martes, 27 de septiembre de 2011

Rock chileno: Programa especial como invitada en Radio 3

Este miércoles 28 de septiembre, estaremos conversando sobre rock chileno en el Programa El Gran Quilombo, de Consol Sáenz, desde las 8 p.m. en Radio 3.

Ahora, cuando Javiera Mena continúa impactando en cada una de sus presentaciones –la última en las Fiestas de La Mercè-, y gracias a ella, a Gepe y a Dënver, en España se habla de Chile como el “nuevo paraíso del pop”,  vale la pena terminar de voltear hacia esa delgada franja de tierra, con un interesantísimo historial musical y un arsenal de artistas emergentes, también en las vertientes más rock.

No sólo el pop crece en Chile. Y si una de sus herencias musicales más importantes proviene del lado cantautor -Violeta Parra, Víctor Jara y la Nueva Canción Chilena-, el país sureño también colocó piedras fundamentales en el nacimiento y consolidación del rock latinoamericano.

Los Jaivas, Los Prisioneros y Los Tres son nombres imprescindibles no sólo para Chile, sino para el rock en español y la música actual latinoamericana, como apuntaba en esta serie sobre nuevas músicas de América Latina.

Con estos antecedentes y el legado de la familia Parra es que, a mi juicio, se vienen generando las propuestas más interesantes de la música actual chilena, en diversos géneros y tendencias.

Venga, pues, una mirada a los padres de todo y una muestra de lo que viene creciendo. Si ya aquí suenan Mena y Dënver y se sabe del rap Ana Tijoux o el electropop de Fakuta, apuntalaré el rock pop de Los Bunkers, el rockabilly garagero de Perrosky o el cruce de folk y psicodelia de Philipina Bitch, sin olvidar a The Ganjas.

Aquí ya se puede escuchar el programa:



Para completar la panorámica dejo unos videos de los artistas mencionados, con algunos datos referenciales, y otra lista de nombres a tomar en cuenta: Pánico, Pedropiedra, Los Chinches, Casino, Trancemission, Hielo Negro, Astro, Mostro, Caravana, Odisea… además de toda la camada de neucantautores como Chinoy, Nano Stern y Camila Moreno.

Perrosky
Retro y vanguardista. Revelación en el pasado Primavera Sound. Aunque prácticamente desconocido en Europa, el dúo enganchó a todo el que pasaba cerca del escenario. Rotunda descarga de folk, rockabilly y rock and roll de vieja escuela norteamericana, con un revés de campo sureño y un dejo garagero experimental. No gratuitamente Jon Spencer produjo su último disco, Tostado, grabado con máquinas análogas, micrófonos y amplificadores de los años 50 y 60. Más referencias en el post: Perrosky y el rock chileno en el Primavera Sound. En el video, grabado en su gira "Panamericana", vienen reforzados por la banda amiga Philipina Bitch.


Los Prisioneros
Antecedente fundamental del pop chileno actual, pero también estandarte del rock latinoamericano. Su tema “We are sudamerican rockers” abrió las transmisiones del MTV Latino, cual jocosa declaración de principios: “No nos acompleja revolver los estilos / mientras huelan a gringo y se puedan bailar. Nuestra pésima música no es placer para dioses / jamás ganaremos la inmortalidad”.


Rock, punk, rockabilly, new wave, electrónica y hasta el germen de un sonido “industrial” podrían apuntarse en su haber. Tan o más impresionantes y visionarias fueron –y son- sus letras, retrato de problemáticas todavía vigentes en la región: inmigración, identidad, postcolonialismo o exclusión, como apuntábamos en este post: "Cuando Latinoamérica empezó a rockear". Su tema “El baile de los que sobran”, bien podría ser la banda sonora de las protestas estudiantiles actuales, con ecos para el Movimiento del 15 M.


Los Jaivas
Padres del rock progresivo chileno, originalmente llamados “The High Bass”. Una de las piedras fundacionales del rock latinoamericano, al apropiarse del género, no sólo castellanizando su nombre, sino especialmente al incorporar las propias historias, ambientes, atmósferas, instrumentos y sonidos. Quenas, zampoñas, charangos, sonoridades y ritmos de folklore andino y sureño, unidos a un cuarteto de rock, con piano y minimoog. Alturas del Machu Picchu, un álbum y un documental filmado en las propias ruinas, con Vargas Llosa como presentador, es una musicalización del Canto General de Pablo Neruda y es considerado el segundo mejor disco de todos los tiempos, después de Las Últimas Composiciones de Violeta Parra. Marcaron una línea de psicodelia que hoy continúa presente en grupos como The Ganjas.


Los Tres
Agrupación estandarte de los 90, que logra cuajar un rock reconociblemente chileno. Aunque internacionalmente menos conocida que La Ley, es a mi juicio una de las bandas más consistentes y originales de Latinoamérica. Supo catalizar la fuerza del rock clásico, el rock and roll y el rockabilly, a través de la sensibilidad y picardía del jazz huachaca y la cueca chora, logrando un sonido maduro y personal, en el que confluyen tiempos, espacios, técnicas y ritmos. Aquí uno de sus mejores videos, con su lado más acústico.


Grandes virtuosos en sus instrumentos, como decía en el post “Mas allá de lo ‘auténtico’…”, sus integrantes encontraron su particularidad y su fuerza a través de la herencia de Roberto y Lalo Parra, de la música que nació en los burdeles y fondas de los puertos, cuando los músicos locales, entreteniendo a los ‘gringos’ con jazz, fox trot y charleston, terminaron reconfigurando las cadencias populares más callejeras. En la sesión del MTV Unplugged demostraron cómo una mirada al pasado puede ser liberadora, apuntalando la creación sin prejuicios, sin categorías absolutas que defender o estabilizar.


Los Bunkers
Una de las bandas activas más destacadas en lo que va de siglo, especialmente por sus presentaciones en vivo. En cierto sentido, la evolución pop del rock chileno de Los Tres (Álvaro Henriquez, apadrinó sus primeros pasos). Por sonido y aspecto les solían decir los Beatles chilenos, aunque es más bien heredera, en clave rock pop, de esa línea de fusión con sonidos de raíz folklórica o popular, especialmente de la Nueva Canción Chilena, Víctor Jara y Violeta Parra, además de Inti Illimani y Quilapayún, a quienes también han homenajeado con su look. Radicados en México, en los últimos tiempos se han decantado por un sonido más pop e internacional. Acaban de sacar un disco de versiones de Silvio Rodríguez, pero yo prefiero destacar un video del álbum anterior, Barrio Estación.


Philipina Bitch
Novel y potentísimo dúo, proveniente de Concepción. Heredero en igual medida, tanto de sus coterráneos Los Tres y la familia Parra, como del primer Pink Floyd, Syd Barret y The Beatles. Prácticamente desconocida fuera del under chileno y muy austera en recursos, la banda sorprende y engancha por la fibra en la interpretación. Curiosa y enérgica mezcla de vanguardia experimental y descarga psicodélica, con tradición y sensibilidad cantautora. El peso de los ingredientes cambia según el carácter de cada canción.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Con mano izquierda: corazones solitarios y cazadores adormecidos
(A propósito de la novela de McCullers, Chile y Felipe Camiroaga)


La referencia a la mano izquierda originalmente no era porque pensara tratar un tema particularmente delicado, sino porque como la tendinitis me había mantenido alejada de este blog, tuve que recurrir literalmente a la mano izquierda para dar alguna fe de vida. Con la “siniestra” pensaba, pues, colocar unas líneas mínimas con un par de cosas que hubieran llamado mi atención en estos días.

Pero al sentarme aquí mis pensamientos han terminado recayendo, una y otra vez, con diferentes excusas, en una misma cosa: The heart is a lonely hunter, de Carson McCullers. Y la razón por la que vuelvo y relaciono tantas cosas con este libro, puede que sí amerite cierta “mano izquierda”.

Hasta este verano no había leído esta primera novela de Carson McCullers. Y qué novela. A pesar de lo insólitamente ridícula de la traducción de Seix Barral –en los diálogos se traduce “ok”, como “conforme” (es que hasta la computadora Hal suena más humana; tocará releerla en original), el libro no sólo me capturó, sino que se ha quedado ahí dándome vueltas, con ecos y resonancias.

