domingo, 4 de marzo de 2007

Santaolalla ronrockea

“Para todos los latinos”, dijo otra vez Gustavo Santaolalla, mientras asía firmemente y con sonrisa plena su segunda estatuilla del Oscar, ahora por la banda sonora del abanico multicoral y variopinto de Babel.

Y qué curioso que fuera el peculiar sonido del ronroco, ese charango especial creado entre grupos folclóricos de la Cordillera de los Andes, el que me hiciera sentir el desamparo en el otro extremo del mundo.

Yo recordaba muy bien el sonido de las instrumentaciones con sabor a altiplano de su disco Ronroco (1988). Pero esta vez el ronco timbre me transmitió más bien el dolor, desolación e impotencia, en el agreste terreno de Marruecos.

Y qué curioso que de allí me trasladara a Japón y que fuera la música preparada por Santaolalla -con sonidos encajonados y amortiguados que explotan en música electrónica actual- la que pudiera mostrarme el mundo interior de una sordo muda adolescente, nada menos que en una discoteca.

Para algunos esta estatuilla fue el premio de consolación a Alejandro González Iñárritu. Para mí, la película hubiera sido muy distinta sin la intervención sonora del maestro. Pude percibirla lenta por momentos, sobreextendida en esa narración por turnos.

Pero fueron los acordes de Santaolalla los que sirvieron de amalgama; los que unieron cada una de esas historias en un universo integral y verosímil, dándole, al mismo tiempo, una identidad, una atmósfera emocional y una personalidad a cada ambiente y drama particular.

Vivificador de identidad sonora

“El midas del rock latino”, lo llaman, por sus trabajos como productor de agrupaciones y artistas como los mexicanos Café Tacuba, Molotov y Caifanes, el colombiano Juanes, los argentinos Bersuit Vergarabat y los cubanos Orishas.

Músico sensible e inquieto, productor agudo y detallista, empresario organizado e incansable, Santaolla es un catador vital –no es casualidad que tenga una hacienda de vinos en Mendoza. Y en esa tarea ¡vaya que ha recorrido mundo!, incluyendo Venezuela.

Aquí vino, por primera vez, a participar en unas conferencias organizadas por la Fundación Nuevas Bandas -ocasión de la gráfica en Plaza Venezuela, junto al presidente de la FNB, Félix Allueva, y Rubén Scaramuzzino de la revista Zona de Obras. Luego a presentar su Bajo Fondo Tango Club y hasta para grabar un disco de música académica, sin olvidar el fichaje de proyectos para su editorial y sello disquero, como el venezolano Panasuyo.

Pero en lugar de explotar el rock latino como una etiqueta vacía de marketing –tal y como se volvió el realismo mágico en la literatura hispanoamericana- Santaolalla es un explorador auténtico, un arqueólogo y vivificador de identidad sonora.

Es alguien capaz de ver en sí mismo y en otros lo más genuino; lo que se puede llegar a ser antes de serlo y cumplir cada de una de las tareas necesarias para hacerlo realidad.

Sin duda fue ese germen de búsqueda de lo auténtico lo que motivó proyectos como “De Ushuaia a la Quiaca” (1985): un viaje exploratorio y musical por el interior de Argentina, junto con León Gieco, que desembocó en un álbum leyenda y reveló las joyas del folclore local, mucho antes que empresas como la de Ray Cooder y el Buena Vista Social Club.

Y es esa mirada atenta y humilde ante el talento, pero también firme a la hora de imponer disciplina; centinela de tradiciones, pero sin temor a los riesgos de la innovación, lo que hace que toda la música creada, interpretada o producida por Santaolalla suene actual, pero arraigada; auténtica, pero sin las telarañas de políticas pro-folclore.

“Describe a tu barrio y describirás al mundo”. “Muestra tu sentir y mostrarás el de cualquiera”. Ésas parecieran ser las máximas. Sólo que el barrio es mucho más complejo y diverso que Macondo, y su banda sonora incluye sonidos tradicionales, pero transmutados en otra cosa.

Así, como muestra la película de Iñárritu, el dolor, el desamparo y la impotencia se pueden sentir igual aquí, en el Altiplano, en Marruecos, en Japón o, incluso, en Brokeback Mountain.

2 comentarios:

Jesús Nieves Montero dijo...

verdaderamente meritorio lo de santaolalla, un verdadero artesano cortado al patrón clásico...

salud por el talento!

j.

Anónimo dijo...

Leerte es un placer. Una verdadera cata vital. ¿Bien por quien ronrockea? Seguro. Y por quien tecleó esas letras.