lunes, 26 de febrero de 2007

Tu Lan: Delicioso rincón grasiento de San Francisco

Es muy fácil conseguir un restaurante gourmet en San Francisco.

Puerto internacional y cosmopolita, con tradición de tolerancia y apertura –no de gratis ha sido hogar de las contraculturas hippie, bohemia y beat-, en sus mesas están presentes los sabores y recetas de todos los rincones del planeta.

Con una historia gastronómica que se remonta a la fiebre del oro de 1948, la ciudad fue pionera de la cocina californiana durante los setenta. En las últimas décadas ha visto proliferar locales de la llamada comida étnica, sin que propuestas más ortodoxas o irreverentes pierdan terreno.

Pero entre los miles de restaurantes de la ciudad, quizá lo difícil sea ubicar esos pequeños rincones que sólo las guías muy osadas recomendarían; esos estrechos lugares, a veces un tanto sucios o ubicados en lugares turbios, refugio para los baquianos locales de buen comer, que no quieren ser acosados por enjambres de turistas o precios exorbitantes.

El restaurante vietnamita Tu Lan es uno de ellos. Ubicado en los límites del SOMA, pero en el lado “malo” de Market Street, donde de noche deben sortearse hordas de mendigos y borrachos, luce como un sucucho grasiento parecido a insigne restaurante del centro de Caracas, La nueva casa de los chinos.

No tienen manteles curtidos que voltear cuando llega un nuevo comensal, pero sí unas pringosas mesitas de fórmica y servilleteros de aluminio que, si se tiene suerte, algún dependiente rozará en un ademán de limpieza con un paño de olor sospechoso.

El detalle es que la comida es espléndida en sabor y abundancia, por lo que las pocas mesas del estrecho local siempre están llenas. Y no sólo de vietnamitas, lo cual ya pudiera ser una buena referencia, sino hasta de parejas que, por la conversa y la forma de mirarse, andan claramente de primera cita.

Los fresquísimos spring rolls destacan como platos estrellas. “Rolled bits of heaven” (bocados enrollados del cielo), los llamó alguno. Otros prefieren los roles imperiales, y a partir de allí habrá que escoger entre carne, pollo, frutos del mar, cochino, platos vegetarianos o combinados, sin olvidar los noodles.

Los precios rondan entre 5 y 11 dólares por platillo, por lo que dos personas pueden atracarse de comida por el risible precio de 25 ó 30 dólares. Eso sí, sólo aceptan efectivo y hay que admitir que, si se visita varias veces, la sazón lucirá parecida aunque se cambie de plato.

Son dos pisos cálidos para el invierno –no sé como se sentirán en el verano-, perfectos para reponer energías después de largas caminatas. La comida llega de forma sorprendentemente rápida a la mesas. Pero si se prefiere, también hay dónde sentarse en una barra alrededor de la cocina.

Una sola recomendación: coman, degusten, pero no se les ocurra ir al baño.

sábado, 24 de febrero de 2007

No queda sino batirse con Alatriste

Quizá algunos intelectuales radicales no lo tomen como “gran literatura”, acusándolo –como si de enfermedad se tratara- de best seller. Pero las aventuras del Capitán Alatriste, como los escritos de Dumas o los misterios de Sherlock Holmes, tienen lo que no muchas supuestas grandes obras tienen: punch.

Arturo Pérez-Reverte siempre ha tenido ese particular talento para imponerle un ritmo cinematográfico a sus escritos y una pegada muy acorde con el apremio actual. La Reina del Sur y casi cualquiera de sus libros parecieran no ameritar demasiado trabajo para convertirse en película.

Así ha pasado con sus novelas La tabla de Flandes (1990), El maestro de esgrima (1988) y El club Dumas (1993), adaptada Romans Polanski bajo el título “La Novena Puerta”.

E igual sucedió con esta serie sobre la que se basó el último film de Agustín Díaz Yanes, “Alatriste”: El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998), El oro del rey (2000) y El caballero del jubón amarillo (2003).

Este diciembre de 2006 se añadió Corsarios del Levante a la saga de este capitán, en realidad un soldado veterano de los tercios de Flandes y espadachín a sueldo. Y es curioso como en los seis tomos que conforman sus aventuras pueda mantenerse este ritmo tan contemporáneo en voz de un joven escudero -Iñigo de Balboa.

Se utilizan vocablos, versos y expresiones que son -o simulan impecablemente ser- de la España del siglo XVII, cuando Quevedo y Góngora se batían a versos, mientras Velázquez y Lope de Vega inmortalizaban su versión de la historia en lienzo y comedia.

Lo curioso de la narración de tono añejo es que, si un lector moderno no puede entender algo de primeras, al segundo siguiente lo captará por contexto y sin perder el hilo de la historia, la velocidad o el gusto.

A la usanza de las aventuras por entregas, pero con dejo de novela negra, temas históricos y guiños humorísticos para la intelectualidad –como las certeras estocadas de Quevedo, en verso o con espada- Alatriste nos sumerge en las intrigas de la corte de una España decadente y corrupta.

Emboscadas en callejones; visitas a los corrales de comedias que terminan a cuchilladas; secretos de convento; batallas y asedios en decadencia; intrigas de poder e inquisición; contrabando y traición… provocan lo mismo que una serie de televisión: si terminas un capítulo, es casi imposible resistir el impulso de pegarse a ver el siguiente; y esperas el próximo libro, como si fuera la próxima temporada.

