“Give me a tune”, pide vestida de gala frente a un imponente piano Steinway. Podía haber acabado de fascinar al público con su interpretación de Rachmaninoff o Beethoven, en Londres, Nueva York o Hamburgo. Pero con Gabriela Montero hasta el escenario más solemne toma luego una atmósfera más parecida a la de un club de jazz o a una fiesta de amigos.
“Claro de Luna”, se atreve un señor. “El cumpleaños feliz, que mi nieta está cumpliendo cuatro hoy”, salta otro. “I will survive” tararea uno más osado, y el más descarado propone el ring tone de su móvil.
Ella sonríe, chequea el tema rápidamente en el piano y, tras una pequeña pausa, transforma cualquier línea melódica –la más banal o la más sublime- en lo que bien podría ser una sonata de Bach, Haydn, Schubert o Chopin; algo que suena conocido pero a la vez es totalmente nuevo.
“Comencé a hacerlo en los conciertos, porque la gente no creía que improvisaba”, cuenta ella acerca de esta práctica de creación y performance por demanda. Sin importar lo complejo de la variación, la melodía original emerge entre una tempestad de matices: de Chopin al jazz, del tango a Debussy. “Ahora simplemente no puedo pararlos, se emocionan y si es por ellos me tendrían allí para siempre”.
Descubrió que podía tocar e improvisar desde muy pequeña. Sus padres la encontraron al año y medio interpretando las melodías que su madre le cantaba para dormir. “Siempre improvisé, ha sido como hablar”, confiesa. Pero este talento lo dejó tras bastidores hasta hace muy poco. “Tuve una profesora que prácticamente me dijo ‘olvídate de eso, no tiene ningún valor’”, cuenta ahora divertida ante el giro de su carrera.
Taboo breaker
Sus éxitos como intérprete clásico, en el sentido más estricto y tradicional, nunca han sido para despreciar. A pesar de ciertas pausas por motivos personales, es reconocida como una magnífica concertista. De hecho, en 2006 fue galardonada como mejor instrumentista, con el premio Echo Klassik de la Academia Fonográfica de Alemania.
Ha tocado con la Sinfónica de Berlín, la Filarmónica de Tokio, la Filarmónica de la Florida y la Filarmónica de Nueva York, dirigida por el célebre Lorin Maazel, entre muchas otras. Pero fue a partir del 2001, cuando Martha Argerich la vio improvisar, que comenzó la fascinación mundial y un entusiasmo que no se veía desde hacía mucho tiempo en el sector de la música académica.
“Me senté, improvisé y Martha enloqueció”, rememora Gabriela, todavía sin creerlo demasiado. Como en las películas de nacimientos de estrellas de rock, Argerich –considerada una de las más célebres pianistas del globo– no tardó ni un segundo en hacer las llamadas indicadas para relanzarla.
“Taboo breaker” la llama ahora la cadena de televisión CBS. “She is the hottest rising star in the classical music world, and the most controversial, as well”, resaltaba la nota en 60 minutes, al verla como podía estar una noche en el Queen Elizabeth Hall y otra en Joe’s Pub.
Actualmente es la artista más vendida del sello EMI Classics. Su disco Bach & Beyond –donde, a partir de la música de Bach, demuestra su dominio de diversos idiomas musicales– ha ocupado varias veces el Top 10 en la Billaboard Charts. Igual camino viene recorriendo Baroque, su última placa editada el año pasado, esta vez de improvisaciones sobre piezas del barroco y calificada con 5 estrellas por la BBC Music Magazine.
El viejo arte
Gabriela no es, obviamente, la primera en improvisar. Mozart, Liszt, Bach y Beethoven eran adorados por sus audiencias cuando se daban a las variaciones. Y desde siempre la improvisación ha sido un elemento esencial del jazz.
Sin embargo, en la música clásica a partir del siglo XX sólo muy pocos artistas, como el recientemente fallecido Karlheinz Stockhausen o Gyorgy Ligeti, incluyen elementos de improvisación.
En ese sentido, Gabriela apuesta por todo. No ha abandonado el repertorio clásico. Pero la segunda parte de sus conciertos siempre la dedica a las improvisaciones, tal y como lo hizo hace más de diez años en el recital relatado en la anterior entrada.
“Por eso debe ser que dicen estoy rompiendo barreras”, comenta ella, recordando el premio Echo Klassik que le entregaron el año pasado, en la categoría Mejor Período Clásico sin Fronteras.
“Si bien lo que hago tiene una tradición muy antigua, hoy casi ya no existe. Y lo bonito es que estoy uniendo públicos: el que va a escuchar los temas más clásicos y el otro que se fascina con la parte de la improvisación, y que no necesariamente estaba involucrado con lo académico”.
La interactividad con el artista es difícil de resistir. En su sitio web mantiene la sección Life in my living room, donde los visitantes pueden solicitar improvisaciones a partir de cualquier melodía. Hasta el ancla de un programa de televisión alemán cayó en la tentación de hacer la prueba.
Lo que más suele sorprender es la naturalidad y libertad de sus notas. “En el jazz, si bien es cierto que hay una improvisación libre, se hace con un esqueleto”, explica. “Los jazzistas saben a dónde van, a qué acordes quieren llegar, a qué armonías, cuántos compases van a hacer. Yo no tengo nada”, aclara ella.
Nunca estudió armonía o composición, precisamente “para preservar esa pureza, ese no razonamiento cuando improviso”, se justifica. “Yo nunca sé a dónde voy a parar. Es como tirarse en parapente. Tú sabes que vas a caer, pero no sabes dónde, ni cómo te va a llevar el viento. Esa es la sensación”. Y es ese salto al vacío lo que tiene a todo el mundo perplejo:
“No pienso en nada. No hay antes o después. Dejo que esa fuerza, que eso que maneja mis manos, haga lo que tenga que hacer. Escucho las armonías. No sé que son, simplemente las escucho y las toco. No puedo decirte qué hice después de haber improvisado. Tengo la sensación de lo que sentí, pero no sería capaz de tocarlo de nuevo a menos que escuche una grabación y tratara de copiarlo, de conectarme con aquella sensación. Y probablemente, incluso así, la segunda vez se convertiría en otra cosa”.
2 comentarios:
SALUD POR EL TALENTO VENEZOLANO!
j.
LA AMO. tiene una sonrisa hermosa y los videos de youtube son alucinantes. Lamentablemente no he tenido la oportunidad de escucharla en vivo por culpa de quién sabe cuántas estupideces. ¿Sus cds? ¡Otras joyas!
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