viernes, 23 de febrero de 2007

Del Al Aldalus a la Zaragoza Mudéjar (III)

Como capital de la marca superior de Al-Andalus, Saraqusta –la Zaragoza árabe con cuya descripción continuamos esta serie- fue gobernada por Ahmad Al Muqtadir. También conocido como Abu-Jafar o Al Jafar, creó y dio nombre uno de los más impresionantes monumentos de la ciudad: el Palacio de la Aljafería, abierto luego de cinco décadas de restauraciones.

Exponente del brillo del siglo XI, cuando la ciudad era un centro caravanero en el que confluían Oriente y Europa, el Palacio de la Aljafería fue luego ampliado y reformado para convertirse en palacio cristiano medieval, después en palacio de los Reyes Católicos, y posteriormente hasta en un fuerte.

Más allá de los tesoros descubiertos, que resumen diez siglos de acontecimientos histórico-artísticos de Aragón, vale la pena fijarse en todas las técnicas y filosofías presentes en una de las más largas e impresionantes restauraciones realizadas. Los trabajos comenzaron en 1947 y terminaron en 1998, tal como lo detallará cualquiera de sus orgullosos guías.

Del palacio islámico se conserva el primitivo recinto fortificado de planta cuadrada, reforzado con torreones, y la luego llamada torre de El Trovador, en honor a una leyenda española que inspiró la ópera de Verdi.

Por su delicada belleza y detalles como un pequeño oratorio de planta octogonal, con decoración de yeso y motivos de ataurique –conservados, por cierto, nada menos que por la grasa acumulada cuando, años después, el recinto sirvió de cocina-, se lo ubica entre las cimas del arte hispanomusulmán, con aportes retomados en los Reales Alcázares de Sevilla y en la Alhambra de Granada.

Luego de la reconquista cristiana, el Palacio de la Aljafería se erigió como principal foco de irradiación del arte mudéjar aragonés, donde las características formales de las construcciones cristianas, se mezclaron con la impronta del arte musulmán en ornamentaciones de gran colorido y detalle.

Así se presentan las salas del Palacio de Pedro IV, coronadas con espléndidos alfarjes, y las capillas de San Martín y San Jorge, con labrados y artesonados de una suntuosidad digna de celebraciones reales, y que, curiosamente, también sirvieron para esconder ejemplares del Corán.

El mudéjar se ve también en otro de los monumentos que mejor puede expresar las historias superpuestas de Zaragoza: la Catedral de La Seo, un compendio de siglos y estilos, que van del Románico al Neoclásico, donde la belleza y el colorido que aporta el mudéjar a uno de sus muros exteriores son realmente destacables.

Saliendo por las callejuelas que la rodean, aparece el Arco y la Casa del Déan, apenas un rinconcito pintoresco que presenta un detalle mudéjar en el mirador de la vivienda.

1 comentario:

Jesús Nieves Montero dijo...

grata sorpresa ver que la cata no quedón trunca...

salud

j.