miércoles, 1 de diciembre de 2010

Rock latino, nuevas músicas o músicas actuales de América Latina,
hacia una definición… o apreciación (I)

Leyendas del rock nacional... argentino. Ilustraciones: Pablo Lobato
Rock latino, rock en español, rock iberoamericano, rock en tu idioma, rock nacional; o, más específico, alterlatino, etnopop, rock mestizo; y, si ampliamos un poco, nuevas músicas o músicas actuales, son algunos de los nombres que cada tanto se van imponiendo para referirse a ese conglomerado de agrupaciones y artistas que desde América Latina –mercados emergentes, dicen- vienen cultivando sonidos relacionados con lo música popular contemporánea, específicamente el pop y el rock en todas sus variantes y derivaciones.

Impulsado, de un lado, por las industrias que buscan nuevas formas de vender –a lo que se añaden las descripciones de las propias bandas en myspace-, y, del otro, por los académicos que tratan de entender –y capturar- cambiantes fenómenos culturales, cada tanto se trata de acuñar un nuevo término, que tiempo después es acusado de impreciso, reduccionista y hasta de neocolonialista o xenófobo. 

‘World music’ o ‘músicas del mundo’ sea quizá el más ilustrativo en ese sentido, como la gran etiqueta propulsada para promover masivamente sonidos extraños al mainstream estadounidense y europeo. 

Impuesta en los 80 por once sellos, ‘world music’ fue la  referencia entre comercial y benevolente -cuando no condescendiente, más allá de algunas iniciativas de valor como el Womad- a un disímil ‘tercer mundo’ que iba desde Asia y África, hasta América Latina,  y que podía meter en un mismo saco, sin prurito alguno, a Los Tigres del Norte, junto con Le Mystère des Voix Bulgares, Tom Zé y los paisajes sonoros de la India, tal como denunciaba David Byrne en su estupendo artículo "I hate world music".

“Eso no es rock, es fusión”, todavía me dicen por ahí ciertos críticos conservadores o ‘rockeros clásicos’ anclados en lo anglosajón, cuando quiero presentar iniciativas como Macaco Bong (Brasil), Choc Quib Town (Colombia) o Bacalao Men (Venezuela), como si eso que llamamos rock, o pop, o hip hop, o electrónica, o cada uno de los géneros y subgéneros contemporáneos –la lista es interminable, basta ver uno de esos árboles genealógicos de las ediciones aniversarias de RockDeLux- hubieran aparecido puros, castos e incólumes sobre la faz de la tierra.
 

El rock –o el rock and roll, si queremos ser más precisos en la fuente originaria- es un híbrido desde su nacimiento, en los Estados Unidos de la década de los cincuenta; una feliz fusión producto de la cópula –cuanto más lujuriosa mejor-, del rhythm & blues cultivado por los negros estadounidenses, y el country & western blanco.

“No hacemos rock, ni electrónica”, nos decía la cantante de Bomba Estéreo, Li Saumet, de su cruce de dub, reggae, rap y toques de electrónica, con cumbia, champeta y otros ritmos folklóricos colombianos. “Puede que tengamos influencias, pero ya no es rock, sino música latinoamericana”, precisaba orgullosa, y hasta prefería ser clasificada como world music. 

Pero a mí estas diatribas supuestamente reivindicativas lo que hacen es acentuar la inquietud respecto a si todas estas etiquetas diferenciadoras y a la vez unificadoras de lo ‘latino’, son más bien una forma de anular su fuerza e impacto, tal y como veía Byrne que sucedía con ‘world music’.

Si no es rock, sino world music, o fusión, o música étnica, o rock latino, entonces un melómano o incluso alguien que se considere ‘rockero’, puede dejarlo cómodamente de lado, o apreciarlo pero como un divertimento puntual; como algo exótico o curioso, pero inofensivo, sin impacto real en sus conceptos de rock, de música, de arte, y mucho menos en su vida. Porque lo exótico puede ser bonito o interesante –es lo que algunos van a ver en los viajes turísticos-, pero es tan irrelevante en la vida, como un colorido souvenir.
 

A mí me interesa la música como expresión de sensibilidades humanas; como fruto de visiones singulares que se cruzan, se complementan y enriquecen, para generar obras únicas y magníficamente diversas de una misma naturaleza humana. Me interesa la música como el resultado y la prueba del diálogo posible entre lo único e irrepetible de cada individuo y lo que éste tiene en común con el resto de seres humanos.

En ese sentido, quiero ser tocada y afectada por lo que escucho, más allá de si se etiquete de una u otra manera. Pretendo conectarme con la sensación, el sentimiento o el pensamiento que dio origen a un tema –o con otros tantos que me evoque-. Y mientras más pueda internarme en diferentes puntos de vista, experiencias, ideas y sensaciones, mejor. 

 
Tomando como marco de referencia el pop rock y sus derivados inmediatos –la electrónica, el reggae, el hip hop y géneros cercanos-, lo cierto es que en América Latina se viene desde hace mucho tiempo haciendo honor al origen mestizo del rock y a esa especial característica regenerativa, que hace que cada tanto salte alguien diciendo: “el rock ha muerto”, para que el resto complete: “larga vida al rock”.
 

Y no me refiero a la explosión de ‘música latina’ miamera en onda fast food, que pareciera le bastara incluir unos timbales en onda salsera y un gritito tipo “caliente” para ajustarse al estereotipo de latino sabrosón.
 

Me refiero a una variadísima gama de músicas urbanas, que se han ido fraguando al calor del mestizaje cultural, a partir de la segunda mitad del siglo XX: del rock chabón y neotango argentinos, al rapsón cubano, pasando por el manguebeat brasileño, la electrónica mexicana, el templadismo de la cuenca del Río de la Plata y el electrocumbé colombiano, por sólo mencionar algunas de las etiquetas más recientes.
 

A estas músicas populares contemporáneas hechas en América Latina dedico la presente serie, analizándolas como un fenómeno sociocultural estrechamente vinculado, sí, a las actuales tendencias de la globalización. Pero no para denunciar supuestas manifestaciones de transculturización, sino para celebrar un largo y rico proceso de apropiaciones, transgresiones y reinvenciones, que mucho tienen que ver con nuestras identidades actuales, con aquello que Robertson llamaba ‘glocalización’ y con lo que siempre ha sido el arte y la música: expresión de sensibilidades.

La exposición "¡Mira qué lindas!", portadas de discos de América Latina 

*Ésta es la primera entrega de una serie sobre rock y músicas populares contemporáneas de América Latina, que consta de las siguientes entradas: