es la clave de todo:

“May I have your attention please. All this selections from this album exception of the guajira, hardcores and reggaes, are in two, tree clave. You would listen the basic rhythms and patrons of the congas, timbales, drums, bass, guitars, keyboards and brass. It’s play belong with mucho contratiempo and the heavy heavy sabor latino. Ladies and gentleman, con ustedes las estrellas del caos, a gozar ”.

La última frase recuerda, por cierto, las palabras con las que el maestro Billo Frometa, solía introducir las presentaciones de una de las orquestas venezolanas de música popular más famosas de todos los tiempos: la Billo’s Caracas Boys. Ciertos analistas ven en Desorden a sus herederos.

Y aunque la relación quizá suene excesiva, ciertamente la agrupación gana una extraordinaria fuerza en vivo, logrando conquistar, con su sentido del humor, adrenalina y ritmos vibrantes, hasta a los no amantes del género, incluso a rabiosas masas metaleras, como sucedió en el Rock al Parque de Bogotá.

Combate lírico



Su otro componente vital está en las letras combativas. Su mismo nombre nos remite a una posición insurgente, a lo que en estados autoritarios se frena y se califica como “desorden público”. No es casualidad que uno de sus primeros éxitos se llamara “Políticos Paralíticos”.

Curiosamente esta banda no nació en medio de dictaduras. Al contrario de lo que estaba pasando en otros países de América Latina, Venezuela venía gozando de una de las democracias más antiguas de la región. A ello se aunaba un crecimiento económico producto de la renta petrolera que, especialmente entre los años 60 y 70 permitió una impresionante modernización del país, pero que ya para la década de los 80 desató la corrupción administrativa y la decadencia.

Con ciertas dosis de anarquismo, sus canciones reseñaron especialmente el proceso de descomposición de la sociedad venezolana, signada por crisis económicas y políticas que a partir de ese momento empezaron a sucederse una detrás de otra. Pero con el tiempo las líricas también evolucionaron, haciéndose más complejas estéticamente y ahondando en temas de corte más universal: derechos humanos, respeto por el medio ambiente, por las culturas tradicionales y la autodeterminación de los pueblos.

Su espíritu combativo los ha llevado también a otros escenarios. Han incursionado en la radio con el programa Radio Pirata, difundiendo la cultura Ska, y han desarrollado una disquera independiente apoyando al talento local, la producción de eventos y otras acciones alternativas.

En más de veinte años de historia ha habido cambios entre sus integrantes, aun cuando se mantienen los principales líderes: los fundadores Horacio Blanco (voz y autor de la mayoría de las letras) y José Luis "Caplís" Chacín (bajo), más Danel "Dan-Lee" Sarmiento (batería) y Oscar "Oscarello El Magnífico" Alcaíno (percusión).

Éeee, éeee, aaaa, Desorden está en Europa


Reconocida como estandarte del ska latinoamericano, Desorden Público es una banda de culto en países como México, donde no chistan en corear su grito de combate: Éeee, éeee, aaaa, Desorden está en la calle.

Sin embargo, es cierto que su internacionalización nunca ha sido tan masiva como se esperaba, quizá debido a los conflictos con empresas discográficas que se han dado a lo largo de su carrera, diferencias de criterio internas y cierto toque inicialmente demasiado localista en su música, entre otros factores. Pero ahora pareciera estar todo mejor dado para la expansión.

De hecho, ésta será su séptima gira europea, habiendo antes tocado en países como España, Alemania, Italia, Holanda, Inglaterra, Dinamarca, Suiza, Eslovaquia, Austria, Bélgica, Croacia y República Checa. Imágenes de varias de estas presentaciones, así como de México y Brasil, integran su nuevo DVD “Desorden Mundial”.

A principios de año, la agrupación celebró el 20º aniversario de su primer álbum –el primero de ska venezolano- con una reedición de lujo y una gira local que recuperó muchos de los elementos que caracterizaron sus inicios: teatralidad, escenografía y proyecciones de video, e intensa participación-interacción con el público.

“Como sabemos que los conciertos de Madrid y Barcelona estarán colmados de venezolanos y de gente que conoció aquellas canciones, tocaremos mucho de ese primer disco”, nos cuenta Caplis. La gira europea, sin embargo, estará muy centrada en su trabajo más reciente, “Estrellas del Caos”, editado el año pasado en España, Suiza y Alemania.



Para los conciertos en España no sólo esperan a la comunidad de venezolanos. “También convocamos a colombianos, peruanos, mexicanos y latinos en general que andan residenciados por allá”, dice divertido Caplís. Pero lo más interesante es el variopinto público europeo que se han ido ganando a pulso:

“Te puedo mencionar casos como el de una amiga polaca residenciada en Barcelona, que aprendió a hablar español gracias a los mails que nos mandaba como buena fan. Esta vez irá al show con sus hermanas que viven en Polonia y en Inglaterra. También están unas chicas japonesas que irán a España para ver a los Tokyo Ska Paradise Orchestra y… ¡a Desorden! En Bélgica y Alemania hay otra legión de amigas a quienes les encanta el SKA de ACÁ. Y unas suizas hasta se vinieron a Venezuela para ver como era el país de una banda tan divertida”.

Este jueves 16 de julio, Desorden Público estará acompañado en la Sala Apolo por la banda también venezolana, Luz Verde, residenciada desde hace algunos años en Barcelona.