La investigación y reconstrucción histórica pueden tener un encanto particular para los visitantes asiduos de España, quienes disfrutarán fantasear acerca de cómo sería un corral de comedia, qué calle cortaba con tal, o cómo se tomaba una copa entre mercenarios en una taberna de Triana.

Otro tanto puede pasarles a los amantes de las pinturas de Velázquez, como Viggo Mortensen. Conocido por sus excentricidades, decidió aceptar el papel de la versión cinematográfica precisamente porque se sintió, no sólo encarnando al capitán, sino reviviendo cuadros como “La rendición de Breda”.

Ubicadas en Madrid, Flandes, Sevilla… las aventuras están plagadas de personajes históricos o seudo reales, en una versión muy particular. Allí están desde Angélica de Alquezar, menina de la reina y amor tormentoso de Iñigo, hasta José Saramago, pasando por el mismísimo rey Felipe IV, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo y el inquisidor fray Emilio Bocanegra.

Las historias son frescas, divertidas y repletas de frases que provoca usar en distintas situaciones, cual gritos de batalla o catch frases: “No queda sino batirse”; “En el tablero de la vida cada cual escaquea como puede”.

Ciertamente podría pensarse que en algunos pasajes Pérez-Reverte se confía en su talento. Podría suponerse que, apurado por la editorial en un país donde sí se puede vivir de escribir, prefirió no trabajarlos más. Los más exquisitos quizá perciban que a cierta imagen le faltó un último toque.

Pero al final no importa, no queda sino batirse: Pérez-Reverte sabe contar historias. Que le aproveche, pues, el talento, mientras nosotros esperamos una nueva aventura y visitamos su sitio: http://www.capitanalatriste.com/

viernes, 23 de febrero de 2007

Zaragoza, monumental y religiosa (y IV)

La imagen que más identifica a Zaragoza y con la que cerramos nuestro recorrido es, sin duda, la de las cuatro torres mayores de la basílica de El Pilar, elevándose sobre el río Ebro.

“Aquí se venera y se besa el pilar puesto por la Virgen”, dice en su interior. Se trata del centro devocional más importante y del núcleo de la Zaragoza monumental, ubicado supuestamente en el lugar donde la Virgen María se apareció en carne mortal al apostal Santiago, ordenándole la construcción de un templo.

De grandes dimensiones, en la basílica conviven –como no es de extrañar– diferentes estilos. Entre sus valores artísticos podríamos destacar el magnífico retablo gótico en el altar mayor, esculpido en alabastro por Damián Forment, y la obra de Francisco de Goya, pintor nacido en la localidad, quien se encargó de los frescos de las cúpulas Regina Martirum y las Virtudes, uno de sus conjuntos murales más importantes.

Muy cerca se encuentra la ya mencionada Catedral de La Seo, referencia monumental especialmente después de más de dos décadas de restauración.

Allí se pueden desempolvar los conocimiento que se tengan de historia del arte, tratando de reconocer los estilos –el ábside románico, el muro de La Parroquieta y el cimborrio mudéjares, la torre barroca, la portada neoclásica, y, en el interior, el Altar Mayor con su retablo gótico.

Y bien vale la pena aprenderse algo de historia en el Museo de los Tapices. Como bien decía su encargado: “Hay que leer y luego verlos desde lejos, para ir interpretando cuadro por cuadro lo que nos cuentan”.

Simbiosis y hospedaje de múltiples culturas, Zaragoza es hoy una ciudad moderna que conserva el encanto de lo rural. “Muchos vinieron de pueblos, se vinieron a la capital, así que somos más tranquilos y hospitalarios”, comenta en un bar uno de los hijos de estos buscadores de mejor vida, curioso ante una visita venezolana y servido por una argentina, que tampoco resistió las bondades de la ciudad.

Definitivamente es en su gente y en sus callejuelas multiculturales del centro, donde se la siente más cercana.

Del Al Aldalus a la Zaragoza Mudéjar (III)

Como capital de la marca superior de Al-Andalus, Saraqusta –la Zaragoza árabe con cuya descripción continuamos esta serie- fue gobernada por Ahmad Al Muqtadir. También conocido como Abu-Jafar o Al Jafar, creó y dio nombre uno de los más impresionantes monumentos de la ciudad: el Palacio de la Aljafería, abierto luego de cinco décadas de restauraciones.

Exponente del brillo del siglo XI, cuando la ciudad era un centro caravanero en el que confluían Oriente y Europa, el Palacio de la Aljafería fue luego ampliado y reformado para convertirse en palacio cristiano medieval, después en palacio de los Reyes Católicos, y posteriormente hasta en un fuerte.

Más allá de los tesoros descubiertos, que resumen diez siglos de acontecimientos histórico-artísticos de Aragón, vale la pena fijarse en todas las técnicas y filosofías presentes en una de las más largas e impresionantes restauraciones realizadas. Los trabajos comenzaron en 1947 y terminaron en 1998, tal como lo detallará cualquiera de sus orgullosos guías.

Del palacio islámico se conserva el primitivo recinto fortificado de planta cuadrada, reforzado con torreones, y la luego llamada torre de El Trovador, en honor a una leyenda española que inspiró la ópera de Verdi.

Por su delicada belleza y detalles como un pequeño oratorio de planta octogonal, con decoración de yeso y motivos de ataurique –conservados, por cierto, nada menos que por la grasa acumulada cuando, años después, el recinto sirvió de cocina-, se lo ubica entre las cimas del arte hispanomusulmán, con aportes retomados en los Reales Alcázares de Sevilla y en la Alhambra de Granada.