No pretendo hacer aquí un gran análisis de la obra –mi mano solitaria, no me lo permitiría. La traigo a colación precisamente por los ecos, porque ahora, cuando todavía veo algunas notas “llorando” a Amy Winehouse –cada vez más pocas y pronto desaparecerán, hasta algún aniversario- y recuerdo cómo se hablaba de Kurt Cobain como el representante de una generación desencantada, me quedo pensando en cuántos han sido nuestros respectivos Mister Singer, ese sordomudo elegante del cual nadie sabía realmente nada, pero alrededor del cual todos comenzaron a girar.

Cuando Chile se pone de duelo, no por todos los fallecidos en el accidente de avión en el archipiélago Juan Fernández, sino especialmente por la muerte del animador de las mañanas Felipe Camiroaga -la gran “compañía de los sencillos”, dicen, de quienes tienen poco o nada y se sentían reconfortados por sus humoradas-, me pregunto hasta qué punto nos conmovemos –y nos dejamos llevar- por proyecciones.

Y no quiero referirme aquí a la calidad de artistas y personas que eran realmente Winehouse o Camiroaga –este último falleció ayudando en la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto de 2010. Ni siquiera quiero referirme a la pena que puede producir la pérdida de alguien cercano –o no-, sino a cómo asumimos en nuestras vidas ciertas figuras públicas y mediatizadas.

A Mister Singer nadie lo conocía. En contraste con la imagen un tanto grotesca de las primeras páginas -la del dúo que formaba con su amigo Antonapuolos-, a lo largo de la novela va adquiriendo cada vez mayor brillo. Y va ganando nobleza, por lo que dice e imagina la gente. Precisamente porque no habla, se convierte en el modelo perfecto para vestir los trajes que cada quien le quiera poner: de amigo, de padre, de justiciero, de confidente.

Por su aspecto sobrio y su mirada atenta y amable, unos lo toman por judío, otros por protestante, unos por sabio, otros por santo… cada quien según sus necesidades o deseos. Pero en el pueblo nunca se enteran de lo que realmente le importa. Y lo que le interesa a Singer nada tiene que ver con los sueños y expectativas más o menos nobles, que cada uno de los personajes le fue endilgando: la justicia, la igualdad o la sensibilidad artística.

A Mister Singer sólo le importa su amigo recluido en un sanatorio, Antonapuolos, quien, como para remarcar todavía más la soledad humana, tampoco lo conoce realmente. Pocas veces o nunca da señales de comprender todo lo que Singer le cuenta, ni muestra real empatía; sólo funciona como una especie de receptáculo más o menos pasivo de sus regalos y cariño.

Todos creen que lo aman, pero nadie sabe quién es. Le hablan pensando que existe una “comunicación secreta entre ambos”. Cada uno le habla “más de lo que había hablado con nadie en su vida”. Comparten con él porque tienen “la sensación de que el mudo nunca dejaba de comprender lo que querían comunicarle. Y tal vez más aún”, “como si el hombre fuera una especie de eminente maestro; sólo que, como era mudo, no podía enseñar.”

Y yo leo la novela y veo las noticias y vuelvo a preguntarme cuántos han sido y serán los “personajes” que, sin haberlos tocado realmente o precisamente por no poder llegar a ellos, encarnan todas nuestras expectativas del amigo, del hijo, del hermano cercano que en realidad no tenemos.

O, peor aún, del que sí tenemos, pero que no tratamos mucho, mientras criamos gatos o perros y lloramos a Camiroaga y antes a Cobain, porque la convivencia es difícil, porque “ese no pareciera hermano mío”, porque “la vieja está muy pesada”, porque con seres que sí hablan y que no están tras el cristal de la televisión es mucho más difícil ponerse de acuerdo.

Amy Winehouse, como Michael Jackson o Felipe Camiroaga pueden funcionar como nuestros Singer de carne y hueso -y eso si es que sus imágenes en los medios puede considerarse más reales que las descripciones en una novela. Sólo que en lugar del silencio, lo que da pie a que cada quien cree su propia historia, quizá sea el escándalo, la exposición masiva, el parloteo de cada mañana y, lo más grave, las proyecciones mercadotécnicas de productores, medios, publicistas y asesores de imagen.

Precisamente porque “no hablan”, más allá de sus imágenes mediatizadas y construidas; porque no podemos llegar a ellos para tratar de entender quiénes son y cuál es su verdadera tragedia –si ya es difícil llegar a quien tenemos al lado, cómo podríamos alcanzar a una “estrella"-, entonces vemos en esa pantalla lo que queremos ver, nos proyectarnos en ellos y les inventamos virtudes e historias.

Se entiende. Es humano. Pero aunque tales proyecciones pueden acercarse más o menos a la realidad –creo, por ejemplo, que Camiroaga era buena persona- no deja de ser patético que tengamos que recurrir a ellas, para sentirnos menos solos y pretender que nuestros sueños y miserias cotidianas tienen algún sentido.

Al final de la novela, todos lamentan la muerte de Mister Singer, pero se produce una especie de desencantamiento. Más allá del misterio de su suicidio, todos se afligen, más que por él, por sí mismos, porque ya no tienen ese pedazo virtuoso de ellos mismos, encarnado en ese caballero elegante. Caen en cuenta entonces de cuán sólo están y de qué es lo que han estado perdiendo o aplazando, obnubilados por sus propias proyecciones y fantasías.

Se trata de un desencantamiento desolador, sin duda. Pero lo terrible es que en la vida real a veces ni siquiera tenemos ese momento de desencantamiento; no llegamos a ver cómo se quiebra el espejo mágico, ni tomamos conciencia de la alienación. Por el contrario, lo peligroso es que nos dejémonos impresionar, no por nuestros ‘héroes’, sino por quienes se aprovechan de esas figuras y sus muertes, y perdemos de vista a quien realmente tenemos al lado, o nos distraemos de nuestras propias luchas. Quedamos así, no sólo solitarios, sino también adormecidos, esperando al nuevo Mister Singer que nos quieran presentar.

Conocemos el viejo truco, la cortina de humo que pueden significar las declaraciones de guerra, o los llamamientos masivos de solidaridad ante desgracias. Pero seguimos cayendo, sin reparar demasiado en qué dejamos de lado o quién saca provecho.

Mientras lloramos las historias de héroes y buenas personas que en realidad no conocemos, en Chile, por ejemplo, en estos días se llegó a criticar que continuaran las movilizaciones estudiantiles, en medio del luto por la tragedia en la isla de Juan Fernández y la muerte de Camiroaga -de hecho se suspendieron actividades-, aunque ahí, en esas protestas y con el inminente peligro de perder fuerza con la pausa, se estuvieran jugando las reivindicaciones sociales de mayor profundidad desde la caída de la dictadura.

martes, 14 de junio de 2011

Aeiou: Juan Son con Simone Pace en el Sónar de Barcelona...
y el desembarco del Festival en Latinoamérica


Escasa, escasísima es la representación de Latinoamérica en la 18ª edición del Festival de Música Avanzada y Arte Multimedia, Sónar de Barcelona

Si bien el año pasado, los colombianos de Bomba Estéreo conquistaron la jornada diurna, y otro tanto lograron la provocadora puesta de feminismo ‘carnicista’ de Le Butcherettes, o la psicodelia a lo mariachi wave de Los Amparito, en el programa de 2011 únicamente figura el mexicano Juan Son, presentado por la Red Bull Music Academy en el Sonar Dôme, además de la sesión del chileno radicado en Barcelona DJ Raff, incluido como talento nacional en el Sonar Village.



 
Exvocalista de Porter, una de las agrupaciones de rock alternativo de mayor impacto en México en los últimos años, pero internacionalmente más conocido por su trabajo en solitario Mermaid Sashimi (2009), Juan Son presentará en el Sonar -por primera vez públicamente- AEIOU, su nuevo proyecto junto con el baterista de la banda neoyorkina Blonde Redhead, Simone Pace

Space Hymns (2011) se llama el álbum de estreno de esta iniciativa alterna, binacional y multilingüe; y puede que sean algo como “himnos espaciales” los que articulan sus líricas fantasiosas, sus atmósferas de electropop sosegado y experimental, y esa voz entre andrógina, infantil y extraterrestre. 
 