(De su último disco no hemos conseguido muchos videos de buena calidad, y es difícil capturar su energía en vivo. Sin embargo, aquí colocamos algunos de corte nostálgico, y un par de temas del disco Estrellas del Caos, aunque no son videos oficiales).

lunes, 29 de junio de 2009

Sónar 2009 y su encuentro con África:
Lo cool y el primitivismo en el nuevo milenio


Ser el centro de lo más innovador de la cultura urbana es una idea -o un desiderátum- que cruza todo el Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia de Barcelona, Sónar. Es a esa figura que pretenden acercarse y, si pueden, capturar para sí, desde la misma ciudad que lo alberga y lo apoya institucionalmente, hasta los patrocinadores y esos asistentes que se revisten de sus atuendos más ‘modernosos’ y no tardan en convertir la ocasión en sesión fotográfica alternativa.

“Art and cool inside”, decía en sus vitrinas el El Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), invitando seguramente no sólo a disfrutar del aire acondicionado, sino a completar la experiencia ‘cool’ de pasearse por sus minimalistas pasillos blancos; ver ese arte “de avanzada”, como promete el nombre del evento; y, con suerte, integrarse con él, al juguetear con los artilugios expuestos en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), dentro de SonarMática.

En su 16º edición, el Sónar quiso retomar su perfil electrónico originario y para ello revivió a clásicos del disco y el techno, como Grace Jones y Orbital, y hurgó entre los emergentes artífices del ritmo, así como en sus vertientes más pop, más rock o más experimentales.

Pero como si se tratara de un capítulo sobre lo Ur Pop, en el Homo Sampler de Eloy Fernández Porta, esta vez lo ‘cool’ se encontró con el primitivismo. La línea trazada al futuro, desde ese espacio ultramoderno y eurocentrado, se cruzó con el África. Y fueron sus sonidos exóticos, su energía y su rastro analógico los que terminaron de conducir al trance.

Primero fue el jazzman etíope Mulatu Astatké, mayormente conocido en Occidente por la banda sonora del film Flores Rotas. A sus sesenta y seis años, contrastaba un poco con su traje blanco y aire solemne frente al vibráfono. Pero con una mezcla de funk, jazz, guiño latino y sonoridad tradicional etíope logró hipnotizar y compactar en el sitio a esa masa generalmente itinerante del Sónar Día.

El vuelo etnojazzístico no paró ni ante las deficiencias de acústica, ni ante el par de interrupciones eléctricas sufridas en la carpa del Sonar Dome. A fuerza de palmas y toda clase de giros astutos por parte de la banda The Heliocentrics continuó implacable, fresco y clásico a la vez.

Más tarde lo que terminó de montar la fiesta fue el ritmo hipnótico, pero crudo y analógico, de la banda congoleña Konono Nº 1. Con ocho músicos, coros con tendencia tribal, mucha percusión y sus peculiares likembes -los pianos de pulgar que su líder potenció con lengüetas recicladas de desguaces de carros, y micrófonos caseros-, puso a bailar a todos sus larguísimas piezas, plagadas de ritmos cíclicos, progresiones extendidas y descargas frenéticas. Después de todo, también era trance.

Al día siguiente, el sirio Omar Souleyman volvió a calentar los ánimos que con estrellas emergentes como La Roux se habían mantenido sólo tibios. Y no le hizo falta demasiado: unos tecladillos como de feria, un laúd y su imponente presencia, con lentes oscuros y turbante, bastaron para que la masa juerguista del Sonar Village comenzara a bailar los ritmos mántricos y festivos del tradicional dakbe, obviamente de la forma menos ortodoxa que él hubiera podido presenciar.

La estocada final vino con Buraka Som Sistema, que trajo por segunda vez su kuduro, la versión angoleña del house, combinando soca y rai con electrónica y rap, e inyectándole además otros ingredientes como breakbeat, dubstep y grime, para erigir una exuberante fiesta anclada en lo atávico, pero de vuelo futurista.

El sondeo al “latido africano” resultó, pues, más que exitoso. Y aunque los organizadores aclaran que el Sónar no se convertirá en un festival étnico, para próximas ediciones aseguran darán aún mayor fuerza a las propuestas de África que apuesten a la renovación de la música tradicional, a través de las nuevas tecnologías. En tiempos de integración europea y crisis mundial, miren, pues, de dónde provienen los sonidos de avanzada.

Más del Sónar

En el próximo número de la revista LaDosis saldrá mi informe completo de la edición 2009 del festival. Como adelanto, aquí he publicado algunas otras notas:

lunes, 22 de junio de 2009

Cuchillo en entrevista para la revista LaDosis:
“Al hipnótico filo del folk”

Hace unos meses escribía, en una serie titulada Música contundente para llevar, un post acerca de Cuchillo, un dúo que comenzó conquistando la escena catalana con minimalistas toques en directo, y que en 2008 terminó de erigirse como banda revelación en las listas españolas, gracias a un disco debut de inspiración retro y melodías revestidas de loops.

Oriundos de San Sebastián y Vigo, Israel Marco (Guitarra y voz) y Daniel Domínguez (batería) se conocieron en el emblemático Café Zurich de Barcelona -sí, no es cliché- para dar origen al grupo.

No lejos de allí me encontré con Israel, el compositor de la banda, para una entrevista de presentación a Venezuela, que se acaba de publicar en la edición #4 de la revista LaDosis, y que aquí reproduzco en versión ampliada.

Si de introducciones se trata, los medios y la crítica no dejan de ubicar a Cuchillo entre lo mejor y más fresco de la Península: 1er. Mejor Debut y 2do Mejor Disco Nacional de 2008, según Muzikalia; Mejor Disco Nacional para Go Mag; 4to Mejor Disco en el ranking de Scanner FM, y el 8vo. mejor según la revista Rockdelux.

Enlazando loops de guitarra, armonías de voz, baterías con distintas texturas y mucha percusión, han teloneado a grupos como Black Rebel Motorcycle Club, Damon & Naomi y Carla Bozulich, además de compartir escena con bandas amigas como The Black Angels y Magic Mirror.