Luego de la reconquista cristiana, el Palacio de la Aljafería se erigió como principal foco de irradiación del arte mudéjar aragonés, donde las características formales de las construcciones cristianas, se mezclaron con la impronta del arte musulmán en ornamentaciones de gran colorido y detalle.

Así se presentan las salas del Palacio de Pedro IV, coronadas con espléndidos alfarjes, y las capillas de San Martín y San Jorge, con labrados y artesonados de una suntuosidad digna de celebraciones reales, y que, curiosamente, también sirvieron para esconder ejemplares del Corán.

El mudéjar se ve también en otro de los monumentos que mejor puede expresar las historias superpuestas de Zaragoza: la Catedral de La Seo, un compendio de siglos y estilos, que van del Románico al Neoclásico, donde la belleza y el colorido que aporta el mudéjar a uno de sus muros exteriores son realmente destacables.

Saliendo por las callejuelas que la rodean, aparece el Arco y la Casa del Déan, apenas un rinconcito pintoresco que presenta un detalle mudéjar en el mirador de la vivienda.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Zaragoza, roma hispana (II)

Caesaraugusta, como se llamó Zaragoza en tiempos del imperio, fue el ejemplo perfecto de una colonia romana. También es el tema ideal para continuar la exploración de este crisol de culturas, que presentamos en la primera entrada de esta serie.

Caesaraugusta fue un núcleo amurallado de 15 mil habitantes, quienes disfrutaban de un foro, un mercado, un puente de piedra flanqueado por dos enormes leones, y un teatro que algunos historiadores han considerado para seis mil personas.

Aunque por trabajos de restauración no lo pude visitar, sino otear furtivamente tras la reja que lo rodeaba, ya está abierto el resultado de 19 años de excavaciones. El Teatro fue construido en la época de Tiberio, en el siglo I, y se considera fue el edificio más monumental y popular de la ciudad.

De la extensa muralla que protegía la ciudad quedan únicamente tres tramos. El más importante está ubicado al oeste y cuenta con unos 80 metros, que se extienden entre el mercado central y la iglesia de San Juan de Los Panetes.

No se trata de la principal zona de tapeo, pero allí puede tomarse alguna copa con tan particular vista, o darse una vuelta por el mercado entre pobladores reales y hacerse de algunas frutas achocolatadas de Aragón.

En la Plaza del Pilar se encuentra el Foro Romano que, aunque se presenta con una curiosa y polémica techumbre, en forma de un cubo de cristal nada caesaraugustano, alberga en una impecable propuesta museográfica restos arqueológicos del año 15 antes de Cristo.

Pueden apreciarse allí las destrezas arquitectónicas romanas, hurgando entre los cimientos de un mercado en tiempos de Augusto y de un foro de la época de Tiberio, conservados en su emplazamiento original.

Aquí también se adquieren las entradas de los otros dos museos romanos: el puerto Fluvial de Caesaraugusta y las termas públicas.

martes, 13 de febrero de 2007

Zaragoza, crisol de culturas (I)

Antigua urbe romana, medina árabe y capital de la marca superior de Al Andaluz, así como cabecera de un reino, Zaragoza es un destino turístico poco obvio de la España actual.

Pero si antes acogió a cuanta cultura pisó la península ibérica, hoy es una interesantísima alternativa para escabullirse, tanto de las controversias políticas de Venezuela, como del ajetreo madrileño.

Capital de la Comunidad Autónoma de Aragón, se jacta de quedar a trescientos kilómetros de todo; a 325 de Madrid, 296 de Barcelona, 324 de Bilbao y 326 de Valencia. En fin, a unas tres horas en tren de las principales ciudades, y gracias a una relativamente nueva ruta del AVE, a sólo poco más de una hora del primer suelo español que se toca partiendo desde Venezuela.

Aunque no está entre los destinos turísticos principales de España, se trata pues de la cuarta provincia de mayor tamaño, pisada desde hace desde hace más de dos mil años por casi cuanta cultura haya pasado por la Península Ibérica.

Al sur del río Ebro, fue la única en hospedar a las poblaciones vascona, ibérica y celta, para luego erigirse como la romana Caesaraugusta; como la musulmana Medina Albida Saraqusta o Sarakosta, capital de la marca superior de Al Andaluz; y, desde el siglo XII, como la Zaragoza cristiana, cabecera de un reino y luego una corona, que extendió sus territorios por todo el mediterráneo.

Como ciudad de más de 600 mil habitantes, cuenta con todas las ventajas de una gran urbe: comunicaciones, grandes comercios –con precios más ventajosos- teatros y cines –se encuentra a la cabeza en asistencia de España–, interesantes posibilidades de ocio y disfrute de la cultura contemporánea –es el hogar de varios artistas del rock pop español actual, como Bunbury y Amaral- y una muy buena oferta de hospedajes.

Pero si lo que se desea es escapar y se cuenta únicamente con un par de días, es preferible concentrarse en el casco histórico, que se extiende desde el río Ebro hacia el sur en todas las direcciones, a partir de las calles que fueron los centros de Caesaraugusta.

De cada Zaragoza superpuesta a la anterior, quedan huellas en la arquitectura de calles y edificios, que interminables trabajos de restauración –en algunos casos de varias décadas- mantienen en pie para mostrar todas las historias de una ciudad bimilenaria. En próximas entradas iremos internándonos en cada una de ellas.

lunes, 12 de febrero de 2007

La luz de Reverón alumbra el MoMA

Sí, ayer el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) inició la primera presentación formal ante audiencias internacionales de la vida, obra y extraña personalidad de Armando Reverón, a través de 100 piezas dispuestas en cuatro salas.

