domingo, 16 de noviembre de 2008

Noruega, Munch y el alarido infinito en la naturaleza (I)

Quizá lo único que me venía a la mente de Noruega, antes de empezar a leer la guía de viajes y pisar finalmente su suelo, era su pasado vikingo, El Grito de Munch y la inmensidad de los fiordos.

Ya inmersa en la tarea, recordé que ahí se entrega el Premio Nobel de la Paz, un evento que allá me enteré se vive, guardando las distancias, cual final de campeonato: las actividades se paralizan, para sintonizar en grupo el anuncio en la televisión.

Noruega es considerado uno de los países más pacíficos del mundo –en 2007 ocupaba el primer lugar en el Global Peace Index, siendo superado en 2008 sólo por Islandia y Dinamarca– y ostenta uno de los más altos índices de desarrollo humano –el primero en 2006, y el segundo en el Informe 2007-2008.

Se la conoce, pues, como una de las sociedades más “de acuerdo” del mundo. Sigue manteniéndose fuera de la Unión Europea, aunque participa en el mercado único, y conserva muy vivo su idioma, aunque la inmensa mayoría también habla inglés.

El haber surgido en un medio hostil y a la vez benevolente –las aguas del Golfo hacen que buena parte del territorio sea habitable-, heredando un pasado de navegación y fructífero comercio, parece haberle dado a los noruegos el empuje y la apertura para explorar y abrirse caminos, asimilando lo extraño de una forma muy particular.

Son capaces de torcer y cortar la naturaleza lo suficiente como para construir los puentes, túneles y vías ferroviarias que hoy comunican el accidentado territorio, permiten la fecunda explotación petrolera y hacen ver a su país entre lo más alto de la civilización.

Pero lo curioso es que tal civilización aparece enclavada en medio de esa inmensidad natural, como si así hubiera sido desde el inicio de los tiempos, como si las casitas de colores con los puertos enfrente hubieran germinado igual que los árboles del valle, apenas derretirse el glaciar.

Y entre lo limpio de la ciudad de Oslo, el cronómetro que indica cuántos minutos faltan para que llegue el próximo autobús, y el profundo silencio sólo interrumpido por las risas de los niños que juegan en los charcos de la nieve derretida, envueltos y protegidos por la maravilla de los diseños de invierno; me pregunté qué haría a Munch pegar ese grito.

Pensé si sería la calma, el orden que lleva al aburrimiento, el tedio de tener todo resuelto. Así al menos se suelen explicar los suicidios de estas partes del mundo, desde la óptica de un país como Venezuela, donde si amaneces un poco oscuro te retan con un “levanta ese ánimo” y ser introspectivo es una especie de pecado mortal.

Pero cuando abordé el primer tren para adentrarme en los fiordos, al ver la sobrecogedora nada blanca, las cordilleras rasgadas entre la neblina y un sol que nunca llega al cenit, vi que la naturaleza también lleva un grito por dentro.

Ya lo decía el propio Munch, al hablar de cómo surgió su más conocido cuadro: “Iba caminando con dos amigos por el paseo –el sol se ponía- el cielo se volvió de pronto rojo –yo me paré- cansado me apoyé en una baranda –sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego –mis amigos continuaban la marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo- y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”.

Hay muchos que hacen este viaje como una luna de miel. Pero yo, cuando llegué al puerto de Gudvangen y tomé el bote que nos internaría en Nærøy, un fiordo lateral del Sognefjorden, el más estrecho de Europa, no pude evitar verme sumergida –y sobrecogida- en el cuadro Melancholy.

El ambiente no es sólo lo que sale en las fotos de los paquetes turísticos. Hay una atmósfera que no se puede capturar en fotografías, por más cielos azules que se retoquen –o fabriquen- en photoshop.

La orilla de un fiordo puede ser como la imagen de la izquierda, pero también como la de la derecha.










Un atardecer puede lucir como el de la fotografía y al mismo tiempo encender el grito existencial de Munch.









A pesar del agua caliente, de la calefacción cómoda y del Ferrocarril de Flam, que presuntuoso trepa la montaña, a razón de un metro de subida por cada 18 metros de distancia, el desasosiego también está allí.

Hay algo en el silencio cortado por el viento, en el trueno del hielo que se desploma en las cascadas, en la luz que cae siempre oblicua, en lo escarpado y áspero de las montañas, en la fuerza del agua que corre debajo de los túneles, en la gama de rojos y naranjas que zanja el cielo. En cada encuadre hay algo que te recuerda que no todo está bajo control.

En esta época del año y con mi humilde cámara no pude fotografiar ningún firmamento prístino como el de las guías de viajes. Pero creo que prefiero mis cielos oscuros, mis montañas grises, mis pueblecitos duplicados en el agua entre la niebla, y el recuerdo de una atmósfera que no te la puedes llevar en un souvenir y que, sin duda, capturó mejor Edvard Munch.

(Las fotos de los fiordos fueron tomadas por Susana Funes, salvo la del atardecer, capturada por Fredrik Westin)


5 comentarios:

Anónimo dijo...

tienes toda la razón con el pecado mortal de ser introspectivo y con aquello de que si te levantas oscuro te dicen "mijo qué te pasa... estás amargado? Anda pa'llá"

Yo creo que fue lo del tedio y lo de tener todo resuelto lo que lo llevó a gritar

El Público dijo...

El estilo literario parece poco fluído solamente porque la blogera no quiso soltarlo, no quiso dejarse llevar. A veces pienso que se lo quiso llevar con ella, hacia un lado más informativo.
Las emociones te comieron Catavital, pero peleaste porque no lo hicieran, y la batalla quedó sin muertos de ningún lado, pero con mucho prisioneros, en ajedrez lo llamaríamos "unas tablas bien hechas".

Acerca de la oscuridad, nada que opinar... por ahora.

SUSANA FUNES dijo...

-Amigo Anónimo, a pesar de que no firmes, tu acento delata tu venezolanidad. Ese "mijo qué te pasa.. Anda pa'llá" es tal cual. Gracias por pasar y comentar.


-En cuanto a lo que "el público" comenta, ciertamente hubo mucha emocionalidad involucrada en este post. Nació de una atmósfera muy cargada, pero bastante difícil de reproducir. Por algo ni las cámaras funcionan. No se trata de imágenes capturadas. Ahora, de estilo literario... pues se hace lo que se puede, aunque la verdad es que este espacio no tenía tal intención. Pero tranquilo, soltaré a mis prisioneros ;-)

Lola Steiner dijo...

Pues a mi me ha encantado el escrito. Ahora me muero por irme a Noruega. Pero creo que es mal momento, deben estar a 5999 grados bajo cero...

SUSANA FUNES dijo...

Estimadísima Lol V. Steiner, me alegra que la nota te haya gustado y motivado. Noruega vale la pena, tienes que ir. Efectivamente hace frío ahora, pero en verano las temperaturas máximas en Oslo son de 22 grados. Estaría bueno guarecerse de los vaporones de Barcelona, ¿no?