Sus directos siempre sorprenden. Es difícil creer que lo envolvente de su sonido proviene de sólo dos músicos que experimentan con capas de guitarra, voz y batería. Y a la hora de definir su sonido no hay más remedio que acudir a una retahíla de referencias que van de la psicodelia británica y de la Costa Oeste de Estados Unidos, al krautrock alemán, el post-rock y el folk.

“Hay gente que dice que sonamos muy americano o británico, pero para ellos somos exóticos”, comenta divertido Israel, recordando la gira que los llevó de Tucson a Portland, pasando por el desierto de Joshua Tree, hasta San Francisco, Los Ángeles y Nueva York. A éstas y otras ciudades volverán al final del verano, luego de varios toques por España y Europa.

Este 17 de julio se presentarán en la Plaça del Rei, en el marco del Festival Grec 09, junto con Bèstia Ferida y DJ Manu González. Y ya están debatiendo sobre lo que será su próximo disco que, según prometen, seguirá al filo de las clasificaciones.

-Cuando se habla de Cuchillo se menciona desde Popul Voh, hasta Syd Barret, la Velvet Underground y The Byrds. Aunque pueden ser odiosas las clasificaciones, ¿cómo se presentarían a Venezuela?

Para mí siempre es muy difícil clasificar, porque es la música que hago y debería hablar por sí sola. Además, clasificar no es mi trabajo (risas)… pero diría que es un rock muy abierto, con un punto muy hipnótico y también un mimo a la canción, por lo cual podríamos decir que también tiene una raíz pop. Es más como un rock fronterizo hipnótico experimental, con pinceladas de folk.

-En Cuchillo puede percibirse claramente una raíz de psicodelia. ¿Qué cosas han tomado de los 60 y 70 y cuáles serían los aportes que los ubican en la actualidad?


De los 60 está sobre todo la psicodelia a nivel de apertura y de dejarte llevar por lo que es la canción. Y de los 70 está la parte más experimental del rock europeo, el krautrock alemán y el vuelo de cuando llegaron las nuevas tecnologías. Es un rock alejado de la raíz del blues, con progresiones muy largas y un esquema de canción distinto, porque no es verso-estribillo-verso-estribillo, sino que vuela un poco más. De ahí viene la parte más hipnótica y ambiental.

-¿Y lo actual vendría dado por el uso de loops y las nuevas tecn
ología que, entre otras cosas, es lo que les permite sonar como una banda siendo sólo dos?

Claro, es el uso de loops, pero también viene de intentar sonar a nosotros mismos, que somos de ahora, por lo tanto es música actual. Montar una banda de dos personas ahora es más fácil. Existen limitaciones, pero también es algo positivo, porque cuando son dos personas, te concentras en lo esencial. Buscas rellenar huecos, pero muchas veces no puedes, entonces lo dejas crudo y te vas más a la esencia de lo que es la melodía, de lo que es el sonido en sí y el vacío que puede haber en un dúo de batería, guitarra y voz. Creo que Cuchillo hace una música europea, con raíces americanas e inglesas, pero música europea española actual.

-Es curiosa la riqueza que logran entre los dos: melodías revestidas con varias capas de armonías
de voz y guitarra, percusión minimalista pero también envolvente. ¿Cómo hacen para que no se sienta un espacio vacío en el escenario, o para que ese vacío sea un valor?

Creo que el punto es que la canción manda, siempre va a un lugar, y creo que entre los dos lo conseguimos. La parte armónica y melódica, que es la que yo trabajo, con el motor de la canción, que puede estar en las guitarras y las texturas de batería de Dani, funcionan.

Hay músicos que se quieren lucir y te dicen “yo quiero meter este redoble que me sale de puta madre”. Y uno: “pero tío, la canción no quiere ese redoble”. Dani, en cambio, no sólo tiene un oído excelente sino muchísimo gusto. Sus baterías son muy ambientales, con mucha percusión, muchas texturas. No suele haber ritmos clásicos de bombo, charles, caja.

Es una cosa coja, pero en el buen sentido, como puede ser la Velvet Underground, que es sólo un timbal y una pandereta. A veces no necesitas más. La lucha es conseguir un ambiente a partir de esos vacíos. En directo todo es mucho más visceral, te dejas llevar por el sentimiento del momento y por la canción. Realmente en directo es donde más disfrutamos. Al entrar al estudio, depende de cada canción, pero intentamos mantener la esencia de dúo. Lógicamente metemos más arreglos e instrumentos, porque tratamos de forma distinta al estudio y al directo.

-Aunque te remites a la canción, su sonido no se parece al de los grupos pop español actual, ni por la instrumentación, ni por la forma de cantar. ¿Qué buscas con tu voz?


La voz yo la trato como un instrumento más. En la mayoría de los temas hay una línea de guitarra que es la línea melódica, y lo que hago es trabajarla también con la voz. Se crea una especie de dúo entre la guitarra y la voz. Eso me viene, no sólo porque me gusta como suena de esa manera, sino porque en mucha de la música que escucho, Los Beatles y Robert Wyatt, por ejemplo, funciona así.

En la música africana pasa lo mismo. Ésa es mi influencia vocal. Algo parecido sucede con las letras, también están muy ligadas a lo musical. Está el mensaje, pero siempre viene dado por el efecto de la música en mí. Rara vez he escrito una canción a partir de la letra, siempre empiezo por la música.

-La influencia
africana no es tan evidente, ¿qué escuchas de África?