Deben haber sido interesantes las caras de los amantes del arte de Estados Unidos y demás visitantes del mundo, al toparse con sus curiosas muñecas de trapo en tamaño real –quizá malinterpretadas como arte folclórico-, para luego encontrarse con sus paisajes del período blanco, dignos de los más modernos estudios de la acción de la luz sobre las formas.

Considerado el mejor pintor venezolano de la primera mitad del siglo XX, sin duda le calzan las salas del MoMA. “Nunca había visto nada así”, dijo el curador de la muestra, John Enderfield, acerca de su descubrimiento del artista hace unos años, en la Galería de Arte Nacional. “De los casi invisibles paisajes a las extraordinarias composiciones figurativas y los peculiares objetos. Tenía que confiar en mi instinto y traerlo al MoMA”, recalcó.

Así pues, hasta el 16 de abril el MoMa albergará quizá la más amplia retrospectiva que pueda verse públicamente del artista, ya que la mayor parte de su obra pertenece a coleccionistas privados.

Se incluyen piezas de todos los períodos y hasta una muestra de los objetos que casi se pierden con el deslave de la Guaira, en 1999, pertenecientes a su antigua casa y taller, El Castillete, posteriormente convertido en Museo.

La muestra es la cuarta individual que el MoMA dedica a un artista latinoamericano, después del mexicano Diego Rivera (1931), el brasileño Cándido Portinari (1940) y el chileno Roberto Matta (1967).

Allí estarán, entre muchas otras piezas, La Cueva (1920) de su período azul, de atmósferas sensuales, misteriosas y espesas; sus retratos (Rostro Blanco, 1932) y desnudos (Maja Criolla, 1939); sus paisajes luminosos, como El Puerto de La Guaira (1941) y Paisaje Blanco (1934); y las curiosas obras inspiradas en montajes teatrales con sus muñecas, como Anciano, tres mujeres y niño (1948) y Navidad de muñecas (1949).

“Armando Reverón es un artista como ningún otro exhibido en el Museo de Arte Moderno”, dice la introducción a la Exposición on line.

Y vaya que puede lucir único y diferente al vislumbrar, entre sus muñecas y objetos, como pudo ser su vida de aislamiento, esquizofrenia y pobreza, al lado de Juanita, su compañera y modelo. Y como desde ese complejidad psíquica, estoicismo y precariedad material, en el pueblo costero de Macuto, puede darse un vuelco al arte, iluminándolo con la luz de un mundo particular.

viernes, 9 de febrero de 2007

Que cobre vida y escupa fuego a los vándalos

El pasado martes en la tarde “un grupo de jóvenes de estética antisistema y punk” –decía una nota en el diario El País de España–, decidió arremeter contra el dragón que da la bienvenida al Parque Güell, obra insigne de Gaudí, símbolo de Barcelona y uno de mis lugares favoritos del mundo.

La nariz destrozada, el costado desvencijado… la imagen me hizo recordar otros ataques absurdos y patéticos.

Y no me refiero a antiguas revoluciones y manifestaciones iconoclastas ya superadas. Sino a hechos actuales, como la destrucción de las estatuas de Buda y obras de arte budista y preislámicas en Afganistán, y a otros, por desgracia, mucho más cercanos y cotidianos:

  • El desvalijamiento de los Penetrables de Soto en el Teatro Teresa Carreño.
  • El Alejandro Otero despojado de todas sus aspas en Plaza Venezuela.
  • La quizá menos valorada artísticamente, pero también significativa, estatua de Cristóbal Colón, tumbada brutalmente a pedradas.
  • La Fisicromía de Carlos Diez, en Plaza Venezuela, que de homenaje a Andrés Bello pasó a ser simple chatarra vendida por recogelatas.
  • La escultura de La India en El Paraíso, saqueada de sus palmeras de bronce.

Dizque punks, recogelatas, talibanes... No me importan ni me gustan las etiquetas reduccionistas. Simplemente digo: ojalá el drak cobre vida y les escupa fuego a los vándalos.

jueves, 8 de febrero de 2007

Cacerías disqueras por el mundo (y II)

Continuando con el homenaje al moribundo CD y a la “Ceremonia de caza y cata del disco nuevo”, aquí comparto otras historias de búsquedas intensas de discos por el mundo, cosechadas por mí y otros melómanos. ¿Se parecen a alguna que hayas vivido?

J'ai le trouvé
De paseo por París andaba buscando un disco que vi en una revista londinense y no encontré en ninguna otra parte: “Seeking Pleasure”, de un grupo de trip-hop, The Aloof.

Era el último día de búsqueda intensa, sin resultados. Andaba con mi hermana y caminamos hacia la Fnac de Campos Eliseos. Ante la pobre selección de discos, hicimos una revisión somera y nos desanimamos.

Tan malo sería nuestro rostro que un vendedor se acercó, nos preguntó, le explicamos y nos dijo amablemente que, realmente, eso no lo tenían disponible. Así que salimos a despedirnos de la ciudad. Una cuadra después unos gritos. No habíamos visto nada parecido, pero no nos dimos por aludidos. El semáforo en rojo, los gritos crecieron, nos volteamos. Era con nosotros: “j'ai le trouvé” (lo encontré), decía el joven vendedor de Fnac. “Aloof, aloof, j'ai le trouvé”. Eso sí es calidad de servicio.

