
Como previendo que con los códigos de las viejas “bellas artes” no llegarán a nada, los noveles artistas suelen apelar mucho a la “instalación”, al “multimedia”, al “videoarte”, al cruce de tendencias y a la reutilización de elementos.
La inclinación no es mala de por sí. De hecho, por profesión y afición tiendo a apreciar las potencialidades de la tecnología y los nuevos medios. El detalle es que, en muchos casos, siento se hace más como fuego de artificio, para evitar cualquier relación -y comparación desfavorable- con el “viejo arte”, que por una búsqueda de expresión.

No hay tanto despliegue multimedia como he visto en otras muestras, pero sí bastante fotografía –obviamente intervenida por el photoshop- y una apropiación de los mecanismos del lenguaje publicitario, para denunciar el tema que sirve de hilo conductor: el consumismo.

Más de 100 artistas nacionales e internacionales fueron reunidos para reflexionar “en torno al tema del consumo, en las tendencias, la moda, el arte y la publicidad”. Y sí, al iniciar mi recorrido, fui topándome con las principales ideas –cabría mejor decir tópicos- respecto al consumo:

...o del sujeto castigado por las exigencias sociales…


Y poco más. Y es que más allá de las técnicas, de las mejores o peores ideas, y de las más o menos hábiles maneras de llevarlas a cabo, a veces me quedo extrañando la vieja idea de comunicar algo.
En esta exposición, aunque hay obras que llamaron mi atención y en general podría decirse que técnicamente están muy bien realizadas, siento que no hace falta más que unos segundos para captar todo lo que son capaces de decir.
Y no precisamente porque las obras tengan el impacto y efectividad de comunicación de un spot publicitario, esos que sí logran llamar a la acción: a consumir; sino porque en su mayoría no van mucho más allá de lo que decía el panel de la entrada.

Lo primero que llamó mi atención fue –por contraste con el resto– el tipo de trazo como de dibujo a mano alzada sobre el soporte efímero. Luego noté que en realidad estaban impresos, pero, al acercarme, cada escena de esos cuatro meses consecutivos, fechados con un sello como el que se utiliza en un archivo de oficina, fue añadiendo matices y capas a ese concepto de vida cotidiana contemporánea.
En lugar de acudir a los tópicos de denuncia a la sociedad consumista, Marta Fuertes y Maria Soler se volcaron hacia lo íntimo, para revelar con imágenes banales, vergonzosas o ridículas, cómo el individuo vive y sobrevive en el espacio privado, donde los cuerpos se enferman, se curan, se acicalan, lloran, gritan… dan forma humana a la sucesión de los días, más allá de las imposiciones de conducta del exterior.
A la salida del CCCB pregunté si tenían más información de la exposición, tratando de encontrarle más sentido y “contenido” al resto de las obras. Pero la chica me respondió sucinta: “sólo tengo unas postales”.