Un montón de cosas. De lo actual me gusta Tinariwen, que es un grupo tuareg asentado en Mali. Tiene un poco la raíz del blues, de la mano de Ali Farka Touré, pero siempre manteniendo ese punto hipnótico, sobre todo en las guitarras. Es una música muy de desierto. Escucho “funk” africano como puede ser Fela Kuti o un montón de grupos de Ghana; había mucha escena en los setenta. Escucho el neo-reggae de la rumba congoleña.

-¿Y de acá de
España?

Mmmm… me gustan algunas canciones de Nacho Vegas. Hay cantautores que me gustan, pero no hay nada que realmente me capture en todos los discos, sino cosas puntuales. En cambio en el flamenco está Camarón o Paco de Lucía; no hay nada como eso. Y luego, más cerca de lo que hacemos, una banda que me gusta y de la cual sí soy muy fan son Los Brincos. Hicieron grandes canciones y sí me han influenciado mucho.

-¿De Latinoamérica?


Conozco cosas, pero sobre todo argentinas y brasileñas. Me encanta Caetano Veloso, el tropicalismo, Os Mutantes, Gilberto Gil, Vinicius de Moraes.

-¡Pero si todo es también de los 60 y 70!


(Risas). Claro, pues de los actuales conozco poco. Conozco de Argentina a Pescado Rabioso, que también es de los 70. De ahora el Kevin Johansen me gusta. Pero bueno, realmente no conozco mucho, y de venezolanos no conozco nada. Seguro tú me puedes ayudar en eso.

-Tus letras son mayormente en inglés. ¿También es por la sonoridad d
el idioma?

Para mí el idioma del rock es el inglés, de hecho la palabra es inglesa. Entonces casi por defecto compongo en inglés. Pero cada idioma tiene su clave. Hay veces en que por sonido me funciona mejor el inglés, y hay veces en que funciona mejor el castellano. Está en función de lo que uno quiere transmitir. Cada lengua tiene sus virtudes. La palabra amor en francés, tiene una connotación mucho más fuerte que love. En “Summertime in Sweden” hay dos versos en sueco. Y ahora estoy trabajando en una canción que posiblemente sea en francés. La lengua es también muy libre para mí.

-¿Cuál es el próximo reto, musicalmente hablando?


El próximo disco es un reto, porque va a ser distinto. Todo está yendo por un camino bastante más experimental. Será más ambiental, siempre con un respeto por la canción y el trabajo en la melodía, por lo que siempre va a estar ligado al rock y al pop, pero mucho más experimental.

No sé si habrá un sonido estrictamente psicodélico, quizá sí porque lo tengo en la sangre. Pero creo que la psicodelia estará más por conectar con el alma en un sentido musical, por dejarse llevar e ir hacia terrenos desconocidos, por experimentar cosas que sólo puedes hacer a través de la música.

Trabajaremos más con las sensaciones, ésa es la parte psicodélica que siempre va a existir, pero lo que viene tendrá un punto más oscuro. También va a ser difícil de catalogar, así que tendré que llevar mi lista de adjetivos para que los pongan en las notas de prensa (risas).

LaDosis #4

Presentada el pasado 14 de junio, ya está rodando por las calles de Caracas la edición #4 de la Revista LaDosis.

Un extenso reportaje sobre la Movida Acústica Urbana, el colectivo de ensambles instrumentales que viene renovando la música de raíz venezolana, ocupa la portada.

También se incluyen en esta entrega una cronología sobre el desarrollo del rock progresivo y sinfónico venezolano; notas sobre el bajista Oscar Fanega y el salsero Gerardo Rosales; entrevistas a Jorge Drexler, Zeta Bosio y la mencionada a Cuchillo, además de reseñas de conciertos, libros y discos, y otros análisis.

LaDosis se consigue gratuitamente en Discotiendas Esperanto, las universidades Católica Andrés Bello, Metropolitana, Santa María y Simón Bolívar, el Goethe-Institut Venezuela, la Alianza Francesa, el British Council, así como en distintos conciertos y eventos.

viernes, 12 de junio de 2009

Sonar 2009: Más cerca de África, más lejos de Latinoamérica


Sí hay algo que llama la atención del cartel del Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia de Barcelona, Sónar 2009, además de la escasez de divas, es la intensísima participación de artistas del Reino Unido y, en general, el perfil europeo del encuentro.

Tal como comentábamos en el anterior post (Sónar 2009: sondea lo emergente y recupera ancla electrónica), este año se ha querido dar palco a artistas emergentes, atendiendo así también a un público que se está renovando y quiere saber de nuevas generaciones de músicos.

La cosa es que, novatos o no, la mayoría sigue proviniendo de mercados asentados, cosa totalmente comprensible y que de cualquier manera no desmerece los esfuerzos por extender las fronteras.

Parece claro que el Sónar quiere ser cada vez más europeo. Aunque obviamente hay una participación estadounidense importante –este año además hubo dos eventos previos en Nueva York y Washington-, en su programación prácticamente la mitad de los artistas –y también del público- es del Reino Unido.

La tendencia es potenciada por el convenio existente entre Sónar y la BBC, con el espacio BBC Introducing, que ubica nuevos talentos para exponerlos en su showcase. Luego, además de los artistas españoles, hay una intervención significativa de Francia, Italia y hasta de los países nórdicos.

Sin embargo, la conexión entre España y Latinoamérica que hubo en algún momento y que en otras ediciones se pudo traducir en cierta representación, ha quedado reducida a una mínima expresión en el Sónar 2009.

En el cartel se incluye sólo a la mexicana Natalia Lafourcade, al colombiano El Santo y al venezolano Cardopusher, por cierto, el único latino que fue destacado en la rueda de prensa de presentación del festival, pero que cuenta con la ventaja de estar radicado en Barcelona.

