miércoles, 7 de febrero de 2007

La caza y cata del disco nuevo… ¿ceremonia en extinción?

Ya parecen haberle puesto fecha a la muerte del CD como soporte musical cotidiano. En tres años, la música en digital concentrará 25% del total de ventas, según cálculos más o menos conservadores de la Ifpi, gremio que reúne a las principales disqueras del planeta.

Y en el último Midem (Mercado Internacional del Disco y la Edición Musical), el fundador de The Orchard –uno de los distribuidores de música digital más importante del mercado indie- resumió el parecer de muchos: “En diez años los CD no serán más que un producto marginal, y es más que bastante probable que en el 2025 toda la música sea digital. El CD, como el vinilo en su día, se va a convertir en producto de coleccionista”.

Melómana incurable escucho música todo el tiempo. Simplemente vivo con una melodía en la cabeza, cambiando de track cada tanto y no sólo según lo música que suene alrededor. También tonos, palabras, lecturas, pensamientos... van disparando y alternando distintas canciones que conservo en mi discoteca mental.

Ante tamaña melomanía, celebro los avances. Celebro que ya no tenga que llevar un pesado discman (y antes un walkman) con el grupo de discos que podía cargar de forma más o menos aparatosa, porque siempre se me antojaba algo que no llevaba.

Así que no ofrezco resistencia. Qué vivan los no se cuántos gigas capaces de albergar toda la música que pueda solicitar mi inquieta cabeza. Sin embargo, ahora que le ponen fecha al asunto, pienso también en qué perderé: ese placer ceremonioso de escuchar un disco por primera vez.

Echarse en la cama una tarde de sábado, preparar el ambiente, buscar un tarro de helado, luchar con el celofán, meter el disco y… escuchar. Escuchar con oídos vírgenes. Escuchar también con los ojos y los dedos, revisando créditos, diseño, letras. Escuchar hasta con el olfato cuando, alérgico, terminas estornudando por el olor a tinta de la caratulilla.

Más que una colección de singles

Los discos son para mí, sin duda, mucho más que una colección de canciones. Y no hablo sólo de los discos concepto a los que no les sienta para nada un MP3. Basta con escuchar alguna de las piezas de The Wall en modo shuffle o aleatorio para darse cuenta de que las únicas alternativas son: cambiar y escuchar el disco completo, o saltarla inmediatamente.

Pero además de esas joyas imposibles de escuchar por partes, para mí todo buen disco es mucho más que una agrupación de singles. Está la secuenciación, la selección de temas, el orden, el sonido, el arte y hasta los agradecimientos, donde uno descubre influencias, colaboraciones y porqués. Todo va junto, al menos en esa primera vez.

Todo va junto también cuando vamos descubriendo esos temas que en una primera escucha no llaman la atención y que luego, como añejados, van tomando cuerpo y no queda sino volver a la caratulilla, para tratar de desentrañar por qué se nos escapó.

También necesitamos el paquete cuando creemos reconocer el estilo de alguien y hay que acudir a los créditos para comprobar si tal o cual bajista participó. O cuando cierta letra hace paralelismos con nuestra vida y a uno le da por convertirla en la banda sonora del momento. Y hasta para guardar en contexto las entradas de esos conciertos que nos marcaron.

Por ahí vi que los nuevos dispositivos digitales tienen la capacidad de incluir archivos con las letras de las canciones y hasta se podrán sincronizar con la música. Falta que muestren una pelotita que señale qué palabra cantar, como en las viejas comiquitas.

Yo debo reconocer que si bien antes revisaba revistas musicales en papel, mientras escuchaba mis discos, ahora consulto todo por Internet. Me entero de los detalles de la grabación, escucho versiones, leo críticas, reseñas, entrevistas, veo los videos oficiales y aficionados, y hasta logro contactar directamente a ciertos artistas y sumergirme en su mundo, lo cual es mágico.

Sin embargo, toda esa experiencia no puedo meterla en mi MP3, ni me voy a poner a imprimir primitivamente carátulas, letras, reseñas. Tampoco tendría sentido. Me gustan los CD como objetos, como pequeñas obras integrales que hay que tener y, por lo tanto, buscar.

Sí, además de esa ceremonia de escuchar por primera vez, está un placer anterior: la búsqueda, la cacería y la satisfacción de encontrar luego de largas caminatas, de averiguaciones, de solicitudes. Sí, como que ciertos discos me gustan más porque tuve que cazarlos por el mundo, tal como en los cuentos de la próxima entrada.

2 comentarios:

Jesús Nieves Montero dijo...

a diferencia de los libros, cuyo formato actual pienso que se conservará aunque sea en ámbitos reducidos, la música me es casi imposible imaginarla en un futuro fuera de los gigas como dices tú...

aparte, si bien es cierto que hay discos que son excusas para que un artista venda un sencillo promocional más rellano, hay otros que son verdaderas historias, una unidad cerrada en los que el simple hecho de variar el orden de reproducción puede alterar la experiencia y la interpretación del trabajo...

larga pero interesante entrada...

salud!

j.

SUSANA FUNES dijo...

Ups! Sip. Creo que me emocioné. Disculpen lo extenso... ojalá evoque imágenes y recuerdos de historias propias.