Imaginándome ahí arriba, en la cubierta de esa patrulla de la Guardia Civil que por fin acude al naufragio provocado, de una de las tantas pateras que llegan a las aguas de Fuerteventura, pensaba sería difícil no intentar tender una mano, en lugar de tomar la fotografía.
Claro, si les diera mi mano, perdería la foto, también mi trabajo. Y entonces volvió a mi mente una vieja inquietud: mirar, fotografiar o intervenir.
En unas prácticas de fotografía, cuando empecé a estudiar Comunicación Social, quise hacer un fotoreportaje de niños que trabajan. Conocía a varios de ellos, los saludaba cada día. Pero cuando me acerqué con mi cámara al primero, el pequeño Carlos se emocionó tanto que empezó a posar.
Y ahí, sonriente, derechito e impecable al lado del carro de perroscalientes que le encomendaba su padrastro, no parecía nada infeliz, ni explotado. En el encuadre no se sabía si era un cliente, un curioso o, simplemente, un niño glotón; y yo fui incapaz de sacarlo de la ilusión de ser, al menos por esa vez, un chico como cualquiera. Mi reportaje fue un fracaso.
Nunca pude sacar entonces una foto sin que mi lente interfiera en el drama. Quien sabe si también por eso me decanté por las letras y el periodismo impreso que me daba la oportunidad de mirar, de hurgar con la pretensión –real o imaginaria- de llegar más a fondo, de reflexionar y luego –quizá y ojalá– intervenir para bien.
Sin embargo, siempre tuve cierta sana envidia de algunos de mis compañeros fotógrafos que, en la Revista Primicia o los periódicos El Nacional y El Mundo, lograban captar en un cuadro lo que a mí me llevaba varias entrevistas y horas averiguar y demostrar.
En ocasiones su trabajo llegó a ser tan bueno que me hicieron sentir que el mío era simplemente confirmar y documentar la intuición que los llevó a accionar el obturador.
Encuadrar, intervenir
Obviamente al fotografiar también se interviene. De hecho, el fotorreportaje del cual fue sacada la primera imagen comentada, “Morir tan cerca, secuencia de un naufragio", pretendía “herir la sensibilidad del espectador” y concienciar acerca del drama de los “inmigrantes” que llegan a las islas.
La muestra Reuters mira el mundo, por su parte, aspira ser un registro visual sobre la historia del estado del mundo en el siglo XXI y un homenaje a los 240 periodistas que han muerto, mientras ejercían su profesión desde el año 2000.
Para ello se escogieron 80 fotografías clasificadas en grandes temas como el terrorismo, las migraciones, los desastres naturales, la religión, los estilos de vida, la política y los conflictos armados.
El detalle es que simplemente escoger un tema y enfocarse en un determinado fragmento de la realidad, también nos hace intervenir. No es de gratis que haya sido la imagen de la bandera de EE.UU., en pie entre los escombros de los atentados de 2001 en Nueva York, la que sirvió de punto de partida.
En este caso –y desde su título se evidencia– la exposición lleva implícita una determinada forma de entender y explicar el mundo; una determinada lectura que, por cierto, ya también se ha llevado a Francia, China, Alemania, Inglaterra, la Unión de los Emiratos Árabes, Bélgica, Italia, Grecia y Luxemburgo.
La propia comisaria de la muestra, la fotógrafa y vicepresidenta de Picture Reuters Media, Ayperi Karabuda, decía: "Queríamos dar una visión de lo que es el mundo hoy, por eso hemos elegido las fotografías que nos parecen más fuertes, pero también queríamos hacer una exposición de placer visual".
De allí que al lado de unas mujeres que se refrescan en el mar, en Alegeria, probablemente después de sobrevivir infinidad de penurias, se presente a otras que se meten al agua en Rusia, 26˚ bajo cero, por simple diversión. La exposición es, pues, también un show.
Fotografiar, ¿trivializar?
No pretendo aquí descalificar a fotógrafos y medios en general diciendo que inventan la realidad, como en la película Wag the dog.
Pero la perfección de esta foto, donde una mujer llora por la muerte de su esposo a causa de un tsunami, me hizo preguntarme: ¿Cómo pudo lograr ese encuadre y esa composición?
Daniel, mi compañero de visita y quien también escribió sus reflexiones sobre la muestra, considera que se necesitaría bastante más altura que 1,80 metros para capturar todos los elementos. Y si el agua arrasó con todo, ¿desde dónde tomó la foto?
¿Realmente ni siquiera movió la sandalia abandonada que se ve al fondo? ¿Importaría si lo hizo? ¿O ello sirve para mostrar mejor el drama real? En todo caso, ¿de qué manera impacta exactamente una imagen como ésta, brutal pero estéticamente tan hermosa?
Y en esta otra de un hombre que se lava el rostro, tras una explosión, ¿hasta qué punto la precisión del encuadre o el color de la escena difuminan el dolor?
¿En qué medida esta imagen en solitario, fuera de su contexto, trivializa la situación hasta volverla, incluso, menos real que una película de Hollywood?
Vamos, no exageremos, no estoy diciendo que no se haga la exposición. Me encantó y sin ella esta reflexión no hubiera sido posible. Todo el mundo tiene un punto de vista. Y en el caso de los medios, me parece legítimo que lo tengan y más realista el aceptarlo.
La objetividad es más una búsqueda constante que una condición. Y para aclarar bajo qué principios están analizando la realidad, sirven los códigos de ética, los editoriales y las primeras páginas de los manuales de estilo.
Queda en nosotros informarnos, beber de distintas fuentes, contraponer críticamente enfoques y reflexionar para expresar y defender, con criterio y responsablemente, nuestro propio punto de vista.
Los fotógrafos de estas imágenes:
- Juan Medina. Fuerteventura, España, 2004
- Finbarr O’Relley. Tahoua, Nigeria, 2005.
- Dylan Martínez. Londres, Inglaterra, 2005.
- Peter Morgan. Nueva York, EEUU, 2001.
- Zohra Bensemra. Algeria, 2005.
- Ilya Naymushin. Rusia, 2005.
- Arko Datta. Cuddalore, India, 2004.
- Akintunde Akinleye. Nigeria, 2007.
- Radu Sigheti. Kenya, 2007.