La representación latinoamericana es tan exigua que, de hecho, sólo se mencionó en una nota de prensa titulada Nuevas Fronteras, que explicaba como el “Sónar 2009 amplia fronteras musicales en un programa que incluye a artistas de Congo, Siria, Sudáfrica, México, Colombia, Angola, Etiopía, Rusia, Venezuela o Singapur”.

Ciertamente resulta loable e interesantísima la exploración del “latido africano” que se comenzó el año pasado, al incluir a artistas como Buraka Som Sistema, que ahora repite, y Konono No. 1, que el año pasado se había quedado varado en Kinshasa, por problemas de visado, y que esta vez sí participará.

A ellos se agrega el jazzman etíope Mulatu Astatké, el nuevo exponente sudafricano del afro-house Culoe de Song y, de Siria, Omar Souleyman, un músico con treinta álbumes explorando la música tradicional, aprovechando elementos contemporáneos.



Sin embargo, resulta al menos irónico que la participación de América Latina haya quedado al mismo nivel de la de países que, más allá de su riqueza musical, históricamente no han tenido el intercambio musical y cultural -entre artistas e industria- que sí ha habido entre España y Latinoamérica. ¿Se ha perdido el interés, los puntos de contacto, o se cree que no hay la calidad suficiente?

Al final, pues, en momentos de integración europea parece que el Atlántico se ha vuelto bastante más ancho que en los tiempos de Colón.

Reseña post festival:

El sondeo al "latido africano" tuvo un éxito rotundo en el Sonar 2009. Al respecto escribimos otro post:

Sónar 2009: Sondea lo emergente y recupera ancla electrónica

Los organizadores siempre han subrayado que el Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia de Barcelona, Sónar, no es un espectáculo de cabezas de cartel. Y aunque en su programa resaltan un par de nombres, la máxima quizá nunca había sido tan cierta como en esta 16º edición, que se celebrará los días 18, 19 y 20 de junio.

De un total de 220 músicos y Dj’s procedentes de 27 países, sólo la pantera negra de Grace Jones brilla como gran diva. Icono fashion, estandarte de la música disco de la década de los ochenta y renovadora del sonido disco-funk, vendrá a presentar su último álbum Hurrican, sazonado seguramente con algunos recuentos.

De una década después, el otro nombre fulgurante es el de Orbital, el grupo más importante de la electrónica de baile ‘noventera’ que, según promete, con un espectáculo lúdico y audiovisual dará un repaso a los grandes éxitos de su carrera. En su tercera actuación en el Sónar, recoloca el ancla en el terreno originario del festival: la electrónica.

En la misma tónica, pero de más reciente data se suman Carl Craig, Jeff Mills, Richie Hawtin y una de las bandas más elogiadas por la crítica y el público, colocándola generalmente bajo etiquetas tipo psych folk o noise rock: Animal Collective.

La agrupación estadounidense que también apela a influencias rock, indie, psicodelia y electrónica vendrá con su Merriweather Post Pavilion, uno de los discos más importantes de este año, en el que mantiene el gusto por la experimentación, el apego al folk primitivo y a las elaboraciones melódicas curiosas.



A partir de ahí el cartel da paso a las “estrellas nacientes”, a jóvenes de rápido ascenso, cuando no figuras totalmente por descubrir.

Por sólo dar algunos nombres: Ebony Bones, para muchos la heredera de M.I.A; el dúo canadiense Crystal Castles; la mezcla acústico-electrónica de Fever Ray; el pop chatarrero del español y ex Tarántula de Joe Crepúculo; más un montón de figuras pujantes del Reino Unido como de Late of the Pier; Micachu and The Shapes; La Roux; y Dan le sac vs. Scroobius Pip.



A todos ellos hay que agregar el componente realmente emergente proveniente de “otras latitudes”; es decir, artistas no europeos ni estadounidenses. Si en otras ediciones se había vuelto la mirada a Asia, en esta entrega África ha ganado representación, tal y como comentaremos en el próximo post.

La mayoría de estos nuevos artistas viene de escenas pequeñas, abriéndose espacios a través de las nuevas redes de comunicación y difusión propuestas por Internet, sin respetar demasiado las convenciones. Incluso está el caso curioso de una exconcursante de Pop Idol, Little Boots, quien fue eliminada después de sólo tres rondas, pero que años después se ha ido haciendo su propio camino por mecanismos alternativos.

Interés, innovación y creatividad fueron los criterios de selección, según aclara Enric Palau, uno de los co-directores del festival. Si el año pasado el discurso tenía tono políticamente correcto, apelando al ‘factor femenino’ y a la interculturalidad -como analizamos en una reseña del Sónar 2008-, en ésta se pretende recuperar el acento electrónico y dar cabida a nuevos talentos. Nada tuvo que ver la crisis, resaltan los organizadores.

Sin embargo, lo cierto es que el presupuesto del festival bajó de más de 4 millones de euros disponibles en 2008, a poco más de 3 millones y medio recolectados para esta entrega, como consecuencia de una disminución de 25 por ciento en el aporte de patrocinios privados.

"En estos momentos las cifras de venta de entradas son las mismas que el año pasado", dicen sus directores, confiados en que la taquilla compensará cualquier contratiempo, ya que "la calidad no se ha resentido".

No obstante, más allá de lo interesante y positivo de ver nuevos artífices, público y prensa han encontrado en esta reducción parte de la justificación del cartel, y de la eliminación de uno de los escenarios de Sonar Noche, así como del espacio Sonar Cinema.

Como contrapartida, los recursos se han redirigido a proyectos que aprovechan el elemento visual, más allá de la sala de proyecciones, tanto en conciertos –Orbital, Moderat, Ryoichi Kurokawa, por ejemplo- como en exposiciones.