 


Según nos comentara en una entrevista para la revista RockDeLux, publicada este mes de junio (RDL #296), fue un “peculiar sentido del humor” lo que unió a este músico nacido en Guadalajara, y Simone Pace, italiano de nacimiento, pero que junto con su hermano Amedeo y la japonesa Kazu Makino, han llevado adelante lo que hoy es grupo de culto en la escena alternativa neoyorkina. 

Radicado en la ciudad estadounidense luego de editar Mermaid Sashimi, el disco de corte más experimental y electrónico con el que fue nominado al Grammy Latino, Juan Son buscó a Pace simplemente como productor. “Pero Simone empezó a sumarle cosas y hubo tanta química, que ya no era una producción, sino un proyecto de los dos”, nos confesó.
 

El resultado fueron diez temas -cantados mayormente en inglés- de un art pop evocador, que busca ser onírico, humorístico y un tanto freak.

Con su aguda voz tendiente a los gorjeos y una interpretación muy dada a lo teatral, con maquillaje y disfraces, Juan Son se ha ganado un nutrido y celoso grupo de fans en Latinoamérica, aunque también algunas críticas en México, ante su salida de Porter y su controvertida imagen entre tímida y exhibicionista, como de ‘emo’ histriónico.
 

“A mí también me gusta el pop y me gusta conectarme con mi lado femenino”, advierte de sus últimas exploraciones más alejadas del rock. En Marmaid Sashimi comenzó a explotar ese filón en una colección de temas grabados prácticamente sin batería, sino con ritmos de ruidos sampleados, e interpretados en vivo casi siempre de maneras imprevistas.
 



“Me gusta definir mi voz con humor”, subraya ahora, sobre el otro hilo del que tira en Space Hymns. “Me gusta que inspire paz, como Enya, pero también tensión como la de Björk o Billy Corgan. Me gusta que suene diversa, que la gente se pregunte si es una mujer, un hombre, un transexual, un niño… o hasta un buho, como en Space Hymns. Ahora estoy escribiendo historias medio filosofales, pero creo que el humor es darte cuenta de lo absurdo que es el universo”, sostiene. Esperemos no quede demasiado castigado por el absurdo del horario vespertino: jueves, a las 15h.
 

El Sónar, hace las Américas
 


Contrariamente a lo que pudiera sugerir el menguado número de artistas latinoamericanos en cartel, los organizadores del Sónar no han perdido el interés en Latinoamérica. El detalle es que ahora parecieran verla más como atractivo mercado, que como cantera de talentos.
 

Al menos eso se puede entrever del anuncio del Sónar São Paulo, “el más ambicioso de todos los proyectos en la estrategia de internacionalización de la marca”, según dijeran en la rueda de prensa, el cual se celebrará en el primer semestre de 2012, siguiendo el esquema del Festival de Barcelona, durante tres días y con cuatro escenarios, más el área expositiva de SonarMática y SonarCinema. 

Planteado como un proyecto de suma importancia para la música y cultura catalanas, en momentos de crisis; como una “plataforma obvia” de “expansión” y “proyección de las industrias creativas de Catalunya”, el Sonar Sao Paulo se proyecta con una duración mínima, en principio, de cuatro años.
El desembarco se realizará en alianza con Dream Factory, la productora de Rock in Río, que gestionará la producción, logística y arraigo en el territorio, mientras que los organizadores del festival barcelonés se reservan la dirección artística y cultural del encuentro.
 

“Tendremos en cuenta la escena local, que es gigantesca”, concedió Enric Palau,  encargado de la programación. Será una suerte de refugio para “los parias que hacen música experimental en Brasil”, se atrevió a decir, en tono aparentemente jocoso, refiriéndose al carácter “cerrado” de la industria musical brasileña, que, aunque reconoce no es nada conservadora –como lo subraya el mismo tropicalismo-, la percibe muy centrada en la bossa nova y otros ritmos locales.
 

“Esto me lo comentaban los mismos artistas brasileños, que en el ámbito experimental y de música avanzada, les costaba bastante encontrar su espacio en su propio país”,  nos reiteró, aunque no pudo mencionar ninguna de las agrupaciones con las que habló, que podrían entrar en el cartel. “Es muy temprano todavía”, se justificó.
 

Al menos antes había mencionado la importancia del “baile funk, que nació en las favelas”, así como algunos otros movimientos latinoamericanos, incluidos en ediciones anteriores del festival, como Nortec Collective. “Hemos sido el amplificador de fenómenos muy importantes, como fue Calle 13 en su momento, pero no cabe todo lo que nos gustaría y de América Latina seguro se nos pasa una cantidad de cosas”.
 

En este sentido, el capítulo en Sao Paulo les servirá también para detectar nuevos sonidos que estén surgiendo y “enriquecer” la programación europea. “Ahí estaremos indagando y rascando para traernos cosas nuevas”, aseveró. Esperemos, pues, que se topen, por ejemplo, con la Berbenéutika de Systema Solar, con el folklore electrónico de Tremor, con Lisandro Aristimuño y los neocantautores apuntalados por laptops, con el legado mangue beat, el huarache-gaze, Meridian Brothers y las múltiples contorsiones de la cumbia… 

martes, 24 de mayo de 2011

Perrosky y el rock chileno en el Primavera Sound

Con la primavera comienzan los grandes conciertos y festivales que dan una mejor excusa para alterarse que las alergias. Y este año el Primavera Sound cuenta con una todavía pequeña, pero –vale resaltar- creciente representación latinoamericana, de la que destacaría especialmente la descarga de rock and roll y blues de los chilenos de Perrosky.

El encuentro barcelonés ha venido posicionándose como uno de los encuentros más importantes de Europa de rock indie, mayormente ‘blanco’. Se lo ha criticado anteriormente por la poca presencia de ‘música negra’ -aunque no esté muy claro a qué se refiere tal etiqueta-, resaltando como excepciones a figuras como Lee Perry en 2010, o el rapero Big Boi en la presente edición. 

No obstante, el año pasado, junto con los showcase de bandas españolas, también se incluyeron por primera vez algunos artistas de América Latina: la agrupación brasileña Macaco Bong, la chilena Javiera Mena, y los argentinos de Él Mató a un Policía Motorizado (aquí antes publiqué una nota de El Mató...). Dado su éxito, los dos últimos repiten ahora y a ellos se suman Las Robertas de Costa Rica –a quienes entrevisté para la RockDeLux #295, de este mes de mayo-, Garotas Suecas de Brasil, el venezolano Algodón Egipcio y los chilenos Gepe, Perrosky y Fernando Milagros.

Bastante ruido ha hecho el pop chileno últimamente en España, con reseñas desplegadas no sólo en revistas especializadas, sino también en medios masivos, como aquel reportaje en El País –un tanto desubicado por cierto- “Chile, un nuevo paraíso del pop”.

En ésa y otras notas se han destacado especialmente las iniciativas de Javiera Mena y Gepe, pero, curiosamente, se han dejado bastante más de lado lo que para mí son las propuestas emergentes más potentes y originales de Chile: Chinoy, a quien entrevisté para RockDeLux (#294, de abril 2011) y del cual hablé en el anterior post sobre estrategias creativas de Latinoamérica; y el dúo Perrosky, que visita por primera vez Europa y, de hecho, es la agrupación que mejor cuadra con el perfil de rock indie del Festival.

Perrosky, descarga esencial
Viernes 27 de mayo, 23.15 h. Escenario Adidas Originals (Parc del Fòrum)
 
Conformado por los hermanos Alejandro y Álvaro Gómez, Perrosky es rockabilly, folk y blues, con olor a Missisipi, pero también a Baja California y un revés de campo chileno, nada obvio pero definitorio. Activo desde 2004, el dúo surgió como proyecto paralelo de la banda de garage Guiso, y fue ganando espacios con una descarga de elementos mínimos –guitarra, voz y batería- y una potencia anclada en lo esencial. 



Su sonido, al inicio más dado a lo punk y alternativo, ha desembocado en el blues, el folk y el rock and roll de vieja escuela norteamericana, hilados quizá por un ancla telúrica y ansias de experimentación, con las que también pueden echar mano de sonidos folklóricos sureños, y hasta de la música ranchera mexicana, que desde hace décadas forma parte de la banda sonora del campo de Chile. 