El laberinto lleva Miles Davis
En un viaje hacia Egipto, una transferencia de vuelos me llevó a Ámsterdam y decidí conocer rápidamente la ciudad. No podían faltar las discotiendas.

Mi búsqueda real era de grabaciones de la banda venezolana Laberinto. La idea era escuchar de los mismos holandeses que Laberinto era la gran banda de metal latino proveniente de Venezuela.

Pues en ninguna de las tiendas los conseguí. Pero buscando y buscando encontré un CD que nunca pensé tendría en mi colección. Uno imposible de localizar porque siempre estaba agotado: “Kind of Blue” de Miles Davis (1959). Uno de mis 5 discos favoritos.

Revolviendo depósitos
Cuando me volví fanático de Elvis Costello, descubrí la existencia de una caja con 5 discos que recogen una gira bien íntima de Elvis con su pianista de siempre: Costello & Nieve Box set.

Originalmente se repartió gratis en algunas radios locales en USA. Luego Warner sacó una edición bastante limitada. Las noticias en la web eran desalentadoras: sólo subastas a precios muy elevados. Aún así, apenas tuve la oportunidad de ir a Nueva York, comencé una búsqueda intensísima.

Mi hermana y yo entramos a cuanta tienda vendiera discos. Me gané su fastidio y tanto ella como todos los dependientes decían que sería imposible encontrarla. Hasta llegué a una Sam Goody's en el alto Manhattan.

Llegué con mi petición y, extrañamente, el dependiente no me desahució. Me dijo que tenía tiempo sin verla, pero que creía había una en el depósito. Y como justo estaban acomodando unas cosas, si yo quería él me dejaba pasar, para que buscara mientras duraba el trabajo que hacían.

Revolvimos… basura acumulada, discos que no comprarían ni los propios cantantes… hasta que, desde un rincón, el rosado y amarillo nos llamó. Era, tenía que ser el box set. Nos acercamos y efectivamente era. Mi hermana me felicitó. El dependiente también y señaló el precio. Conservaba su etiqueta del lanzamiento original, así que me costó unos 28$.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Cacerías disqueras por el mundo (I)

Colecciono y atesoro anécdotas de búsquedas de discos por el mundo. Otros melómanos me han contado las suyas. En honor al moribundo CD y a la “Ceremonia de caza y cata del disco nuevo”, que referimos en la anterior entrada, aquí rememoro algunas, sin nombres propios, pero en primera persona; como para que cada quien pueda recordar y sentir la excitación de sus propias cacerías.

You say potato, I say potahto
Estaba en el hogar de Louis Armstrong, donde el jazz se destila por todas partes. El ambiente en Bourbon Street disparó un viejo recuerdo: una melodía de Armstrong y Fitzgerald que escuché en casa de una amiga del colegio y que nunca más volví a oír. No sabía cómo se llamaba, sólo recordaba una estrofa que, para colmo, ni siquiera era el coro donde sí se decía el título.

Caminando frente al puerto, entré a una tienda que seguro habrá devastado el huracán Katrina. Fui hacia el vendedor, intenté explicarle lo que buscaba y ante su cara de no-sé-de-qué-me-hablas, me atreví. Le dije “la canción dice algo así” y canté: you say potato, i say potatho, you say tomato, i say tomatho…

Creo que los vendedores supieron desde la primera línea –equivocada, por cierto- de qué canción se trataba. Pero me dejaron allí cantándoles por un rato, para luego mirarse entre ellos, reírse y, al final, pararse para buscarme un maravilloso disco, The Complete Ella Fitzgerald & Louis Armstrong on Verve, con aquel tema: Let’s call the whole thing off.

Tantas vueltas para volver a mí
Por allá por los 80, Mick Fleetwood, el baterista de Fleetwood Mac, le dio un arranque de locura y se fue a grabar un disco como solista en Ghana: The Visitor. Era de pura batería y tambores africanos, entre otras cosas. Para mí era un trabajo adelantado a lo que sería lo que conocemos como world music. Yo lo tenía en vinilo, pero en una crisis económica lo vendí con todos mis viejos discos.

Ya recuperado, lo busqué por medio mundo. Pregunté en cada país que visité, pero nunca lo conseguí. El cuento es que un día entro a husmear en Comercial Carillo –el local que desde la década de los 60 vende discos de acetato en el centro de Caracas- y me encuentro mi disco. Sí, no otro disco de The Visitor, sino mi disco, el que vendí en el 93, con sus marcas y todas sus cosas. Tantas vueltas para regresar a mis manos. Ah, un detalle, ese disco nunca fue editado en CD.

Joya en remate
Lo había buscado en México, Panamá, Nueva York, Madrid, Argentina, Chile, Bogotá y no sé dónde más. El primer disco de la banda Arco Iris, la primera agrupación del maestro Santaolalla –una joyita de 1969, donde se venía venir lo que sería Gustavo-, nunca apareció. Pero caminando por la céntrica Av. 18 de julio de Montevideo, en una discotienda de remate -CD Warehouse- encontré la maravilla y por sólo tres dólares.

Una carrera por Dylan
Descubrí el “Highway 61” de Bob Dylan en un bar de Granada, en el año 1988. Un amigo y yo nos hicimos colegas del dueño del bar. Era tipo hippie setentero. Él nos hizo escuchar el vinilo que empieza con el golpe de caja de “Like a rolling stone”. Teníamos 15 años y ambos empezábamos a tocar la guitarra. (“How does it feeeeeeeeeeeeeeeel!”).