Adicionalmente, y quizá respondiendo a ese público que ha ido creciendo –madurando y reproduciéndose- y que ya empezaba a traer a sus hijos al Sonar Día, se creó Sonar Kids, un spin off con pretensiones de independencia, que este domingo 21 de junio se estrenará con conciertos, talleres y actividades plásticas y audiovisuales, para niños y sus padres.

Sónar en LaDosis


Cada año este festival se vende como el encuentro del arte sonoro y visual que captura las últimas tendencias, como dijimos en una nota sobre el Sónar 2008.

No lo es siempre, ni en todo su cartel, pero el discurso ha calado y no sólo en los amantes de la música electrónica, sino también en autoridades y en las más importantes instituciones culturales de Barcelona, que ceden sus espacios por tres días y que, aún con la tan mentada crisis, no han disminuido su aporte en metálico:

El Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), concentrarán las áreas expositivas y los conciertos del llamado Sónar Día; mientras en el recinto de Gran Vía de la Fira de Barcelona, se realizarán las sesiones de Sónar Noche, hasta el amanecer.

A esto se añaden los escenarios para eventos especiales: L’Auditori, donde se realizará un concierto de la banda instrumental BCN216, junto con el músico noruego Lars Horntveth; y el Planetari de CosmoCaixa, donde durante los tres días del festival se dará el espectáculo “Ten Thousand Peacock Feathers in Foaming Acid”, que combina proyecciones a través de lásers y membranas jabonosas con paisajes sonoros.

Serán 71 conciertos y 49 sesiones de Dj, más 25 obras expuestas en Sonarmática. Por allí estaremos y contaremos en un reporte especial para la revista LaDosis.

domingo, 17 de mayo de 2009

Lisandro Aristimuño desnudó su canción en Barcelona


Había estado hacía muy poco girando largamente por España y Latinoamérica y se suponía que ahora estaba en Circo Beat grabando su cuarto disco. Así que me sorprendí cuando vi anunciada una nueva gira de Lisandro Aristumuño: nueve fechas en ocho ciudades españolas, más un pequeño salto a Bélgica.

Dado lo reciente de su anterior visita y su carácter ‘under’ –siempre ha sido un artista independiente y esta vez la lista de presentaciones salió sólo en su blog y en alguna que otra agenda especializada- recordé mis tiempos tras bastidores, y temí por un momento que la convocatoria pasara desapercibida.

Pero desde antes que abrieran las puertas del Alfa Bar ahí ya estaban haciendo fila. Los primeros, una pareja de argentinos que, aunque tenían hambre, decían no querían moverse porque “vivimos en Tarragona, y no nos queremos quedar afuera después de todo este viaje”.

A ellos se les unió otro amigo del sur, haciéndome pensar vendría sólo la comunidad de argentinos radicados en Barcelona. Pero al rato ya daban vueltas un par de mexicanos y entonces los catalanes, más acostumbrados a llegar sobre la hora sin temor a quedarse afuera.

El local terminó de tomar el clima adecuado mientras tocaba la colombiana Lucrecia. Los puntuales pudieron ver a Lisandro deambulando por el local. Los menos tímidos se pusieron a hablar con él, mientras el resto lo oteaba a lo lejos:

“Yo lo conocí hace poco”, me confiesa otro argentino. “Cuando estuve en Buenos Aires me lo pusieron, y lo escuché todo el mes como un mantra. Ahora estoy trabajando con su música –dice-, soy bailarín y me transporta”.

Al él, como a tantos otros, lo capturaron las atmósferas y texturas. En su sonido, tal como comenté en un anterior post sobre Lisandro, la canción y la Patagonia no sólo están en el fraseo o en la guitarra, sino que respiran a través de secuencias, en el uso orgánico de una electrónica que termina de darle pulso, sabor a tierra y aire.

Haciéndole honor a esta peculiaridad, comienza su set como suele venir por estas tierras: guitarra, computadora y muchos aparatitos "que repiten cosas", como dice él.

En este caso, el loop de voces inicia “La última prosa” en esa especie de lengua antigua o infantil, de jeringoza ininteligible e hipnótica.

Se siente una leve saturación, pero él da las gracias a quienes permiten el toque y chequea con el público que no obstante suene bien. Empieza el juego de percusión vocal que anuncia “En mí”. Vienen los acordes, un par de estrofas y luego más experimentación con la guitarra, capas y capas que se superponen.

Juega más en “Tu nombre y el mío”. Pero al cabo de un rato la saturación se agrava, cierto acoplamiento desemboca en feedback y en algunas pausas extrañas. “Tenemos unos problemitas aquí, pero no importa”, dice, tratando que la espontaneidad y entrega, superen cualquier deficiencia técnica.

“Sí importa –salta alguien del público–… diez euros”, reclama retrechero, como queriendo decir ‘el rey está desnudo’. Los problemas son reales, pero la calaña de la protesta desentona. Lisandro replica: “¿Quién dijo eso?”. Nadie responde. “Se lo devuelvo”, recalca firme, pero aún así cándido.

Y entonces efectivamente se desnuda. Sí, tal como dice la letra de “Para Vestirte hoy”, desnuda su canción: apaga todos los aparatitos, se queda sólo con su guitarra y, con los arpegios de “Me hice cargo de tu luz”, recupera el control absoluto de la escena.

Según confiesa, algunas canciones más tarde, en medio de la gira su guitarra se rompió. El chico del bar, también músico, le prestó su guitarra, pero no termina de encajar con el resto de la parafernalia. “Da igual”, gritan del público. “¿Sí?, ¿Diez euros?”, pregunta él, revirtiendo definitivamente aquel reclamo.