Si la aventura comenzó con una colección piezas acústicas, grabadas en baja fidelidad en el casette Añejo (2001), hoy ya cuentan con seis producciones más: El ritmo y la calle (2007), Otra vez (EP, 2004), Doblando al español (2008), Son del montón (EP, 2010), Campante y Sonante (EP, 2010) y su última placa, Tostado (Oveja Negra/ Algorecords, 2010), producida nada menos que por Jon Spencer (Jon Spencer Blues Explosion), quien también estará en el Festival. 



En Chile han precedido las actuaciones de estrellas internacionales como Holden, Yann Tiersen y Calexico, y acaban de terminar giras por Argentina y Brasil. En vivo sorprenden siempre por la potencia de su repertorio, desprolijo en elementos, pero evocador y colmado de matices, que transita entre el intimismo y la algarabía, entre la espesura ‘blue’ y cierto descontrol punk con toques de humor, dando pie, no sólo a los temas de su autoría, sino a revisiones simplificadas tanto de los Ramones o la Velvet, como de Los Iracundos o Atahualpa Yupanqui.
 

Fernando Milagros + Philipina Bitch, intimidad apuntalada por rock y psicodelia
Jueves 26 de mayo, 22 h. Escenario adidas Originals (Parc del Fòrum)


Con todo el historial de grandes –gigantes- cantautores chilenos, resulta fácil esperar que toda propuesta que venga de ese país en esas lides tenga, casi por defecto, solvencia y encanto. Por la misma razón, quizá uno suele ser más exigente con los autores de Chile, que con cualquiera.

Fernando Milagros recoge la tradición folk rock de los 60 y 70, sazonándolos con algunas sonoridades locales, en una colección de canciones intimistas y melancólicas; cálidas en su guitarra de cuerdas de nylon, pero que, a mi juicio, suenan mejor como llegan al festival: apuntaladas por la fuerza de rock, folk y psicodelia de Philipina Bitch


 
Nacido como Fernando Briones, el músico y también diseñador teatral, incursionó inicialmente con la banda Mariamilagros, para independizarse en 2006 y editar Vacaciones en el patio de mi casa (2007) y Por su atención gracias (2009). Para sus presentaciones en directo, desde hace algún tiempo lo acompaña Philipina Bitch, un potentísimo trío –antes dúo- proveniente de Concepción, la misma región de la que surgió la agrupación hito del rock de chileno, Los Tres, de la cual hablé en el anterior post

Conformada originalmente por Felipe Ruz y Sebastián Orellana, Philipina Bitch se reconoce heredera de sus coterráneos, así como de la prolífica familia Parra, en igual medida que del primer Pink Floyd, Syd Barret y The Beatles. Prácticamente desconocida fuera del under chileno y muy austera en recursos, sorprende y engancha especialmente por la fibra de su interpretación. Ojalá pudiera presentarse, no sólo como apoyo, sino como banda titular.

 
 
Gepe, pop de neo-hippie a la chilena
Sábado 28 de mayo, 18:00h. Salón Myspace Smint (Parc del Fòrum) 
 

Se lo presenta como un hermano creativo de Javiera Mena, y ciertamente sus carreras comenzaron en paralelo. Debido a su intervención en “Sol de invierno”, el primer éxito de Mena, por ahí se ha dicho que surgió como un apoyo a la cantante. La realidad es que Mena, en sus inicios, formó parte de la banda Gepe, la conformación inicial con la que Daniel Riveros se dio a conocer, tal y como se la ve en este tema, una suerte de demo.



Por sus primeros trabajos 5x5 (EP, 2005) y Gepinto (2005), a Gepe se lo relacionó con una nueva camada de artistas –como Nano Stern o Camila Moreno- que vienen tirando del folklore y de la nueva canción chilena de finales de los sesenta, en una propuesta de renovación folklórica a través del pop.  

Aunque también cuenta con antecedentes en el folk rock experimental como parte del dúo Taller Dejao, Gepe ha evolucionado a un sonido más pop indie internacional, con algunos proyectos de experimentalidad electrónica, a través de su participación en Icalma. 

Después de editar Hungría (2007) y Las Piedras (EP, 2008), logró pegar fuera de Chile y especialmente en España, con su placa Audiovisión (Quemasucabeza, 2010), una pulida colección de delicados artefactos sonoros, con letras elegantes y poéticas que, no obstante el corte global, todavía conserva cierto aire a tierra característico. 

Personalmente yo me quedo con su primera etapa, mucho más inocente y sencilla, quizá hasta precaria en recursos, pero reveladora de ese talento para armar canciones pop, con personalidad, profundidad y consistencia. Son temas cortos, con pocos acompañamientos, casi siempre una sola guitarra y voz -en algunos casos, coros y algunas percusiones-, pero donde los acordes y ritmos van moviendo y apuntalando la melodía, envolviéndola e integrándose, transmitiendo texturas y llenándolo todo.



Javiera Mena, electropop y poco más
Viernes 27 de mayo, 00:30h. Escenario adidas Originals (Parc del Fòrum)
 

En el Primavera Sound la presentan como “uno de los secretos mejor guardados y más queridos del pop internacional”, pero es quien más reseñas halagüeñas ha recibido, por lo que no me interesa reiterar alabanzas –que pueden leer algunas aquí o aquí-, sino más bien aclarar por qué a mí no me convence.

Javiera Mena hace electropop, de acuerdo. Se espera que sean canciones de letras cándidas, quizá dulces o románticas, melodías tarareables y arreglos contagiosos. Pero a mí me parecen sólo aceptables. Aunque tiene melodías agradables o interesantes, sus temas como obra integral –composición e interpretación- me suenan sosos, sin mayor toque diferenciador y, más importante, de débil factura a pesar del revestimiento de electrónica indie.

   

Más allá de la línea melódica, la gracia del electropop, está en cómo cuaja la canción, en cómo hacer que un tema, generalmente construido por capas, tenga profundidad y consistencia; en cómo hacer que la melodía evolucione y el tema gane enjundia como un todo. En ese sentido, las canciones de Mena me resultan planas. Su voz, ciertamente nítida, no evoluciona ni matiza, por lo que pareciera estar emitiendo la misma nota durante todo el tema, sólo con las pausas que dan las palabras, sin mayores tesituras o expresividad.  

Se resalta como un gancho su toque retro, su gusto por el sonido discotequero de los primeros ochenta, al lado de las baladas populares de España y Latinoamérica. Pero una cosa es revisar el pasado, desde una conciencia presente, desde el conocimiento de todo lo se ha hecho hasta ahora, para de allí catapultarse a un sonido propio; y otra, es sonar antiguo porque se desconoce lo que se ha logrado.  

No es la primera que hace electropop en español. Allí mismo en Chile, estaban mucho antes los Electrodomésticos y Aparato Raro, por ejemplo, sin contar todo la historia del pop mexicano. Del otro lado, y ya más actual, ¿dónde dejamos a Miranda!? O todavía más cercano, el propio Gepe.

miércoles, 27 de abril de 2011

Diversidad e hibridación, los sonidos de la Latinoamérica contemporánea
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación V)



“No nos acompleja revolver los estilos / mientras huelan a gringo y (aquí) se puedan bailar”, bromeaban Los Prisioneros en aquella canción que inició, cual manifiesto, las transmisiones del MTV Latino, como comentábamos en el post “Cuando Latinoamérica empezó a rockear”, el segundo de esta serie. Y si algo caracteriza el rock y las músicas actuales de América Latina es la diversidad y la mezcla. 

Si bien en la década de los ochenta, con la caída de las dictaduras del sur, el acento folklórico del que hablamos en la anterior entrega, se matizó un tanto, acercando los sonidos latinoamericanos a las tendencias de Inglaterra y Estados Unidos, lo interesante es que entonces y ahora, en la mayoría de los artistas puede notarse una esencia argentina, chilena, colombiana, uruguaya…



Y no me refiero a lo que los grandes medios presentan como ‘latino’; una etiqueta que, aunque no aluda a alguna de estas propuestas fast food de ‘explosión latina’, igual resulta reduccionista y condescendiente, al invisibilizar diferencias históricas y culturales, además de desestimar las particularidades de cada talento y sensibilidad. Expresiones como ‘coloridos sonidos’ o ‘ritmos calientes’, no sólo limitan las músicas de América Latina a una única vertiente –de corte más caribeño y afro-, sino que también las relegan a exotismos sin impacto artístico real, como advertíamos en el primer post también sucede con ‘world music’.

