jueves, 22 de octubre de 2009

Las Crónicas del Viento de Lisandro Aristimuño


Viéndolo en directo casi podría decirse que existen dos Lisandro Aristimuño. Está el escoltado por su banda Azules Turquesas, cuyos conciertos ganan en contundencia sonora, prolijos arreglos y excelencia interpretativa; y el del set solo, cuando triunfa su revés de cantautor y sorprende por su capacidad de mezcla improvisada, por su arte para construir en escena, capa sobre capa y ante nuestros propios ojos, toda una orquestación con sólo guitarra, computadora y voz.

Si bien resultaría imposible empaquetar alguna de estas experiencias, su último disco, Las Crónicas del Viento (2009), de cierta manera intenta capturar el encanto de esas dos facetas.

Respirando nuevamente el aire de su Patagonia natal, parte en un doble viaje: en un disco, la entrega intimista en solitario, como cantautor frágil, crudo, con aire y calor de hogar; y en el otro, el vuelo más experimental y sobrecargado, amparado no sólo por los Azules Turquesas, sino también por invitados como Fito Páez y Diego Frenkel, más un arsenal de instrumentistas.

Doble álbum y apuesta –al perseverar en la producción independiente, ahora a través de su sello Viento Azul-, profundiza aquí su búsqueda en un pop sinuoso, extendiendo las fronteras de la canción, a través de un juego atmosférico de vuelo electrónico y ancla folk.

Lo logra con mayor riqueza tímbrica y sofisticación de arreglos en el capítulo I –grabado en febrero en Circo Beat-, donde sus melodías mántricas, cual postales de llanuras interminables, se revisten de matices y sonoridades superpuestas de voz, sesiones de cuerdas y vientos, ruidos y loops. (No hay video, lo que viene es sólo para escuchar y continuar leyendo)


Muy electrónico y cargado, pareciera hacer guiños, ya no a la ciudad de Buenos Aires tan presente en Ese asunto en la ventana (2005) y 39º (2007), sino al mundo que ha visto gracias a sus giras: de un lado, el salto a Europa, y, del otro, el regreso a su tierra, al interior de Argentina, pero también a los vecinos Chile y Uruguay.

“Es como un disco-diario. Está impregnado de viajes”, nos confesó él, en una entrevista que se publicará próximamente en la edición aniversario de la revista Ladosis.

De allí que suenen ritmos de cueca chilena, acordes y letras relacionadas con el viento, el río, llanuras y espacios al descampado, pero también acordeones tipo parisino, ciertas frases o coros en inglés y alguno que otro sampler como de televisora extranjera.

De hecho, la voz en alemán de una niña es la que abre el disco. Pero enseguida se da paso a un sonido muy electrónico y a la vez orgánico, por momentos con ribetes de banda sonora, en el que siempre se logra sentir ese aire a Patagonia, sin las telarañas del museo.

Es un disco de clima templado, calmo, pero aún así luminoso; con un tono juguetón y hasta naive, pero de compleja construcción y lleno de detalles y texturas armónicas que vale la pena escuchar con audífonos.

Su peculiar tino para crear atmósferas a través de capas solapadas de voces, cuerdas y efectos de sonido puede apreciarse bien en la última parte de “Perdón” o en “Green Lover”, cuya letra podría ser parte de un decálogo: “llevo discos de los Beatles… llevo un blues dentro de este rock (o ron)... llevo a Luis cantándole al sol”. (Aquí también coloco sólo audio)


Con tono festivo, en “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay” dialogan bien los loops con las cuerdas; mientras que en “Fin, 2, 3”, “Perdón” o “Cuentan”, asume un matiz un tanto más dramático, certeramente reforzado por los arreglos más orquestales.


En materia de colaboraciones destacan “Y vos adonde estás”, con el rapeo de Diego Frenkel, y el valsecito “Desprender del sur”, con una precisa sesión de cuerdas y la intervención de Fito Páez. No obstante, la interpretación de Aristimuño resulta, a nuestro juicio, más expresiva que la del invitado.


Por su tono juguetón y ese toque bucólico con aires de nuevo siglo, conmueven “Azúcar del Estero” y “Cosas de un soñador”. Inician el tema loops de frases en esa peculiar jeringoza, con la que él suele componer. Y junto con Palo Pandolfo logra un delicado y emotivo fraseo.


En el segundo capítulo, Aristimuño se reconecta con su lado más intimista, aunque no tan desnudo como su último concierto en Barcelona.

Encerrado en una casa en Vigo, quiso “cantarle al invierno y al fueguito”, capturando por micrófono todo el sonido rústico y en crudo de cuando nacen las canciones, con todo el aire, las respiraciones e, incluso, el error. Pero en lugar de quedarse en la onda acústica con su guitarra, toca aquí también batería, bajo y piano, además de apelar a sus clásicos juegos armónicos de voz.

Y aunque líricamente no alcanza la riqueza de un Spinetta, que por sonido a veces pareciera evocar, se sobrepone a los bajos por la expresividad de su entonación siempre al borde del quiebre, por su riqueza armónica y su capacidad para crear piezas ricas en texturas: “Ella”, “Hoy” y “Trece lunas y un laberinto”. (Este último lo coloco a continuación, pero en vivo).


La más desnuda y quizá por eso con un matiz un tanto diferente es “Días Breves”, una descarga un pelín más atormentada, sobre todo respecto al vuelo inocente de “Caminata”, la remembranza en clave folklórica de “Mi memoria”, o la tierna “Trece lunas y un laberinto”.

De invitados en este capítulo sólo cuenta con el español Quique González, pero aunque antes hemos visto colaboraciones interesantes, esta vez la selección del tema nos parece desafortunada. El timbre de voz de González no cuadra demasiado para “Otra canción de cuna”.

Las Crónicas… es, pues, una entrega bastante ambiciosa. Aunque se trata quizá del más universal de sus discos, lleva un paso más adelante esa amalgama que bebe de la tradición, respira por la electrónica, corretea por la experimentación, se estremece en poética trovadoresca y exhala rock argentino.