El percance nos permite verlo de una forma inusual: en crudo, jugueteando con la guitarra, como si estuviera componiendo cada canción en frente nuestro.

En el fraseo se lo siente casi paladear las letras. Subraya una frase con toque más tierno en “Me hice cargo de tu luz”; mientras en “Algún lado” una leve pausa le da un giro travieso a “pa’ no olvidarme más, de tu humanidad tan grande”, y suena más bien a “pa’ no olvidarme más, de tu manía tan grande”.

En "39º" el delirio se traduce en una modulación rasgada y cargada de matices. Se divierte y degusta las letras y melodías de "El árbol caído" y "Amanecer", que termina desembocando en "Black bird" de The Beatles. Con “Cerrar los ojos” gana un tono más agresivo, pero juguetón, como denotando ironía. La voz se le quiebra a veces, pero quizá nunca con tanta expresividad.

Sólo al final del último bis, “Canción de amor”, vuelve a revestir la melodía en un divertimento de despedida. Deja la base de guitarra en un loop que se va difuminando, mientras va añadiendo las capas de voz.

Según nos contó luego en una entrevista –que esperamos publicar próximamente en LaDosis- ahora quiere experimentar más con estas atmósferas. Está pensando incluso en hacer una banda sonora.

Pero aquí lo vimos reconectado con la esencia de la canción, con la lírica y su rol de cantautor. Sólo faltaba el hogar encendido, para imaginarlo guarecido en el invierno, en el sofá de nuestra sala. Veremos qué hace este 19 de mayo, en Casa América, de Madrid.

El ‘acusticazo’ contado por él mismo

La Revista ZonadeObras ahora cuenta con una curiosa sección: Diarios de Gira, donde Lisandro no resistió comentar de su “acusticazo” en Barcelona:

“Barcelona, martes 12, un concierto en donde tuve que poner un poco más de lo normal, ya que la guitarra que me habían alquilado para el concierto se rompió en la prueba de sonido... por suerte el dueño del lugar tenia una en su casa y me la prestó...
Arranqué el primer tema y la loopera no funcionó!... eso hizo brotar mi lado folk, saqué, o mejor dicho arranqué todos los cables y los pedales y hasta hora fue el concierto más acústico que realicé en esta gira... guitarra y voz. Me encantó el concierto, tuvo sangre, aire y corazón... las canciones desnudas tuvieron su magia, fue hermosa la sensación de recordar las canciones como cuando las comienzo a componer, como si hubieran vuelto a nacer... el público fue muy respetuoso y fogoso (había muchos argentinos con mucha buena onda) y me hicieron sentir en casa.
Fue unos de los conciertos más largos, hice casi todas mis canciones... hubo muchos bises y escuché al publico cantando, con mucha emoción...
Hoy miercoles en una Barcelona nublada y luego del acusticazo de anoche, no es casualidad que en mi mp3 suene sin parar Nick Drake y su disco Pink Moon”.

Pueden seguir el resto de sus andanzas en el Diario de Gira de Lisandro Aristimuño.

domingo, 19 de abril de 2009

Gran Torino, los buenos y los malos y lo políticamente correcto


Residir en Barcelona, una ciudad que se debate entre ser España, pero antes Catalunya y luego parte de la Comunidad Europea, mientras aprende a encajar la mayor inmigración de su historia, significa vivir en un entrecruce de mensajes ‘políticamente correctos’: interculturalidad y tolerancia, pero parla català, internacionalidad e integración, pero defensa de parcelas y fronteras; cosmopolitismo y apertura, pero exudando payés.

Viniendo de Venezuela, un país donde –al menos antes– todo el mundo sabía que era ‘café con leche’: una mezcla infinita de razas, culturas y costumbres; y habiendo crecido en una ciudad donde la mayoría de mis amigos tenían un padre o un abuelo español, italiano o portugués, muchos de estos mensajes no dejan de causarme cierta gracia, cuando no franca inquietud.

No me llama la atención que el dueño del bar de mi barrio me hable con un catalán cada vez más cerrado, ante mis balbuceos de aprendiz. El viejo me parece al menos auténtico, y su exigencia, legítima. Me inquietan más otros mensajes aparentemente inofensivos o que, incluso, condescendientes, pretenden ayudar sin notar su arrogancia.

Tal es el caso del director de un programa de música para la integración, quien en una entrevista subrayaba había que escoger bien la programación, ya que no se podía meter a unos inmigrantes árabes recién llegados a un concierto académico, porque no estarían familiarizados con la ‘complejidad’ de la música europea.

O el de una profesora de Teoría Postcolonial, ésa que pretende ‘revindicar’ la literatura de países que fueron colonia, quién lanzó un insólito: “porque aquí todos somos blancos”, para explicar el enfoque europeo que había prevalecido, ante el cruce de miradas de todos los latinoamericanos -en toda nuestra gama de ‘cafés con leche’-, sin nombrar a un par de chinos.


Fue en este contexto que vi Gran Torino (2008), la última entrega de Clint Eastwood, y me encuentro a este viejo racista y gruñón, soltando perlas como: “¿cuántas ratas cabrán en esa sala?”, ante la llegada de más y más invitados a la casa de uno de sus vecinos asiáticos.

Autoerigido en una especie de última resistencia blanca, en un barrio ‘invadido’ por ‘minorías raciales’, y disputado entre pandillas asiáticas y latinas, Walt Kowalski no podía ser menos políticamente correcto… ni tampoco más efectivo al poner en evidencia la flacidez e ingenuidad de muchos de esos mensajes.