Cabe recordar que ni siquiera estamos hablando de un país, sino de medio continente. No existe una música, un único sonido latinoamericano, sino múltiples y muy diferentes sonidos y tendencias. Y aunque a veces se sienta una línea regional y hasta pueda hablarse de cadencias andinas, caribeñas, rioplatenses, etc.; en los mejores casos, como siempre sucede en el arte, la particularidad sonora es tal que sólo debería identificarse con el nombre propio del músico o la banda.



En este sentido, en el extenso y variopinto territorio latinoamericano hoy se cultiva toda la variedad de tendencias surgidas a partir del rock, el pop y sus derivados inmediatos, la electrónica, el reggae y el hip hop: pop rock, electro pop, rock progresivo, rap, funk, acid jazz, jazz rock, todas las variantes del metal, música de autor apuntalada por electrónica, legados y derivados del punk, ska, reggae, dub y dance hall, rock de matices más propiamente mestizos, expansiones post rock y cada uno de los géneros y subgéneros que se van etiquetando cada tanto.



Cada tendencia cuenta con su respectiva tribu urbana y experimenta la dialéctica inherente al rock, de contracultura versus mercado, con diferentes resultados. Pero ninguna escapa del revisionismo y la adaptación –al menos las que me interesan. Incluso en los temas en los que no se evidencia de manera explícita referencias folklóricas o de la cultura popular, hay un dejo particular en la forma de cantar, en el fraseo, en la manera de adoptar la instrumentación.



Puede que Babasónicos no suene argentino como lo entendía la generación de mis abuelos paternos en Tucumán; ni Desorden Público, venezolano como lo veían mis abuelos maternos de Maturín. Pero como decía en el post sobre “Rock mestizo…”, sí suenan a la Argentina o a la Venezuela urbanas, las templadas al fuego de procesos modernizadores desiguales, de grandes riquezas y pobres distribuciones, de centros y márgenes curiosamente solapados, de quiebres económicos y promesas de integración, generalmente diluidas en clientelismos y demagogias, como de cierta manera denuncian las canciones de Bersuit, Los Piojos y todo el rock chabón o barrial argentino.

Me es imposible abarcar aquí todas las tendencias, pero sí quiero terminar de esbozar algunas líneas importantes, que me han quedado pendientes en anteriores entregas, y que creo han sido definitorias en la conformación del llamado ‘rock latino’ y de las músicas actuales de la región.

De copresencias a apropiaciones

En la década de los noventa, con la proyección internacional que implicó la marca ‘rock latino’, la incorporación y mezcla con géneros folklóricos y populares tomó nuevo vuelo, esta vez propulsada especialmente por artistas de México, aunque también sonaban los colombianos de Aterciopelados, los chilenos de La Ley y Los Tres, los argentinos de Los Fabulosos Cadillacs, Illya Kuryaki and the Valderramas, los últimos tiempos de Soda Stereo, Fito, Charly y demás estrellas del ‘rock nacional’, más la binacional Los Rodríguez.



Décadas después de las iniciativas de Los Jaivas (Chile), El Kinto (Uruguay) o Spiteri (Venezuela), la fusión había proliferado y madurado en toda la región. Pero provocó especial revuelo –en paralelo a la aparición del MTV Latino- cuando los mexicanos de Café Tacuba, Control Machete, Maldita Vecindad, Plastilina Mosh, etc., tomaron ritmos tan variados como la música ranchera, la cumbia, el mambo, el ska, el danzón y el bolero, para reelaborarlos en clave de rock.

Como antecedentes estaban agrupaciones como Botellita de Jerez y su ‘guacarrock’, que con letras de lenguaje callejero, humor absurdo e ironía, reivindicaron la iconografía popular mexicana –el charro, el Santo, Tin Tan-, la estética y cotidianidad del México DF, en un rock sencillo aderezado con son, blues y cumbia.

Fue un poco esta línea la que llevarían a su mejor expresión Maldita Vecindad y Café Tacuba, cuyo segundo álbum, Re (1994), es unánimemente considerado entre los discos esenciales del ‘rock latino’ -y hasta el equivalente para el rock en español del White Album de The Beatles. En esta placa, absolutamente rompedora y ecléctica, podía reconocerse música regional como trío, norteña y banda, así como punk, grunge, electrónica, ska, reggae y pop, más bolero, samba y otros ritmos populares, que aparecían asombrosamente articulados, como analizaremos en mayor profundidad en el próximo post sobre estrategias de creación musical latinoamericana.



Control Machete tomó hilo del hip hop, compartiendo el tono cañero y provocador con Molotov; Plastilina Mosh, más la electrónica, el humor y la reivindicación de lo kitsch, con la situación de frontera; Caifanes, una suerte de art rock cargado de misticismo azteca en onda dark. Y ya más recientemente, San Pascualito Rey creó una suerte de triphop guapachoso, curiosamente oscuro y cargado, acudiendo en letras y voz al desgarro y filón melogramático del bolero y la ranchera. (Acaba de editar, por cierto, un nuevo álbum: Valiente, 2011).



En el campo de la electrónica y la música más bailable –con el antecedente de los trabajos de música prehispánica y sintetizadores de Jorge Reyes-, la onda la atajó muy bien Nortec Collective, que hasta hoy construye la banda audiovisual –más que sonora- del México fronterizo del siglo XXI, capturando a través de sonidos, iconografía y visuales, elementos cotidianos de Tijuana, de la cultura norteña y hasta narca.



Otro tanto logran Kinky, Instituto Mexicano del Sonido, toda la creciente camada de agrupaciones emergentes de Jalisco, Tijuana y Aguascalientes –escribí antes una nota de Los Amparito-, y un sin fin de agrupaciones y artistas, que en todos los estilos dan cuenta del México urbano y actual, en todos sus reveses: Zoé –con nuevo disco del MTV Unplugged-, Juan Son –que vendrá al Sonar 2011, con el nuevo proyecto Aeiou-, Austin TV y Los Dynamite, por mencionar algunos de actividad reciente.



Aunque obviamente las creaciones y apropiaciones continúan en toda Latinoamérica, en los últimos tiempos Colombia parece haber tomado el testigo en la proyección internacional del llamado ‘rock latino’, conquistando escenarios con expresiones musicales cruzadas por cumbia –que en sus distintas versiones viene capturado la atención de las diferentes tendencias, en toda la región-, pero también por ritmos menos difundidos de la gigantesca herencia folklórica colombiana como currulao, bullerengue, bunde, bambazú, chalupa, champeta, aguabajo o chirimía.

A Europa llegó primero el hip hop afro y reivindicativo de Choc Quib Town, donde la electrónica, el funk y el rapeo, se apuntalan con sinuosos ritmos de la costa del Pacífico colombiano; y la electrocumbia psicodélica de Bomba Estéreo, que impactó en el Sonar 2010. Ambos volverán este año, pero representan sólo un hilo de la madeja.

A los primeros cruces dados por Carlos Vives y Bloque, en onda tropipop; Aterciopelados y el primer Juanes, en el rock, hoy se suman bandas y artistas en todos los estilos, en lo que parece será la tercera gran onda expansiva del ‘rock latino’, luego del envión iniciático de Argentina en los 80, y la mencionada estocada de México en los 90.



Del abultadísimo inventario de bandas, podría mencionar el hip hop de Kafeína o el rock de Malalma, pero destaco especialmente dos nutridas y muy contundentes vertientes: la fusión más propiamente dicha, con la Banda República y Puerto Candelaria, a la cabeza; y la línea de electrónica revisada con Retrovisor, Pernett, Sidestepper y, sobre todo, el impactante colectivo músico visual de Systema Solar, que también trataré más ampliamente en la próxima entrega.

Lo interesante aquí no es que se sumen influencias. De Bajofondo a Robi Draco Rosa, de Calle 13 a Babasónicos, de Café Tacuba a Bomba Estéreo, de Orishas a Bersuit, del rapson al neotango, del templadismo al mangue beat… en todo el gigantesco arsenal de artistas, movimientos y sonidos, clásicos o emergentes, de América Latina no hay un reflejo de co-presencias o simples ‘actualizaciones’. Existen imbricaciones profundas, procesos de apropiación que funcionan y se articulan, a través de mecanismos bastante más complejos, como intentaremos explicar en nuestro último post de esta serie: Mas allá de lo ‘auténtico’: las estrategias de la creación musical latinoamericana.