Nos quedamos fascinados así que, a la vuelta de las vacaciones, nos fuimos corriendo a “Madrid Rock” en la Calle Mayor (era una tienda de discos de dos plantas, bastante generosa). No lo encontramos de primeras. Fuimos a preguntar. El encargado nos dijo que creía que quedaba una sola unidad en un mogollón de discos de oferta, que había al fondo de la tienda. Mi amigo y yo nos miramos una milésima de segundo y explotamos a correr como locos hasta la pila de vinilos. Cada uno empezó por una esquina.

Recuerdo la excitación como si fuera hoy. Al final mi amigo ganó la partida. Nos reímos mucho cuando lo encontró. Ahí estaba Dylan con su caraza recortada en la portada del vinilo y mi amigo todo satisfecho. Al menos me lo grabó en una cinta cassette basf. Así lo tuve por muchos años, hasta que hace relativamente poco me hice con una reedición en vinilo para frikis como nosotros.

La caza y cata del disco nuevo… ¿ceremonia en extinción?

Ya parecen haberle puesto fecha a la muerte del CD como soporte musical cotidiano. En tres años, la música en digital concentrará 25% del total de ventas, según cálculos más o menos conservadores de la Ifpi, gremio que reúne a las principales disqueras del planeta.

Y en el último Midem (Mercado Internacional del Disco y la Edición Musical), el fundador de The Orchard –uno de los distribuidores de música digital más importante del mercado indie- resumió el parecer de muchos: “En diez años los CD no serán más que un producto marginal, y es más que bastante probable que en el 2025 toda la música sea digital. El CD, como el vinilo en su día, se va a convertir en producto de coleccionista”.

Melómana incurable escucho música todo el tiempo. Simplemente vivo con una melodía en la cabeza, cambiando de track cada tanto y no sólo según lo música que suene alrededor. También tonos, palabras, lecturas, pensamientos... van disparando y alternando distintas canciones que conservo en mi discoteca mental.

Ante tamaña melomanía, celebro los avances. Celebro que ya no tenga que llevar un pesado discman (y antes un walkman) con el grupo de discos que podía cargar de forma más o menos aparatosa, porque siempre se me antojaba algo que no llevaba.

Así que no ofrezco resistencia. Qué vivan los no se cuántos gigas capaces de albergar toda la música que pueda solicitar mi inquieta cabeza. Sin embargo, ahora que le ponen fecha al asunto, pienso también en qué perderé: ese placer ceremonioso de escuchar un disco por primera vez.

Echarse en la cama una tarde de sábado, preparar el ambiente, buscar un tarro de helado, luchar con el celofán, meter el disco y… escuchar. Escuchar con oídos vírgenes. Escuchar también con los ojos y los dedos, revisando créditos, diseño, letras. Escuchar hasta con el olfato cuando, alérgico, terminas estornudando por el olor a tinta de la caratulilla.

Más que una colección de singles

Los discos son para mí, sin duda, mucho más que una colección de canciones. Y no hablo sólo de los discos concepto a los que no les sienta para nada un MP3. Basta con escuchar alguna de las piezas de The Wall en modo shuffle o aleatorio para darse cuenta de que las únicas alternativas son: cambiar y escuchar el disco completo, o saltarla inmediatamente.

Pero además de esas joyas imposibles de escuchar por partes, para mí todo buen disco es mucho más que una agrupación de singles. Está la secuenciación, la selección de temas, el orden, el sonido, el arte y hasta los agradecimientos, donde uno descubre influencias, colaboraciones y porqués. Todo va junto, al menos en esa primera vez.

Todo va junto también cuando vamos descubriendo esos temas que en una primera escucha no llaman la atención y que luego, como añejados, van tomando cuerpo y no queda sino volver a la caratulilla, para tratar de desentrañar por qué se nos escapó.

También necesitamos el paquete cuando creemos reconocer el estilo de alguien y hay que acudir a los créditos para comprobar si tal o cual bajista participó. O cuando cierta letra hace paralelismos con nuestra vida y a uno le da por convertirla en la banda sonora del momento. Y hasta para guardar en contexto las entradas de esos conciertos que nos marcaron.

Por ahí vi que los nuevos dispositivos digitales tienen la capacidad de incluir archivos con las letras de las canciones y hasta se podrán sincronizar con la música. Falta que muestren una pelotita que señale qué palabra cantar, como en las viejas comiquitas.

Yo debo reconocer que si bien antes revisaba revistas musicales en papel, mientras escuchaba mis discos, ahora consulto todo por Internet. Me entero de los detalles de la grabación, escucho versiones, leo críticas, reseñas, entrevistas, veo los videos oficiales y aficionados, y hasta logro contactar directamente a ciertos artistas y sumergirme en su mundo, lo cual es mágico.

Sin embargo, toda esa experiencia no puedo meterla en mi MP3, ni me voy a poner a imprimir primitivamente carátulas, letras, reseñas. Tampoco tendría sentido. Me gustan los CD como objetos, como pequeñas obras integrales que hay que tener y, por lo tanto, buscar.