Del honor al desconcierto

Alguien me dijo que vio Gran Torino como un western urbano. Muchas críticas leen en el protagonista una especie de recuento de los grandes duros eastwoodianos como el William “Bill” Munny de Unforgiven (1992), el Harry Callahan de la serie Dirty Harry (1971), o el Thomas Highway de Heartbreak Ridge (1986).

Y sí, hay algo de eso. Está la violencia, la venganza, la justicia, la hostilidad hacia el extraño, además de todo el magnetismo de un protagonista mordaz, receloso y brutal, que sólo quiere permanecer como outsider, sin implicarse y sin que lo molesten.









Pero el giro está en agarrar a uno de esos duros y lanzarlo al desconcierto, al lugar donde sus códigos implacables de antaño parecen ya no tener sentido, donde ya no se puede –o no procede- saber quién es el bueno, el malo y el feo.

Es curioso que muchos críticos españoles hayan visto la película como un diagnóstico de una realidad netamente estadounidense: “el maestro radiografía desde una miniatura aparentemente menor, la columna vertebral de la América descuartizada del siglo XXI”, dice Roberto Piorno, en la Guía del Ocio.

Para él se trata, pues, de “la muerte del americanismo terco”, de “la transformación del paisaje humano de un país a costa de la demolición de las raíces, del olvido de una cierta manera de entender América”. Pero para mí se trata de algo bastante más amplio y cercano.

Walt no es sólo un veterano de la guerra de Corea, racista y huraño, es también alguien que vio desvanecer su trabajo ante la evolución de la industria, la reducción de costos y la tercerización; alguien a quien su familia, aunque cumpla con llamadas y visitas políticamente correctas, en realidad ignora; alguien acorralado por un interculturalismo y por las contradicciones de un mundo que ya no acierta a comprender.

Walt Kowalski es, en resumen, un ser obsoleto; alguien desplazado de su época, que empieza a tomar conciencia de su obsolescencia, como antes lo hizo el entrenador de Million Dollar Baby (2004), como quizá le suceda al viejo del bar de mi barrio, y como cada día nos pasa a todos de algún modo.

Por eso gruñe. Y es justamente en ese gruñido y en esas mentadas de madre que otros podemos identificarnos, si bien no con su racismo inicial, sí con su consternación, su rabia e impotencia, su miedo a ser parte de esa historia o, más bien, a quedar apartada de ella.

La comodidad de no pensar

Si fuera políticamente correcto, Walt no podría decirle asqueroso italiano al barbero, ni acusarlo de ser medio judío por sus precios; tampoco llamar ‘rollito primavera’ al joven Thao, ni suponer que su familia come perros.

Pero la simpleza de lo políticamente correcto también le daría patente de corso para desentenderse de todo, para llamar a la policía en caso de disturbios y pasar de sus vecinos, así como de cualquier extraño, mientras no crucen su jardín.

Lo políticamente correcto es, de hecho, lo que le permitió a sus hijos pretender mudarlo a un asilo, dizque para facilitarle (se) las cosas, en un giro que no deja de sonarme a ‘programa de integración’ a la ancianidad.

Walt, en cambio, más allá de sus palabrotas y prejuicios, es capaz de ver lo que hay en el otro. A pesar de su propia voluntad de permanecer al margen, no puede dejar de reflexionar y, por ello, de reaccionar.

Puede ver que Trey, el joven blanco amigo de Sue, es un payaso al tratar de pasar ‘cool’ ante los pandilleros. Puede identificar la valentía de Thao al tratar de no involucrarse con la pandilla de su primo, e intentar encontrarse a sí mismo, incluso en tareas supuestamente femeninas.

Y puede, sin duda, ver la integridad e inteligencia de Sue, la única capaz de seguirlo en sus pesados juegos de palabras.

“¿Quién es el bueno y quién es el malo?”, le preguntó a un amigo, su hijo de cinco años, cuando veían 3:10 to Yuma (2007). Y sí, a los niños muy pequeños no queda más remedio que decirles ‘esto es bueno, esto es malo’.

Pero a veces me da la sensación de que lo políticamente correcto se queda allí. O, peor, al no poder decir esto es bueno o es malo, entonces su alternativa es la abstinencia, la tolerancia distante o, en el mejor de los casos, la condescendencia, el disfrute de lo exótico sin dejarse permear, el ver -o no ver- sin conocer, ni comprender.

Lo políticamente correcto es la versión cómoda de ciudadanía: hacer nuestro trabajo, cumplir las leyes; la versión fast food de nuestra conformación como individuos.

Lo realmente retador, lo que nos hace adultos y ciudadanos es comprender los matices, desarrollar –y ejercer- una capacidad de reflexión y discernimiento que nos permita enfrentarnos, sin atrincherarnos temerosos, ni proyectar culpas, a nuevas experiencias, incluso a aquellas frente a las que la moral colectiva todavía no tiene respuestas asentadas.

Una de las frases que más recuerdo de The Last King of Scotland (2006) es cuando el médico Nicholas Garrigan, finalmente escandalizado ante las barbaridades de Idi Amin, le dice: “You're a child. That's what makes you so fucking scary”. El detalle es que no sólo Amin estaba siendo un niño.

Es ya vieja –pero lamentablemente poco asimilada- esa idea de Hannah Arendt de la banalidad del mal, de que cualquiera podría ser capaz de atrocidades como las de Auschwitz. No hace falta un monstruo, sino una persona ‘normal’ metida irreflexivamente dentro de un sistema, una tuerca más que cumple con su trabajo.

Sin criterios, sin matices, sin reflexión ni capacidad de discernir, no sólo podemos quedar a merced de personajes aterradores, podemos ser uno de ellos. El problema, el pecado, no está en decirle a alguien ‘rollito primavera’, el problema es no pensar. That’s what makes us so fucking scary.