*Ésta es la quinta entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: 

miércoles, 30 de marzo de 2011

Vitor Ramil este jueves en Barcelona
... y luego con Jorge Drexler en Madrid


Interrumpo momentáneamente la serie sobre músicas actuales de Latinoamérica para avisar que mañana, jueves 31 de marzo, estará presentándose en Barcelona precisamente uno de los estandartes más interesantes de estos sonidos: el brasileño Vitor Ramil, músico gaúcho, poeta y ensayista, considerado el principal “teórico del templadismo”.

Ya escribí un post con una larga entrevista que le hiciéramos hace unos meses: La milonga que desemboca en canción.

Nacido en Pelotas, en el extremo sur de Brasil, encontró las señas de su identidad y estética entre el frío de las pampas, la situación de frontera y el tañido melancólico de la milonga.

Considerado como el “teórico del templadismo”, por su ensayo La Estética del Frío, comparte con figuras como Jorge Drexler, Lisandro Aristimuño y Paulinho Moska la búsqueda de un sonido más sosegado y melancólico, con gran poderío lírico y un abordaje sin purismos a géneros folklóricos.

Como compositor, sus temas han sido grabados por artistas como Gal Costa, Mercedes Sosa, Lenine, Pedro Aznar y Chico Cesar. Con Satolep Sambatown, disco realizado junto con el percusionista Marcos Suzano, fue reconocido en 2008 como mejor artista de Música Popular Brasileña.



Finalizando el 2010 editó Délibáb, un álbum centrado en ese sonido que cruza el sur del sur sin distinción de fronteras -la milonga-, donde musicaliza poemas de Jorge Luis Borges y João da Cunha Vargas. La entrega de gran carga lírica fue destacada entre los mejores discos del año por el diario La Nación de Argentina, y su presentación en vivo ha sido considerada entre los mejores shows por los periódicos Folha de São Paulo y O Globo de Brasil.

En España se presentará mañana jueves 31 de marzo en Barcelona, en el Festival Barnasants, Auditori Barradas; y los días 1, 2 y 3 de abril en Madrid, en el Local Teatro Arteria Coliseum, junto con su gran colega dentro y fuera del escenario Jorge Drexler.

Aquí les dejo un abreboca:



Acá tocando el delicioso tema "Astronauta Lírico", junto con Jorge Drexler, quizá similar a lo que serán sus presentaciones en Madrid, aunque allí estarán con orquesta:



Y un documental sobre Délibáb, una suerte de exploración del sentir común entre Brasil y Argentina, de ese "fondo criollo" del cual decía Borges salían las milongas.

jueves, 3 de marzo de 2011

Rock mestizo o el surgimiento del folklore urbano de Latinoamérica
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación IV)



Si nos quieren conquistar / tendrán que quemarnos vivos. / Si nos quieren ver bailar / a ritmo de cinco siglos. / Al cantar esta canción tengo algo que contarles / que desde ahora quiero ser dueño de mis pasos de baile”, decían los mexicanos de Café Tacuba en ese desafiante ska revertido en quebradita de “El fin de la inocencia”; descontrol punk apuntalado por metales de banda sinoalense.  

No fue fortuito que las primeras agrupaciones que abrazaron el rock en Latinoamérica escogieran nombres en inglés, como Los Teen Tops o Los Shakers, y que inicialmente se presentaran con covers de éxitos anglosajones. Era su forma de posicionarse como jóvenes y modernos, como contracultura enfrentada a los adultos y a unas tradiciones con las que las nuevas generaciones urbanas, nacidas en sociedades inmersas en procesos de cambios profundos, ya no podían identificarse.


Pero tampoco es casual que el rock and roll echara raíces definitivas, con su componente de rebeldía y resistencia, sólo cuando estos nombres empezaron a mutar al español: Los Wild Cats de Argentina se convirtieron en Los Gatos, The High Bass de Chile en Los Jaivas y Three Souls In My Mind de México desembocó en El Tri. Mientras, bajo el eslogan ‘rock en tu idioma’ o ‘rock nacional’, comenzaron a incorporarse las propias historias, los ambientes y el mundo cultural de cada lugar, dejándose permear inexorablemente también por sus atmósferas, sonidos y ritmos: tango y milonga, rancheras y corridos, samba y bossa nova, son y guaguancó, ballenato y cumbia, merengue y bachata…
 

Y es que, aunque en los primeros años pudo darse cierto divorcio entre el rock y las formas musicales folklóricas y populares de Latinoamérica –también como un proceso de rechazo a su adopción chauvinista, por parte de sectores poderosos y de las dictaduras que dominaron Suramérica entre los 60 y los 70-, muy pronto empezaron a incorporarse los instrumentos locales, sonidos y géneros autóctonos, como una forma de apropiación de este ‘lenguaje juvenil’. Ciertamente en países como Chile, los nuevos sonidos con conexión folk o popular no 'oficializados' fueron replegados al under o al exilio, vinculándose a movimientos de izquierda; pero las mezclas continuaron en toda la región, así como en los países que recibieron a expulsados como Los Jaivas, Inti- Illimani o Quilapayún.



De manera empírica así se ha ido hilando una suerte de banda sonora para esta sociedad diversa y compleja. Un rock híbrido o mestizo –a falta de un  término más exacto- que algunos interpretamos y muchos hemos vivido como el ‘folklore’ de la  Latinoamérica de hoy. La que en un período relativamente corto –en comparación al ‘viejo continente’- ha vivido el vértigo de procesos de modernización, mestizajes, explosiones demográficas, migraciones, auges y quiebres económicos, y el desarrollo más o menos caótico e incontenible de los centros urbanos que hoy la caracterizan, donde mejor llegan los influjos de la actual globalización.  

Fue así como irrumpió el Tropicalismo, quizá la muestra más clara de cómo pueden tomarse elementos foráneos, el mundo sonoro y cultural que abría el rock and roll y el jazz, para deglutirlos y procesarlos en el sistema digestivo de la propia cultura e idiosincrasia. Se me haría imposible profundizar aquí en ese continente musical propio que es Brasil, pero traigo a colación su estrategia antropogáfica, para resaltar cómo funcionan para mí las iniciativas musicales más interesantes de la región.
 

El resultado fue algo que, no sólo identifica inexorablemente al Brasil ‘moderno’, porque  una de las cosas mágicas de la bossa nova es que actúa como folklore, sólo que fue desarrollada pasada la primera mitad del siglo XX, y el tropicalismo es todavía más reciente. También marcó con ese espíritu antropogáfico y su particular mirada vanguardista –el irrespeto a los hitos que estabilizan las diferencias, el traspaso y consecuente indeterminación de la oposición interior/exterior-, a una importante vertiente de la música actual, influyendo a varios de los artistas más innovadores de los últimos tiempos, como David Byrne, Beck y Kurt Cobain.  



De identidades e hibridaciones

Ya decía Simon Frith, conocido como el gran sociólogo del rock, que la principal función de la música popular estaba en el desarrollo de identidades. No pretendo hacer aquí un análisis academicista, ni quiero caer en sociologismos reduccionistas; mucho menos en revanchas postcolonialistas a destiempo. Pero a los fines de caracterizar las músicas actuales de América Latina, resulta importante saber que el desarrollo del rock y la música popular urbana ha involucrado, no sólo conflictos generacionales y en algunos casos enfrentamientos con regímenes autoritarios, sino también procesos importantes de construcción, redefinición y expresión de identidades.




Ha sido un fenómeno particularmente complejo y, por la misma razón, riquísimo, al tratarse de países que han pasado por procesos de descolonización, conformación y consolidación de estados nacionales, a partir de una población ya variopinta y mestiza. A ello se añadieron, mucho antes que las actuales tendencias globalizadoras, los movimientos migratorios masivos: los habitantes de diferentes pueblos y zonas rurales de un país y sus vecinos, que se trasladaron en busca de mejor vida a las nacientes ciudades; en paralelo a la inmensa inmigración europea que, entre 1875 y 1950, llegó a América huyendo de miserias, dictaduras y guerras. 
 