Sí, además de esa ceremonia de escuchar por primera vez, está un placer anterior: la búsqueda, la cacería y la satisfacción de encontrar luego de largas caminatas, de averiguaciones, de solicitudes. Sí, como que ciertos discos me gustan más porque tuve que cazarlos por el mundo, tal como en los cuentos de la próxima entrada.

lunes, 5 de febrero de 2007

"Jodida pero contenta"

Porque me haces mucho daño
Porque me cuentas mil mentiras
Y porque sabes que te veo
Tú a los ojos no me miras

Y porque nunca quieres nada
Que a ti te comprometa
Yo te voy a dar la espalda
Para que alcances bien tu meta

Que yo me voy porque mi mundo me está llamando
Voy a marcharme deprisa
Que aunque tú ya no me quieras
a mí me quiere la vida

Yo me voy de aquí
Jodida por contenta
Tú me has doblao pero yo aguanto
Dolida pero despierta
Por mi futuro
Con miedo pero con fuerza
Yo no te culpo ni te maldigo
Cariño mío
Jodida pero contenta
Yo llevo dentro una esperanza
Dolida pero despierta
Pa mi futuro
Con miedo pero con fuerza
Que a partir de ahora
Y hasta que muera
Mi mundo es mío

Con tormento y sin dolores
Yo voy haciendo camino
Y que la brisa marinera
Me oriente hacia mi destino

Así que me voy bajando
Pa la orillita del puerto
Y el primer barco que pase
Que me lleve mar adentro

Y en este planeta mío
Ese en que tú gobernabas
Yo ya he clavado mi bandera
Tú no me clavas más nada

Déjame vivir a mí
Jodida por contenta
Tú me has doblao pero yo aguanto
Dolida pero despierta
Por mi futuro
Con miedo pero con fuerza
Yo no te culpo ni te maldigo
Cariño mío
Jodida pero contenta
Yo llevo dentro una esperanza
Dolida pero despierta
Por mi futuro
Con miedo pero con fuerza
Que a partir de ahora
Y hasta que muera
Mi mundo es mío

Jodida por contenta
Dolida pero despierta
Con miedo pero con fuerza
Yo voy con miedo pero con fuerza
Y te digo mi prima:
“Tonta todo en la vida se paga”

Autor: Buika
Album: "Buika", 2005; reversionado en "Mi niña Lola", 2006

Buika: Poderoso viaje afro flamenco, sin turbulencias

Negra, gitana, africana, andaluza. Buika es tan difícil de definir, como lo es etiquetar su voz y su música.

En los predios de los casinos Luxor, Harra's y Gold Coast de Las Vegas –donde se la veía para el año 2000– o en el Blue Note de la misma ciudad –donde fue invitada para un festival–, por su aspecto y la fuerza de su garganta bien podría confundirse con una de esas poderosas voces negras del jazz actual.

Pero ésa es sólo una muy limitada y equivocada aproximación a Concha Buika, a quien ni Joaquín Sabina resistió escribirle unos versos.

Nacida en Mayorca, pero de antepasados de Guinea Ecuatorial y una infancia gitana, es capaz de apropiarse y darle una dimensión muy personal a temas de Camarón, Morente y hasta a coplas que, como “Ojos verdes”, es difícil no recordar entonadas por los más grandes cantantes españoles. Y ésta es sólo una de sus caras.

No se trata de que pueda cantar un estándar de jazz y entonces un bolero, para después decantarse por una copla.

Es que su voz ronca y rasgada con deje gitano se transforma, se nutre y evoluciona con la potencia y brillantez negra. Es que se deja caer en la profundidad del soul, el swing del jazz y el tumbao del funk, para entonces reposar en el murmullo del bolero y luego resurgir, fluida y natural, en un viaje multirracial y multicultural sin turbulencias, ni baches.

Para terminar de confundir a los que pretendan encasillarla, antes de sus dos discos en solitario –Buika (2005) y Mi niña Lola (2006)– colaboraba con distintas producciones, entre las que destacan "Ombra" de La Fura dels Baus, o la banda sonora de la no muy taquillera película "Km. 0".

Y para quienes intenten rotularla como “producto para público adulto”, vale destacar sus intervenciones con grupos españoles de hip-hop, o sus primeros éxitos como compositora y arreglista en la escena house europea, con los temas "Ritmo para voçé", "Up to the sky" y "Loving you".

De su último disco –que en su reedición se acompaña de un DVD con 30 minutos de actuación en la cueva de “El Candela”– es difícil escoger un tema. “Mi niña Lola”, que abre y da nombre a la entrega, tiene una dulzura particular que encanta desde la primera puesta.

Otros temas de su autoría, como “A mi manera”, van gustando más en segundas escuchas, cuando se pueden apreciar mejor, no sólo su particular interpretación vocal, sino también el piano y los arreglos de cuerda de la propia Buika.

“Ay de mi primavera” impacta por su fuerza dramática flamenca, y hasta por un dejo de tango desgarrado, traspasado por armonías y contraritmo jazzístico.

Una nueva versión de “Jodida pero contenta” culmina el disco y vaya que serviría para cerrar un concierto… para presentar a los músicos –como el maravilloso guitarrista Niño Josele-, para dejarse atrapar por las descargas, el duende y la improvisación jazzística, y dejar a todos con ganas de más.

jueves, 1 de febrero de 2007

Otra de chefs: Tomás Fernández a la francesa

Comentando la entrevista que le hice a Arguiñano, recordé otra muy distinta, pero intensa e interesantísima al venezolano Tomás Fernández. En aquel momento estaba tras los fogones de Bar Si, tailandés y con carne, aunque nunca hubiera estado por aquellos lados y -al menos entonces- se presentaba como vegetariano.

