jueves, 1 de mayo de 2008

La noche que me enamoré de la pianista Gabriela Montero (I)

La primera vez que escuché de Gabriela Montero, la pianista venezolana que tiene enloquecido al mundo de la música académica con sus improvisaciones, fue por mi hermano Carlos. Y no creo que pueda tener mejor presentador. Así que aquí va su testimonio. Una vez hechos los honores, ya habrá tiempo para degustar su talento y enterarnos, en una entrevista a la propia Gabriela, de su historia y próximas presentaciones.

“Sería hace no menos de una década, probablemente en 1994, cuando apareció en el periódico que Gabriela Montero iba a tocar un recital en la sala Ríos Reyna (del Teatro Teresa Carreño). Ella ya me gustaba bastante, pero hasta ese día aún sentía cierta preferencia por Carlos Duarte.

“Había muy poca gente. Gabriela salió al escenario y lo primero que hizo fue pedir a los que estaban en el balcón que se acercasen, rompiendo el protocolo y convirtiendo la cosa en algo íntimo y familiar. Bajaron los del balcón y logramos apenas llenar las primeras filas, no mucho más.

“El programa, si mal no recuerdo, era todo o casi todo Beethoven. No sé exactamente que tocó, pero sí recuerdo la sonata Apassionata. Ésa la recuerdo clarito porque escuchándola, esa noche, fue cuando me enamoré de Gabriela Montero. ¡Que Carlos Duarte ni que ocho cuartos!

“Al final del recital y después de unas rondas de aplausos llega Gabriela y dice: ‘voy a hacer algo ahora que nunca hice antes en público; voy a improvisar’. Quizás dijo ‘que no hago hace mucho’, no sé. Igual, lo que dijo me impresionó.

“Como si ya no hubiese roto suficientes reglas esa noche, se iba a poner a inventar, cual si fuera un jazzista tripeando con un saxofón en un bar de New Orleans, allí con su Steinway y en plena Sala Ríos Reyna.

“Se sentó en el piano, pasó como un minuto en silencio y comenzó a tocar... No eran variaciones de temas conocidos lo que tocaba, ni paseos aleatorios por escalas ‘seguras’ como hacen los jazzistas baratos. Era todo nuevo y a la vez no nuevo; me sonaba como a Chopin, pero nunca lo había escuchado antes.

“Era demasiado complejo y perfecto para ser inventado sobre la marcha. Yo, simplemente no me lo creí. Pensé que era algo que quizás ella había compuesto y nunca había tocado en público, pero no, no podía ser 100% improvisado. De todas maneras, su Apassionata había sido suficiente para dejarme loco y nunca perdí oportunidad de verla en concierto, mientras vivía en Caracas.

“Pasaron los años. Me vine a USA y dejé de seguir su carrera. Me extrañaba no escuchar más de ella en las noticias. Yo le tenía mucha fe y hubiese esperado una exitosa carrera internacional. Pero eventualmente, ya no supe más.

“Más de veinte años después de la Apassionata, a finales del 2006, el jefe de mercadeo de la compañía donde trabajo me comenta una mañana: ‘Anoche vi una pianista venezolana en el programa 60 minutes’. Yo no tardé ni un segundo en decir ‘¡no me digas que era Gabriela Montero!’

“No sólo era Gabriela Montero, sino que el programa se centraba en su regreso triunfal a los escenarios internacionales, después de años sin tocar, y de la característica que la destacaba de entre todos los pianistas clásicos del mundo: ¡su increíble capacidad para improvisar!”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ciertamente ver a Gabriela tocar es increíble.
Además de lo buena que es técnicamente hablando, es mágico y divertido verla improvisar con cualquier cosa.
Andrés H.