Todos estos influjos dieron forma a las actuales ciudades, donde hoy habita más de 75% de la población latinoamericana. Y las distintas músicas surgidas a partir del rock y el pop han participado, como un tipo particular de discurso –o más bien de varios-, en la construcción de sentidos dentro de las sociedades urbanas que fueron surgiendo, así como en una idea más o menos certera -o equívoca- de América Latina.
 

Bajo esta perspectiva resulta lógico que en estas tierras, de aquel género ya híbrido del rock and roll, pronto surgiera el rock sinfónico argentino de cadencias tangueras, o el rock progresivo chileno de Los Jaivas, cruzado por quenas, zampoñas y charangos, cargado de folklore andino. Igualmente el rock con pinceladas afrocaribeñas de Venezuela, o el marcado por ritmos afro, en Uruguay, como la fusión de beat, psicodelia, candombe, bossa nova y otros cadencias locales, en la mítica banda El Kinto.
 



Y es que, en los oídos de estos músicos -y más aún en las generaciones que vinieron después- estaban conviviendo: la música de los abuelos, probablemente de origen rural o extranjero –en la Venezuela de los 80, por ejemplo, la guaracha, el joropo, el tambor; o la tradición musical europea-; con lo que escuchaban sus padres  –el swing y el twist, el rock and roll anglosajón y el jazz, junto con la salsa, el mambo y el chachachá; más lo que se podía cosechar en sectores juveniles -el rock y pop internacional, más las incipientes incursiones regionales.

Las músicas que surgieron a partir de esta convivencia –al menos las que yo quiero resaltar y que trataré con más detalle en el próximo post- no son una mera colección de influencias, mucho menos una receta premeditada o un traje con toques de ‘colorido local’ al que se le ven las costuras. El sonido mestizo que emergió entre finales de la década de los 60 y principios de los 70, y que se fue sofisticando hasta hacerse evidente en la explosión del 'rock latino' de los 90, se trata de una amalgama de reverberaciones, fotografías y proyecciones de ese entorno urbano que se fue construyendo, como puede verse en el video de Maldita Vecindad.
 



Esto que califico de 'folklore urbano' es un entramado peculiar y característico,  pero de cada vez más difícil rastreo, que puede incluir, sí, varias de las músicas que allí se colaron y convergieron, capturadas y revertidas desde los nuevos tiempos, a veces con otros instrumentos y hasta con otras técnicas. Pero que también contiene resonancias de la vida en las distintas ciudades de la región, sus timbres, sus ruidos, sus referencias populares y su imaginario colectivo. Es la captura, desde distintas sensibilidades, de las mezclas con las que los grupos sociales se fueron vinculando en la Latinoamérica actual, pero también de las tensiones y desarreglos que los cruzaron y que, en algunos casos, todavía atormentan.
 

De ahí que ahora la agrupación colombiana Choc Quib Town -cuyo video incluí más arriba-, acuda en su peculiar hip hop a ritmos afrocolombianos como el currulao, el bambazú, el bunde o la chirimía, para hablar de su originaria Quibdó y evidenciar los contrastes sociales e injusticias de esta capital del Chocó, una de las regiones más pobres y con mayor número de habitantes de raza negra.
 

Pero del mismo modo tiene sentido que El Cuarteto de Nos, de Uruguay, se decante por otros ritmos más cercanos a su entorno y hasta prefiera deslindarse del apelativo de ‘latino’, como en su provocadora canción “No somos latinos” –no muy desenvuelta musicalmente, pero interesante por la letra-; o que Bajofondo apele a la electrónica para construir la banda sonora del Río de la Plata del siglo XXI.
 



Todos pretenden exorcizar estereotipos y crear su propio sonido. Pero sus estéticas responden, no únicamente a contextos diferentes, sino también a sus respectivas sensibilidades y talentos, así como a los conceptos y emociones que quieren compartir. Son lecturas de un territorio que, aunque posee nociones comunes que la cruzan, es extenso y diverso; una Latinoamérica plagada de elementos ancestrales, modernos y ultramodernos, en una convivencia tan inevitable, como imprevisible, con todas las conciliaciones, negociaciones y contradicciones que esto pudiera tener. 

Al final se trata, no sólo de procesos de adopción o apropiación de las estéticas y tecnologías del rock pop anglosajón, sino de la articulación de elementos, sonidos, sensibilidades, instrumentos -los distintos repertorios culturales disponibles, diría el estudioso de las culturas híbridas, García Canclini- que, aunque podían no haber surgido en un determinado territorio, llevan años conviviendo con las manifestaciones autóctonas y, de hecho, ya forman parte de una sociedad híbrida y cambiada, mayoritariamente joven, que ya no puede expresarse únicamente con los ritmos de antaño, como tampoco puede pretender identidades puras o autocontenidas.
 

Ya lo decían el argentino Gustavo Santaolalla y el uruguayo Juan Campodónico al presentar Bajofondo, el proyecto de tango electrónico destacado entre lo más innovador de la última década: si algo caracteriza a este colectivo binacional es echar mano a toda la música que los afecta y que forma parte de su mapa genético musical. Obviamente están el tango, el candombe, la murga y la milonga, pero también más de 40 años de rock nacional, gran parte del pop de los 60 y 70, más los legados del hip hop y la electrónica actual.



Oigan todo lo que les tengo que decir / estoy armado y peligroso, soy puro rock&roll”… “Agarrate el palmero y yo toco cencerro  / y hacemos una banda que no suene a the strokes”, dice el Instituto Mexicano de Sonido. En el próximo post de esta serie, "Diversidad e hibridación,  los sonidos de la Latinoamérica contemporánea", veremos cómo funcionan algunos de los que lo han logrado, definiendo así los múltiples y particulares sonidos de la música actual de América Latina. 

*Ésta es la cuarta entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: 

martes, 25 de enero de 2011

El rock nacional, la primera ola que me capturó
(Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación III)

Ilustraciones: Pablo Lobato

Como periodista y analista cultural, he tenido que investigar los orígenes y primeros pasos del rock hecho en América Latina desde diferentes enfoques. En la mayoría  suelen saltar los nombres de Richie Valens, Carlos Santana y variopintos precursores, cada uno con su historia curiosa, su toque notable: desde Los Teens Tops y Los locos del ritmo de México; Los Gatos, “Tanguito”, Almendra, Vox Dei y Manal de Argentina; hasta Los Shakers, Los Iracundos y El Kinto de Uruguay, por sólo mencionar algunos. 

Pero hoy, más allá de los análisis musicales, sociológicos o históricos, quisiera compartir –especialmente con mis coleguitas españoles- algunos de los momentos y temas que marcaron mi conexión iniciática y definitoria con el rock latino y las músicas populares contemporáneas de la región.   


Hija de un argentino fascinado por el folklore latinoamericano, pero también de la música clásica europea, y de una venezolana que le gustaba el jazz y bailar, mi casa siempre estuvo llena de música. Mi padre quizá fue un poco más activo -o mi madre más pasiva- a la hora de imponer sus gustos. Pero aunque no sonara tanto son, salsa o boogaloo como podía esperarse de una casa caraqueña –no me bailaron cuando chiquita, solía decir-, la verdad es que siempre había música, diferentes músicas.


De niña estudié órgano, más tarde solfeo y canto lírico. Y me gustaba lo que ponían mis hermanos mayores: Carlos, pegado desde chico con J.S. Bach, que practicaba en el órgano, y los conciertos de Paganini, pero también con Dire Straits, The Wall de Pink Floyd, Queen y The Beatles. A Julio lo recuerdo más con Talking Heads, Depeche Mode, The Cure, Pet Shop Boys, y yo lo secundaba con Led Zeppelin.
 

Seguro ambos dirán que había otros grupos más representativos -ahora me vienen el primer U2 y The Police- pero yo los recuerdo con esa banda sonora, y que un buen día empezaron a intercalar ‘rock en español’ y ‘rock nacional’, según decía el locutor de Radio Difusora Venezuela: “El Esequibo” de Témpano, “Lluvia” de La Misma Gente, y, por supuesto, aquel casette con el corazón tachado de la mítica banda venezolana, Sentimiento Muerto, que Julio no me quería prestar.
 