Versátil, inquieto, arriesgado e impecable, ha cocinado desde empanadas y hojaldres, comida francesa, venezolana y cocina fusión, hasta carnes raras, cuando creó Tope, el primer restaurante de carnes no tradicionales en Venezuela.

Recientemente asumió un nuevo refugio para la comida francesa con estilo propio, en el renovado Le Gourmet del Hotel Tamanaco. Y sin olvidar la docencia carismática e inspiradora, desde hace algún tiempo dedica “un espacio para la gastronomía en Venezuela” en su blog: www.tomasnomas.blogspot.com

Sirva su nueva aventura para recordar aquellas palabras:

“Mi cocina es el purgatorio”

Del adolescente medio punk que era, sólo le queda quizás el gusto por el soplo del aire en la cara, a altas velocidades en su moto, o el sabor a salitre en un velero-restaurante, su sueño dorado. Pensaba ser astrónomo hasta que una vecina lo convidó a internarse en la cocina. Ya son 14 años desde que dejó boquiabierto a su padre, entonces Ministro de Educación, cuando decidió dejar la escuela para moverse entre cucharas y ollas, y convertirse en uno de los chefs más reconocidos del país, a pesar de sus 32 años y de que, en las cercanías del restaurante cuya cocina comanda, bien podría pasar por un “pavo” cualquiera, con casco, cabeza rala y lentes de tono azulado.

“El título te lo dan los comensales o los dueños del restaurante. Uno nunca sale de la escuela como chef”, asegura, aunque como el jefe de cocina del Bar Restaurante Thai Si, convirtiera sus platillos japoneses, tailandeses o vietnamitas en el punto fuerte del establecimiento. “Nos hemos convertido en unas divas. Antes la gente iba a un restaurante, sin saber siquiera quien era el chef. Ahora van porque está tal o cual. Somos como estrellas de rock”.

-¿La cocina es un arte? ¿Qué le da ese carácter?

-Si arte es lo que sale del alma, algunos son artistas y otros imitadores, porque las creaciones no vienen del intelecto. Los cocineros somos artistas en momentos determinados, cuando sale ese plato especial.

-¿Cómo nace un plato suyo?

-Hay una magia bien bella. A veces te llegan productos nuevos, te traen avestruz, por ejemplo, tú lo ves y de repente, como si te dieran un golpe, aparece la fórmula: va con esto y con aquello. Por una razón mágica, 90 por ciento de las creaciones que vienen del alma salen perfectas. En cambio cuando te pones obligado a pensar, puede salir cualquier cosa. Estoy seguro de que Leonardo Da Vinci jamás se pensó una cosa. Me imagino que se pararía en la noche: “una nave que tenga una hélice así”. El jamás en su vida había visto un helicóptero, pero lo creó.

-¿Es así como puede cocinar tailandés sin haber estado allí?

-Cuando William del Nogal me dijo que me fuera a su restaurante, me senté, pensé, leí unos libros de Tailandia –no de cocina, sino del país- para enterarme de quiénes son, para ubicarme, y en un momento me empezaron a llegar recetas. Existe una especie de sabiduría universal, donde si medio te conectas aparece todo.

-Es vegetariano, pero cocina carne ¿lo hace como Beethoven componía sordo?

-Yo sé a qué sabe todo, tengo una memoria olfativa, gustativa, de tacto. Hay información dentro del cerebro y, aunque haya una especie de sordera, lo cocino y después suena.

-¿Qué concepto de cocina transmite?

-La cocina es un purgatorio: hay sangre, fuego, animales muertos, cuchillos, gente agresiva, pero de ahí sale una florcita encima de un plato que extasiará a un comensal. Es un arte, pero también un oficio, y la cosa es cómo combinar algo que tienes que hacer todos los días con el arte; pasar de lo más horrible, a lo más bello, a algo que puede causar amor, tristeza, alegría y hasta erotismo. La cocina es energía.

-¿Cuál ha sido el efecto de esa energía que más lo ha impresionado?

-Una vez en un Festival de Cocina de Inspiración entró una pareja. No se hablaban, sólo revisaban unos papeles y empezaron a discutir. Al rato el maitre se les acercó y les dio la carta diciendo: “los lugares no están hechos, los hace uno”. Ellos voltearon con cara de “y a éste qué le pasa”, se cortaron todos, pero arrimaron los papeles y cambiaron de actitud. Empezamos a mandarles platos, para que estuvieran felices. Ellos comieron y se fueron. Teníamos un libro para que la gente escribiera sus impresiones. Al final del día lo leímos. Decía que ellos habían ido a firmar su divorcio, pero que a lo largo de la cena habían descubierto que todavía les quedaban momentos ricos por compartir, así que no se divorciaban.

-¿Qué le prepararía al presidente Hugo Chávez?

-Tanto que dice que “el que tenga ojos que vea”, pues yo le daría cosas que lo hicieran realmente oír y ver, para que dejara de hablar tanto, de usar su intelecto y se volviera más fácil. Creo que él tiene mucha agresión por dentro, y las ideas lindas que tiene las lleva a un nivel que no son buenas, por resentimiento. Le daría una cocina para limpiarlo, muchas cosas vivas y frescas. Habría algo con caña de azúcar y ensaladas con lechuga fresca. No de la crujiente, sino de la criolla, tan suave que se deshace en la boca, para que se diera cuenta de todo el poder que tiene, de que simplemente con ponerse algo en la boca, puede desvanecerse.

(Entrevista publicada en la extinta revista Primicia, en agosto de 1999)