domingo, 13 de julio de 2008

Duchamp, Man Ray y Picabia: Refrescante burla a la inmovilidad de pensamiento

¿Se pueden hacer obras de arte que no sean obras de "arte"?
Duchamp

Siempre me ha gustado divertirme seriamente
Picabia



A las 11 de una mañana de este veranito barcelonés, las escaleras que conducen al Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) lucen como un largo suplicio. Pero hasta el 21 de septiembre, la cumbre de Montjuic es refrescante, y no sólo por el aire acondicionado.

Allí están más de 300 piezas, entre pinturas, fotografías, dibujos, películas y objetos, con los que Marcel Duchamp (1887-1968), Man Ray (1890-1976) y Francis Picabia (1879-1953), estoy segura, se divirtieron y se rieron del mundo tanto o más de lo éste luego los ensalzó, erigiéndolos como las cabezas del Dadá estadounidense, precursores del pop-art y, paradójicamente, de tantos otros caminos recorridos por artistas, seudoartistas y antiartistas contemporáneos.

La muestra incluye gran parte de los íconos del antiarte: “La fuente”, el urinario al revés con cuyo rótulo Duchamp dio vuelta al mundo expositivo, así como sus otros ready-mades: “La rueda de bicicleta” o “El Perchero”. También está “La Novia Desnudada por sus Solteros” (1915-23), obra igualmente conocida como El Gran Vidrio, o el entonces escandaloso “Desnudo Descendiendo una Escalera” (1912).

Seguro más de una carcajada les saldría -aunque con ironía de por medio- al ver no sólo sus travesuras individuales expuestas en salas inmaculadas, que turistas culturales visitan susurrantes como en una iglesia; sino también sus guiños y juegos semiprivados con los que se retaban mutuamente.

La reunión en una sola muestra de los tres provocadores tiene sus reveses y costos. Aunque la intención era ver las relaciones y paralelismos, lo cierto es que –voluntaria o involuntariamente- las exploraciones de Duchamp funcionan como hilo conductor, permeando y quizá pervirtiendo un tanto las búsquedas particulares de Man Ray y Picabia.

Sin embargo, creo que la vista panorámica vale la pena. Para mí lo más interesante de esta exposición, traída de la Tate Modern de Londres, es ver cómo se hostigaban e impulsaban mutuamente, en un juego de plagio-colaboración-influencia.

“La Mona Lisa” con bigote de Duchamp hace un guiño adicional al verla acompañada de “El padre de la Gioconda”, el Leonardo con tabaco de Man Ray. Resulta más divertido y revelador conocer la personalidad del primero, a través de las fotos del segundo.

Las pinturas de estética publicitaria, pero tono erótico trasgresor de Picabia se aprecian mejor en la atmósfera creada por las fotografías que Man Ray tomara a su esposa.

Los propios “Objetos de mi afecto” del estadounidense resultan más interesantes si nos decodifican cómo los miraba él mismo. Vemos así bajo que luz y desde qué perspectiva una simple plancha se vuelve algo inquietante, o una máquina de coser luce como una gran montaña.

La exposición no deja de ser paradójica. Precisamente porque conservamos y apreciamos hoy sus piezas, las destruimos. La materia se queda, pero pierde su espíritu subversivo. Si a fines de la primera guerra mundial, ellos creyeron que ya el arte no podía ser el mismo, acontecimientos posteriores demostraron que la barbarie aún podía llegar bastante más lejos.

Hoy, al lado de obras como “Caca de artista” de Manzini o los drippers de Pollock, quizá los ready-made nos resulten ingenuos. De ahí que, solemnidades aparte, quizá convenga más refrescarse del verano, de las teorías y de los cánones, asumiendo la contradicción, riéndonos y, con un guiño, retando una vez más la inmovilidad de pensamiento.

Entre el público no falta quien –todavía- suelte comentarios tipo: “esto lo hacía yo de niño”, o “¿y esto es arte?”. Pero como también respondía otro visitante: “la cosa no está en hacerlo, sino en tener el valor de presentarlo”.



(Video hecho por Times on line sobre la muestra original en la Tate Modern de Londres)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tuve la oportunidad de ver esa muestra en Londres y estuvo buenísima.
Grabriel