No obstante, creo que mi iniciación real fue más bien con el rock nacional argentino, y aquel disco Piano Bar (1984), de Charly García, que mi padre había traído de un viaje. Por mis hermanos quizá había escuchado algunos temas de Clics Modernos (1983) y Yendo  de la cama al living (1982), pero yo me quedé pegada cuando, chiquita, encontré aquella carátula de letras anotadas en tinta multicolor, y empezó a sonar: el repiqueteo de la batería, luego el bajo, la guitarra y entonces aquella descarga de energía y desfachatez … en español: Yo que crecí con Videla, yo que nací sin poder, yo que luché por la libertad, pero nunca la pude tener.


Ya se sabía cuáles serían mis próximos encargos: discos, revistas y libros que me contaran de ese personaje de oído absoluto y bigote bicolor, que había estudiado música académica –como nosotros en casa-, pero que prefirió la fuerza del rock. También me interesaban sus colegas y, sobre todo, sus antecesores, que en Argentina el llamado ‘rock nacional’-un sonido con carácter de movimiento, matices inicialmente progresivos y una postura enfrentada a la ‘música comercial’- era ya toda una marca en pleno auge, con sus héroes y leyendas: Los Gatos, Almendra, Manal, Vox Dei, Arco Iris...
 

Así descubriría en retrospectiva los temas de amor adolescente de Charly en Sui Géneris. Luego la sátira social y política en Serú Girán y sus alegorías para eludir censores. Hasta que acabó la dictadura y desembocó entonces en la descarga enérgica, escéptica y liberadora que oí en “Raros peinados nuevos” y “Demoliendo Hoteles” de Piano Bar, pero que ya se presentía en “Nos siguen pegando abajo”, “No me dejan salir” y “Yo no quiero volverme tan loco” de Clics Modernos, su transición del folk al new wave, con influencia de Bowie y los maestros del Glam -y nótese el cambio con la etapa de Serú Giran que resalté en el post sobre Cuando Latinoamérica empezó a rockear.



Por él llegué a Fito Páez. Aunque me gustaron –y me gustan- varios temas de Giros (1985), Del 63 (1984) y le tengo especial cariño a La la lá (1986), compartido con Spinetta, en su momento me impresionó especialmente Ciudad de pobres corazones (1987), el disco de su etapa más rockera y el tema homónimo, escrito después de enterarse del asesinato de sus abuelas. Para mí no podía ser más clara y descarnada la rabia, la impotencia y la furia en esos acordes, como gritos intercalados entre guitarra, bajo y teclado, y el pulso implacable de esa letra descarnada: En esta puta ciudad, todo se incendia y se va, matan a pobres corazones.


Aunque luego optó por melodías más pop, con sus altos y sus bajos, su estilo de cronista me tocó años más tarde con esa especie de resumen de la historia argentina, doloroso y nostalgioso, “La Casa Desaparecida”. Ahora, viviendo fuera de Venezuela y presintiendo que el país donde nací en cierta medida no existe, descubro que todavía me afecta, y por partida doble. (Es una canción bastante larga, aquí dejo un video con una versión editada por algún fan)

 
Canciones como éstas no podían conectarme exactamente con lo que yo estaba viviendo de niña, en la pacífica y rica Venezuela del boom petrolero, aquella que se jactaba de ser una de las democracias más antiguas del continente (ya le veríamos luego las costuras).  En todo caso, algunas podían encajar con lo que contaba mi padre de Argentina, sus dictaduras y populismos, también con algo que podía ver –o presentir- en los libros de la biblioteca familiar: Cortázar, Vargas Llosa, Sábato y el propio informe de desaparecidos de Nunca Más
 

Pero había algo más: venían con otro tono, con una fuerza, un escepticismo y un humor negro que, independientemente de sus orígenes, sintonizaban muy bien con lo que yo empezaba a sentir. Y no me refiero únicamente a letras comprometidas. De hecho, no me gustan los panfletos y muchas de las canciones que me sedujeron tenían letras bastante alejadas de activismos; de otras ni siquiera destacaría la lírica.



Hablo de un lenguaje musical integral, que sentía cercano y empático; de líricas, melodías y ritmos, que de un día para otro me dieron un montón de puntos de vista de los cuales mirar, vivir y sentir… la cotidianidad, la ciudad, la calle, la política, el amor, la amistad, etc.
 

Cuál canción podría escoger de Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, la gran referencia poética del rock latinoamericano. Desde Almendra remarcó la importancia de cantar en español para todo el futuro del rock. (Influido por el surrealismo y otras lecturas de alto calibre, las letras de Spinetta llegaron a extremos poéticos especialmente interesantes. “Por”, del disco Artaud (1973), es considerada una de las canciones más originales del rock en español, constituida sólo por una serie de sustantivos -salvo el último- unidos por asociación libre. Aquí coloco una canción un tanto menos conceptual)


Pero la verdad es que a mí me cautivó más por su actitud inquieta y su capacidad de reinvención: del folk rock progresivo y bluesero de Pescado Rabioso, al rock jazzeado de Invisible –con espléndidas guitarras-, a las composiciones más complejas de Spinetta Jade, a todas las aventuras en solitario, ahora acústico, ahora electrificado, más pop, más conceptual, más experimental, siempre único e irrepetible, lleno de una sutil delicadeza y, al mismo tiempo, de una intensidad y una contundencia matadoras (Aquí en dúo histórico con Cerati, aunque el audio de Spinetta no está muy bien).



(Y uno de sus temas más pop y no por ello menos interesante).

Lo que me enganchó de Spinetta y otros músicos de este ‘rock nacional’ era que no trataban simplemente de tocar rock o de hacerlo en español, sino de adoptar una actitud proactiva -muchas veces beligerante y enfrentada al poder, como anotaba en el anterior post- capaz de tomar la energía del rock internacional, sus fórmulas musicales y tecnologías, para retorcerlas y reinventarlas a través de estéticas y temáticas propias, haciéndome sentir entre lugares, personas y sentimientos cercanos y reconocibles; despertándome los sentidos y alborotándome la conciencia.
 

Aunque de niña y adolescente ya podía encontrar las similitudes entre Argentina y Venezuela, al final no importaba tanto a qué hecho respondía cada tema, ni lo bien que podía reflejar tal acontecimiento, sino qué me revolvía dentro. Y lo que revolvieron Charly o Spinetta, no lo había revuelto antes nadie de la misma manera.
 

En muchos casos lo que me atrajo fueron las atmósferas y ritmos, cadencias que invadían mi biorritmo, marcaban mi respiración y mi estado de ánimo. Mucho de piel tendría en ese sentido mi conexión con Cerati y Soda Stereo. Imposible no sentir la sensualidad de “Colores Santos” con Melero, o el erotismo de “Nuestra Fe”.
 

Pero lo interesante es que la atmósfera seductora era integral, cada elemento aportaba a ese sonido pop-rock tan peculiar de Soda Stereo. En temas como “Un Millón de años luz”, estaba sí, la cadencia incitadora y unas letras con imágenes sugerentes –algunas realmente memorables, ya que a lo largo de los años fueron ganando profundidad-, pero también estaban las melodías envolventes, los arreglos con fuelle, los riffs que definían y resaltaban. Sin ellos aquella frase: “ella conoce mi perversión en una noche larga… y esta noche es larga”, no provocaría tantos gritos.


El gancho de Soda Stereo estaba, para mí, en que palabras y música se trenzaban inexorablemente para transmitir con contundencia y riqueza un mismo concepto. Era una dinámica de expresión y fraseo vocal e instrumental que, sobre todo en los últimos años, resultaba muy distinta a lo que se hacía en el rock pop anglosajón. Su forma de abordar las canciones marcaría en muchos sentidos lo que sería la interpretación del pop rock en español.

De hecho, como parte de esta generación de jóvenes surgida entre el colapso de las dictaduras y el nacimiento de las nuevas democracias suramericanas, Soda Stereo sería clave en la internacionalización de rock hecho en Latinoamérica, y una visagra primordial entre el tradicional ‘rock nacional’ y el naciente movimiento de ‘rock latino’, donde su sonido e imagen fueron determinantes. 

Finalizamos, como cerrando el círculo, con el tema “Genesis” de Vox Dei, uno de los principales padres del rock nacional argentino, interpretado varios años más tarde por Soda Stereo, en aquellas sesiones “Unplugged” del MTV Latino. Hijo pródigo o predilecto, sin duda uno de los grupos que más repercusión ha tenido. Y a juzgar por esta interpretación nada desenchufada, el impacto es más que merecido.



*Ésta es la tercera entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: