Estar “felicísimo y como un niño”, declaró la semana pasada Alfredo Bryce Echenique, anunciando desde su Lima natal que había finalizado su última novela: Las obras infames de Pancho Marambio.
"El protagonista es un falso arquitecto y buen amigo de un peruano que le encarga unos asuntos al instalarse en Barcelona y quien sufre de una enfermedad congénita de su familia, que él ha superado con una voluntad de hierro y con una vida exitosa: el alcoholismo", explicó emocionado, atropellando palabras.
Y yo recordé aquel perfil que publiqué en la Revista Primicia, cuando su novela Reo de Nocturnidad acababa de ganar el Premio Nacional de Narrativa de España, y él se regresaba a Lima.
Desde entonces a su hoja de vida se han agregado nuevos hitos: el Premio Planeta 2002 por El Huerto de mi amada; la publicación de sus Antimemorias, en dos entregas, y de la recopilación de ensayos titulada Entre la soledad y el amor. Desgraciadamente también ha tenido que enfrentar lastimosas acusaciones de plagio.
Ya con 68 años, no soportó pasar el resto de su vida viendo las horrendas playas del Perú, como acostumbraba decirles. Pero sí logró estabilizarse alternando sus días entre España y Lima.
Desde esta última cuenta que su novela será presentada en Barcelona, en el otoño de este año. Sirva, pues, su próxima entrega para recodar aquel retrato:
Embriagado antihéroe de sí mismo
Después de más de tres décadas en Europa, Alfredo Bryce Echenique, cansado pero exitoso, termina las maletas de su regreso al Perú con dos nuevos libros y humor agridulce
“Yo soy ese hombre que bajó del tren”, cuenta al comienzo de su novela Reo de Nocturnidad, Alfredo Bryce Echenique. “Sí. Ese mismo. O, mejor, mucho mejor, yo soy aquel hombre que bajó del tren. Porque hay que decirlo así, con énfasis, para dar una idea más precisa de la diferencia, de la enorme distancia, hoy, entre el tipo que se instaló en esta ciudad y el que ha llegado a ser”.
Ciertamente como Max Gutiérrez, el insomne antihéroe de este libro, reciente ganador del Premio Nacional de Narrativa de España, Bryce fue un prisionero de la noche. Pero qué distancia hay también entre aquel joven –abogado por sus padres, licenciado en Letras por él– que desembarcó en París buscando la fiesta de Hemingway, y el que ahora prepara su regreso al Perú natal, el que con sonrisa guasona asegura que los 18 mil dólares del premio serán “para pagar deudas”, el que se va de gira entusiasmado, porque va a presentar dos nuevos libros con Alfaguara, “la más grande y poderosa editorial de la lengua española”.
Nació en Lima en 1939, en medio de una guerra europea y un golpe de estado en Perú. Su acomodada familia le dio, como al niño de Un mundo para Julius, la educación anglosajona y la disciplina religiosa propia de alguien con antepasados importantes. Pero también le transmitió el humor para burlarse de su oligarquía, así que hoy, como Martín el de La vida exagerada de Martín Romaña, odia no poder hacer reír a alguien en el momento justo.
Igual que el protagonista de Tantas veces Pedro, encontró la esencia de su peruanidad por las calles de París, Peruggia, Barcelona y Madrid. En 33 años se doctoró en La Sorbona, fue profesor de las universidades de Naterre, La Sorbona, Vinceness y Montpellier, pero especialmente liberó sus letras, siguiendo los pasos de sus amigos Julio Ramón Rybeiro y Julio Cortázar.
Como Manongo Sterne, de No me esperen en abril, todavía en las noches luce como el dandy capaz de cualquier cosa por sus amigos. En su discurso por bares y cafés, no faltan las historias hiladas desde el detalle, los chistes casi involuntarios a partir de su propia “miseria”. “Es de los que te dice que su tío heredó la Telefónica Nacional del Perú”, cuenta su amiga y fotógrafa Jenny Woodman, “pero cuando tú le dices ‘qué bueno’, te sale con que ‘pero si mi tío es sordo’”.
Nunca es mezquino en sus respuestas, “siempre que se haya tomado la primera copa”. En Perú fue célebre cuando se presentó pasado de tragos en una entrevista por Global Canal 13.
El escritor “hablaba con dificultad, dio incluso la sensación en los instantes finales del programa de haberse quedado dormido”, reseñó para el mundo la agencia AFP.
Luego fue frente a las cámaras de Jaime Baily, pero a pesar del temblor de sus manos, el entrevistador –como el público– escuchó embelesado lo que salía de debajo de su bigote, esa voz grave que pareciera venir de mucho más adentro que su imagen de excelente gourmet y sibarita.
Y es que este hombre embriagado de vida, alcohol y mujeres, es en realidad tan tímido que cuando el público comenzó a aclamarlo por Un Mundo para Julius, descubrió que el éxito lo intimidaba y pensó en el suicidio. Soñó con alquilar un cuarto donde escribir y recibir sólo a los amigos que “no pudieran hacerle daño”.
Cuando las circunstancias lo obligaban a salir ante las cámaras o asistir a una fiesta de poderosos, recurría al alcohol. “Así aparecía un tipo exótico, charlatán, encantador; pero, en el fondo, sólo era un showman apoyado en la botella”, reconoció después.
“Alfredo es una emotividad en busca de orden”, asevera en la actualidad su amigo Mario Vargas Llosa, uno de los que se quedó estupefacto al entrar a su apartamento impecable. Una profesora colombiana dijo una vez que echaba por tierra los valores del machismo, y muchos han adivinado algo así como un “profundo lado femenino” detrás de sus letras. En todo caso, ese temor de molestar, ese deseo desmesurado de que los que quiere estén bien, ese volverse tan “mínimus” que conmueve, lo acerca sobre todo a Martín Romaña.
El de carne y hueso también es incapaz, en principio, de levantar el teléfono para pedir ayuda, “pero se muere porque lo llamen”, según apunta Woodman. “Si quedó en esperarte en la estación de tren, puedes encontrarlo todo mojado por la lluvia”, comenta. “Y si le preguntas que por qué no esperó bajo techo, no tiene explicación”.
Las situaciones “exageradas” tampoco le han faltado. Una venezolana llegó a encontrarlo en Colombia temblando porque le habían dado 30 mil dólares en efectivo y tenía que viajar. Se forró completamente el cuerpo de billetes y mientras tomaba un café miraba nervioso de lado a lado, temiendo que lo confundieran con un narcotraficante.
Sí es el eterno enamorado, pero no el loco a la caza de la inspiración, que garabatea servilletas en un bar. Es incapaz, según dice, de escribir una palabra con el alcohol de por medio. Y como escribe tan rápido tuvo que crear su propia fórmula para abreviar las palabras de su narrativa de oraciones largas, mezcla de risa y de lágrimas, de ridículo seductor.
Cuando recibió la distinción de Caballero de la Orden de Las Artes y Las Letras de Francia, el embajador francés en Madrid, André Gadaud, lo definió como el joven eterno y desconcertado, que se había abierto paso con las literaturas más disparatadas. “El humor ha sido una forma de estar en el mundo, un pararrayos vital”, dice él. “Mi literatura nace de un empacho de asombro, es la única forma que tengo de darle respuesta a la angustia que me produce la realidad”.
“A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más”, escribió como dedicatoria de uno de sus libros. Y “en realidad es que uno es una persona tímida, uno es una persona que ha dudado tanto de sí mismo, que la escritura es un medio de ser respetado, de ser querido más por las personas que uno quiere”, explicó en una entrevista. “Con mi familia eso ha ocurrido. Creo que ahora me respetan mucho más que si hubiera sido un pésimo banquero, que era lo que ellos querían que fuera. Ya el loco, pues, era loco de verdad, logró hacer una obra literaria”.
Tenía 30 años cuando publicó Un mundo para Julius y lo catalogaron del boom junior por su irreverencia. “Nunca imaginé que en este país (España) podía haber tanta televisión, tantos periódicos, tantas entrevistas”, dice ahora acosado por la prensa ante su último premio. Hace tiempo que duerme bien, aunque, según algunos, los años lo han puesto un poco achacoso. “Yo creo que quiere apartarse de la vida mundana”, advierte la fotógrafa Karín Dannely. Sin embargo, nadie le ha quitado ni su fanatismo por Sinatra, ni su humor, ni su dosis de rebeldía.
En las tres semanas que le quedan antes de viajar al Perú, va a presentar sus dos nuevos libros, La amigdalitis de Tarzán y Guía Triste de París, en La Coruña, Barcelona y Londres, y en una entrevista por el canal internacional de la Televisión Española. Para principios del próximo año ya estará instalado en su tierra natal. “De pronto estás frente a una playa maravillosa en Mallorca y te das cuenta de que añoras las playas grises y horrendas de tu país”, dijo en una ocasión. Una casa con vista al mar lo espera en Lima.
1 comentario:
bryce-echenique puede ser el paradigma para cualquier aspirante a escritor ya cada una de sus novelas ponen de manifiesto un principio fundamental: todo gran escritor es un gran observador y el talento literario, antes que en la pluma, está en el ojo...
se pueden pasar buenos ratos en una isla desierta con la vida exagerada de martín romaña, sin duda...
salud!
j.
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